14. Deslealtad y coincidencias

121 6 0
                                    







14: "Deslealtad y coincidencias"

Lyvanna


Dallas, Texas, 2006.


Un ancla es un objeto que mantiene una embarcación aferrada al mar, su unión es fuerte, aparentemente inquebrantable, solo depende de alguien desanclarla. La embarcación de sentimientos que estaba rodeando mi corazón pedía desatarse, pedía liberarse para permitir que me perdiera entre la tormenta o, que lograra salvarme. Porque durante toda mi vida «mi ancla» o las, habían sido instantes fugaces, personas, un sentimiento determinado. Y nuevamente, una persona.

Bajé la mirada hasta el ancla tatuada en mi muñeca, miré la suya, esta estaba a la altura de su corazón, aun así pude sentirla a través de la tela, todo parecía no encajar, se sentía asqueroso y asfixiante.

Así que decidí desanclarme.

Atajé su mano con decisión y lo alejé de mí, retrocediendo, volví a mirar a la chica de tez morena clara y arrugué levemente el ceño. Su rostro se me hacía extrañamente conocido, más no me veía a mí, sino a Santiago, lo seguía haciendo con incredulidad, como si no aceptara que él estaba ahí.

Involuntariamente gemí. Ahí tuvo sentido. Ya era inevitable. Una vez más las mentiras comienzan a hacer mella en mi vida. Con vigor tensé la mandíbula. Y nuevamente sentí como ya nada era como debía, como la realidad se tornaba difusa.

Hace dos años, había asistido a una fiesta en un bar privado con un grupo de estúpidos del instituto que en ese entonces no tenía una maldita idea de sus nombres. Durante esa noche, esta chica no dejaba de mirarme con cierta confianza e intensidad, parecía provocarme, hasta que en una de esas "intencionalmente" rozó mi hombro y me vertió alcohol encima, como estaba entrando en estado de ebriedad, habíamos discutido y, posteriormente, peleado. Hasta que por ser menores de edad, llamaron a mis padres y...

Negué con incredulidad, y ahí quise arrancarme cada hebra de mi cabello. No. Volví a mirar a los ojos a la morena y tenía su mirada oscura posada en mí, no reflejaba casi nada, solo un brillo tenue de pena y compasión. Me tragué los sollozos y respiré despacio... sólo él lo confirmaría, giré hacia Santiago y siempre tuvo la mirada fija en mí, y lo que encontré en su mirada destrozó cada parte de mí como nunca nadie lo había hecho. Al menos no otra vez.

Sus ojos oceánicos estaban perlados por un brillo de impotencia, contención, también parecía furioso, incluso pude notar cómo se tornaban rojos del dolor ajeno que yo sentía.

No supe cómo me sentí. Al menos no con exactitud.

Lentamente, fui alejándome de él, no podía percibir su aroma, la calidez que a pesar de todo emanaba, no podía, porque lo veía y sentía y recordaba cada momento juntos. Quizá debí desconfiar más de él, que una persona como él era imposible que dejara el pasado, así por otra persona. Quizá debí. Pero no lo hice, y para empeorar lo quería, lo necesitaba y, confiaba en él tanto... ¿había sido todo una farsa? ¿Cada tacto que recibí de sus manos fue fingido? ¿Sus palabras fueron falacias de artimañas para acercarse a mí?

Ahora sólo percibía mentiras, deslealtad y traición.

La chica vaciló en dar un paso hacia él.

-¡James!-exclamó una voz de repente, un chico de cabello largo castaño oscuro y con el típico sombrero texano adornando su cabellera, llegó con la respiración, nos miró a todos de soslayo y frunció el ceño, luego sacudió su cabeza y dirigió su atención a James-: Mariana va a dar a luz y Jacobo no está, salió para ayudar a un refugio en el norte. Necesitamos un doctor o a quien sea con urgencia -Él asintió, serio.

Decadencia Apocalíptica © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora