Epílogo

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[Última canción en multimedia: Your Eyes - The Lumineers]

Durante toda la historia nunca lo recomendé pero ahora lo hago: si quieren sentir profundamente todo lo que se expresa en los siguientes párrafos lean con la canción en el momento que ustedes crean adecuado. Creánme, ahí se entenderá todo.

De repente, todo cobraba sentido.

No de la forma en que algo que parecía incierto hasta ese instante se elevaba aclarando dudas e interrogantes, era como si despertara de un viaje lejano, uno del cuál no tenía noción.

Mi garganta ardía, demasiado, como si pasaran un tumulto de agujas sobre ella, podía sentir una conmoción afuera, pero no podía abrir los ojos. No quería...

Realmente no porque dicen que las realidades son tangibles, se pueden apreciar, se pueden cambiar, una sola acción o palabra bastaba para cambiar todo lo que conocemos. Y eso estaba sintiendo... O presenciando. No lo sabía con certeza, todo era confuso, todo lo que viví, sentí, parecía pender de un hilo finísimo, que solo dependía de mi mismo cortarlo.

No podía respirar, no con facilidad, algo atravesaba mi bilis impidiéndome tragar, intenté volver a abrir los ojos y temí; temí de que si lo hacía todo lo que conocía hasta ese momento se esfumara como si de ceniza se tratase. Sentí confusión, intriga y, sobre todo una necedad de esquivar lo que la realidad me esperaba.

Percibí que sombras indistintas se movían con rapidez, murmullaban conmocionadas, también sirenas de ambulancia, comencé a abrir los ojos, mi vista estaba nublada, escuché una exclamación de júbilo y sollozos de alivio.

Un aliento cálido viajó por mi cuerpo encendiendo mi sistema. El aliento se convirtió en palabras y susurró:

—Despertó —anunció una voz femenina, sonó profundamente aliviada, sus cuerdas vocales temblando ligeramente—. ¡El chico de la camioneta despertó!—gritó volteando la cabeza.

Gemí ante eso, y de pronto recaí en algo más...

Ya comprendía mis mareos y el sofocamiento de mi garganta, y mi visión nublada. Todo estaba de cabeza, literalmente. Varios vidrios rotos se dispersaban por toda la calzada, un humo grisáceo se expandía por la parte delantera.

Un accidente de tránsito, sólo eso se me podía ocurrir.

La sensación de ahogo comenzó a manifestarse con más ahínco, logré ver el espejo retrovisor y lo que noté me espantó; mis rostro estaba permeado por el líquido carmesí, tenía un vidrio diminuto incrustado en la sien derecha, además de cortes y raspones, mis ojos océano estaban vidriosos, desesperados.

Jadeé. ¿Qué estaba pasando?

—A-ayúdenme —me esforcé en decir. Error, el ahogo incrementó, volví a jadear esta vez con fuerza, la mujer que me auxialaba, supuse, me observó aterrada.

—Por favor...—titubeó, queriendo saber mi nombre.

—Sa... Santiago.

—Por favor, Santiago, trata de no forzar el movimiento en tu tórax, estás herido, ha habido un accidente múltiple en...—Pero ya no la escuchaba.

Mi mirada bajó hasta el tórax, y horror no dio justicia para lo que vi en ese momento, un fierro color oxidiana atravesaba la altura de mis costillas y pulmones, ahí el impedimento de la entrada oxígeno, alcé las manos, temblando, y toqué el fierro, al hacerlo un grito desgarrador se desprendió de mi boca al sentir un dolor punzante acentuarse en esa zona de mi cuerpo.

Decadencia Apocalíptica © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora