Some things were meant to be

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Primer acto

Una radio polvorienta se hallaba sobre el alféizar, testigo solemne de la figura recostada sobre una cama que no había visto el sol desde hacía más de dos meses. La canción «Can't help falling in love» se hacía oír con un sonido lastimero y chirriante, una burla descarada no solo al ambiente depresivo en el que se sumía la escena, sino también al portador de emociones quebradas que yacía inmóvil y seco de lágrimas. Entre las cortinas se asomaba un poco de luz solar, la cual iluminaba con pereza algunas motas de polvo que se levantaban en el aire. Afuera, el sonido de las cigarras cortejaba al verano que recién comenzaba, y cada una parecía entonar un himno a la juventud y la alegría que se habían desvanecido de Katsuki Yuuri desde que su relación con Viktor había hallado el fin.

Unos dedos torpes y perezosos se enredaron entre las sucias y arrugadas sábanas, y el rostro de un decrépito Yuuri se asomó por encima de la almohada, quizás apenas consciente del paso del tiempo, o quizás aún seducido por los arrullos del mismo Morfeo. Buscó con torpeza entre toda esa tela que parecía provenir de ningún lado y de todos a la vez, hasta cerrarse alrededor del armazón de unas gafas que había considerado innecesarias. Tras situarlas por encima del puente, un poco atontado a causa del contraste que proveían un par de cristales, se removió dispuesto a abandonar su lecho. Así, con paso vacilante, se dirigió al armario y, por primera vez en mucho tiempo, decidió comprobar su propio estado a través del espejo situado en el interior del mueble.

Pese a que sospechaba su condición, no fue capaz de reprimir un resuello cuando su propio reflejo habló por sí mismo.

No solo había perdido mucho peso, también presentaba signos de desnutrición. Pese a que en realidad debería tener veintiséis años, lucía mucho mayor... Y no en el buen sentido. Su mirada había perdido el brillo que la caracterizaba. Su cabello, un lío opaco y sin vida, se hallaba más largo del que habría permitido en mejores tiempos. Lucía tan pequeño, tan desprotegido, tan patético...

El aire que atravesaba su garganta se convirtió en un poderoso nudo, y necesitó una gran fuerza de voluntad para reprimir un sollozo.

No era siquiera la sombra de aquél que alguna vez había llegado a ser. Lucía más como un fantasma hambriento por vida, por una segunda oportunidad que jamás llegaría, como aquello en lo que siempre temió convertirse.

Inhaló algo de aire. Exhaló.

Buscó ropa con desesperación, pero casi toda la que tenía no era más que un revoltijo amontonado en un rincón, uno muy tentador para cualquier alimaña. Se encaminó hacia allí a trompicones, y tropezó con varias botellas vacías, latas, y más basura desparramada que se había acumulado por más de dos meses. Sin embargo, se detuvo a un metro de su objetivo inicial con una duda que decidió martillar su cabeza con una fuerte jaqueca: ¿Qué esperaba conseguir con ese repentino cambio de actitud?

Sus movimientos se detuvieron en seco al percatarse de lo que intentaba hacer.

Toda su familia quizás estaría muy avergonzada con su sola existencia, en especial porque era bien sabido que un hijo hikikomori resultaba una carga y una deshonra. No solo los vecinos hablarían, también los clientes, y todas aquellas personas que alguna vez siguieron su trayectoria como patinador.

Eso lo detuvo a medio camino: Un simple pensamiento, un simple «quizás».

Y, con ese miedo clavado en su pecho, retornó en silencio a su cama, donde se cubrió hasta la cabeza con la cobija mientras la radio dejaba fluir las últimas notas de la melodía que reflejaba tiempos más felices.

Tiempos que jamás imaginó que alcanzarían su final.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora