9. El abandono de un inocente

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[Canción en multimedia: Michael Schulte — Said You'd Grow Old With Me]

9: "El abandono de un inocente."
Relatos de una vida [1]


Dos años antes del Apocalipsis...

Maryland, Washington D.C.

La vida propone, da, quita, muestra, prueba, así como de repente, agarra un puñado de tu alma y lo estruja tan fuerte que ahí sucede lo que denominamos: sentirse vacío; esas son las leyes de la vida, la mayor prueba de esta. Cada persona vive una batalla en su interior, es un guerrero, y la magnitud de las batallas definen quién eres, si las ganas... o las pierdes.

La vida le quitó, mucho, le dió, no tanto lo que mereció, o lo que creyó no merecer, le brindó amor y zozobra, una ímpetu soledad, abandonos constantes, y ahí entre tantos sentimientos disímiles, surgió la batalla más grande su vida, de la cual, cayó, muchas veces, cambiándolo drásticamente, dejando en un halo constante, la única cuestión: si la ganó o se dejó vencer.

Santiago tomó un algodón y lo empañó con alcohol, con dos de sus dedos largos palpó el brazo hasta ubicar la vena, luego, levantó sus ojos hasta la adolescente temerosa que tenía frente a él.

—Respira hondo. No dolerá —buscó calmarla con voz suave.

La chica pestañeó y asintió, tímida. Pero estaba nerviosa y eso hacía que la vena se escondiera.

—Cálmate, cariño —habló, y al ver que la chica no lo hacía, respiró hondo. A veces, no entendía como es que se había ofrecido de voluntario en ese hospital. Pero le gustaba—. ¿Cómo te llamas?

—A-Ailynna —tartamudeó.

—Muy bien, Ailynna, respira conmigo —la chica obedeció y ambos respiraron profundamente, tres veces—. ¿Más tranquila?

—S... sí,  lo lamento... no tengo buenas experiencias con inyecciones —se excusó esbozando una sonrisita triste.

—Conmigo no vas a tenerla. Mírame mientras yo te inyecto, ¿si?—La chica con nerviosismo asintió mientras se perdía en los ojos bellísimos que tenía el muchacho.

Cuando la chica se marchó de la habitación y él recayó en cuenta que, ya era su hora de salida, se sacó la mascarilla y los guantes de látex, salió por la habitación observando las paredes blancas con baldosas azulejas. Ese era su lugar de confort. Desde muy pequeño surgió en él la afición por la medicina, por ayudar, y muy a pesar de su niñez difícil, su abuela se encargó de inculcar en él aquellos valores y a que jamás, nada ni nadie, debía impedirle ser lo que deseara.

Pasó por la recepción general, y Isaac, uno de sus compañeros lo interceptó con algo de premura.

—¡Santiago!, al fin pasa alguien. La mayoría están en emergencia por un homicidio de una familia al sur —soltó el muchacho con rapidez, acomodándose las gafas—, ¿puedes cuidar la recepción unos momentos?

—Esa no es mi área, Isaac. Nos pueden multar.

Él giró los ojos con obviedad. Santiago era aquel que siempre hacía las cosas inmaculadamente.

—No seas ñoño, Santi, solo serán unos minutos.

—¿Y cuál es tu apuro?—se cruzó de brazos.

Decadencia Apocalíptica © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora