16.1. Promesa de paz (Final | 2da Parte)

110 4 0
                                    

[Canción en multimedia: Never tear us apart - Bishop Briggs]

Capítulo final | 2da Parte
16.1. Promesa de paz

Sus cabellos rubisímos rozaban su cuello de forma quisquillosa, lo primero que sus ojos miraron fueron dos largas piernas, atléticas, esbeltas, siguió subiendo hasta toparse con el resto de su anatomía, sus ojos inmediatamente se humedecieron al notar a su hija más delgada de lo que recordaba, subió hasta su rostro y...

... Melina Cárter no daba crédito a los que sus ojos cielo miraban, su niña no la veía a ella, tenía su mirada clavada con intensidad en un chico más alto que ella, le decía algo con tal determinación y... cariño que, no dudó la misma intensidad con que ese chico le respondió, de ser posible, sus ojos se cristalizaron más. Lyvanna se había enamorado. Se perdió eso, y quien sabes mucha cosas más.

De pronto, ella giró la cabeza y se topó directamente con sus ojos cafés brillantes, sus facciones se habían marcado, endurecido, se veía más... mujer. Lyvanna abrió la boca ahogando un jadeo, su madre estaba ahí...

Era tal como como su retina la recordaba, su cabello rubio, su piel blanca, la frente tapada por un flequillo, sus ojos azul claro marcados por el paso de los años y la vida, su calor... Imposibilitada de seguir viéndola desvió la mirada hacia la izquierda donde estaba...

Su hermano. Lágrimas de nostalgia y alivio se agolparon directamente en sus ojos. Él sonrió al notar, por fin, a su hermana, ahí, junto a la persona que amaba, la conocía perfectamente, muchas cosas le habían pasado en ese lapso de tiempo para notarla incluso más desconfiada que antes, con heridas internas y externas por curar.

Sin embargo, la sonrisa de Lyvanna titubeó al notar que al lado de Adriel no estaba su otra mitad, le dirigió una mirada interrogativa, y los ojos oscuros de su hermano se permearon por un fresco desasosiego y dolor. Ahí comprendió...

No...

¡No podía ser!

¡No, Leandro, él no!

—¡NO!—sollozó gritando, se dobló por la cintura jadeando en busca de oxígeno porque, en ese instante, sintió que todo en su interior se vaciaba, el corazón se le apretó tanto en la caja torácica que sentía, justo así, que el cualquier instante desfallecería.

Y por todas la muertes que una vez no sufrió, por todo lo que aguantó, un llanto rabioso y convulso se apoderó de ella, tanto que comenzó a gritar enterrando las uñas en los antebrazos de Santiago que, incrédulo y azorado, no pudo más que tratar de salvarla entre sus brazos.

Lyvanna sentía que se desgarraba por dentro. Jamás había sentido un dolor así; era aquellos dolores profundos que calan el alma, como un demonio que extrae la esencia de un ángel, ese tipo de dolor que, con certeza, se sabía que nunca se superaría u olvidaría. Gritó tanto, que de su garganta solo salieron sonidos agudos y roncos, aún aferrada al muchacho, terminaron de rodillas, él aferrando su cabeza tratando de resguardar lo que quedaba de ella.

—¡Esto es su puta culpa!—explotó de golpe, alejándose del chico con brusquedad. Miró a sus padr... a Melina y a Joe con furia—. ¡Por su culpa Nerina y Leandro están muertos!

Melina tuvo la audacia de avanzar hacia ella, pero Adriel la detuvo, tomándola del antebrazo con suavidad, notó que estaba temblando. Negó, no debía acercarse a ella cuando estaba así, y ahí, aceptó furtivamente que ellos no conocían realmente a su hija.

Decadencia Apocalíptica © Donde viven las historias. Descúbrelo ahora