El aguardado veredicto

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Yurio lo condujo hacia el jardín, donde Yuuri decidió tomar asiento junto a la fuente donde finalmente fue capaz de expeler el aire que llevaba conteniendo de forma inconsciente. Yurio le extendió un vaso de agua y él lo aceptó sin emitir sonido alguno, aunque no se atrevió a beber el líquido. Al menos aún no.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Yurio con preocupación, con las manos guardadas en los bolsillos para evitar notar el temblor de los dedos.

Yuuri, quien prefería mantener la mirada fija sobre el objeto que sujetaba entre los dedos, vaciló un poco antes de responder.

—No... lo sé —admitió con voz queda. Elaboró una pausa mientras intentaba hilar los pensamientos que rondaban su mente, y las emociones que se alborotaban en su pecho y, tras una breve reflexión, añadió—: Estuvo bien, supongo.

Yurio suspiró y decidió tomar asiento a su lado, aunque optó por conservar las distancias y no enfocar la mirada en él.

—Estabas muy rígido —comentó con la voz ronca—. Temía por tu bienestar, así que decidí acercarme a comprobar que todo estaba bien.

—Pero no hablaste.

Yurio lo miró con el ceño fruncido.

—Decidí no hacer nada porque, pese a que tenías la imagen de estar a nada de desmayarte, lo estabas tomando mejor de lo que parecía —dijo con honestidad, lo cual provocó que Yuuri le devolviera la mirada.

—Así que estabas escuchando...

Yurio se encogió de hombros con indiferencia.

—No mucho, en realidad —dijo como si se tratara de algo sin la más mínima importancia—. Aunque, incluso si deseara hacerlo, con toda la algarabía, la música, y la discreción de ustedes dos, habría sido imposible poder conseguir algo de información —decidió ver las puntas de sus propios zapatos, y jugueteó con los pulgares aún ocultos en la profundidad de los bolsillos. Esta imagen causó algo de ternura a Yuuri, quien fue no pudo no asociarlo con un niño pequeño haciendo un mohín.

Una suave risa abandonó la boca de Katsuki.

—Pareces temer que algo ocurriera entre él y yo —dijo con intenciones de jugar un poco con él.

La expresión horrorizada de Yurio en respuesta valió la pena.

—¡No—! ¡S-Sí...! ¡D-Digo...! ¡N-No en ese sentido, estúpido Katsudon! —presa de la vergüenza, Yurio decidió jalarle las mejillas tan fuerte que una lágrima de dolor asomó del ojo de Yuuri.

—¡Ow! ¡Oooow! ¡Y-Yurio...! ¡Güele!

—¡No habría sido bueno que decidieras arrojarte a sus brazos luego de todo lo que hicimos para devolverte las ganas de vivir! —tras ignorar las protestas de Yuuri y confesar el motivo de su preocupación, finalmente lo soltó. Yuuri se frotó con una mano el área enrojecida y lastimada, pero Yurio no le prestó atención—. Aunque todavía tenía esperanza de que tuvieras algo de inteligencia, y me alegra que haya sido así.

Yuuri forzó una sonrisa y depositó el vaso a su lado.

—No es... como si la idea no hubiera cruzado mi cabeza —confesó con cierta duda, y tragó saliva—, pero Victor —vaciló, y notó que los ojos empezaban a arder— dijo que yo estaba enamorado —debido a la ausencia de respuesta de parte de Yurio, decidió mirarlo. Éste se hallaba petrificado y con una expresión de pura estupefacción en el rostro, como si se hubiera encontrado cara a cara con la mítica Medusa. Yuuri forzó una sonrisa—. Este... ¿Yurio?

Luego de oír su nombre, Plisetsky parpadeó para abandonar el estado de perplejidad y sacudió la cabeza con el fin de retornar a la realidad.

—Es-¡Espera un momento! ¡¿Qué se supone que eso significa?! —hizo un gesto apresurado, como si las palabras que deseaba emplear hubieran sido borradas de su mente y él necesitara hallar otra forma de expresar lo que tenía intenciones de decir—. ¿Enamorado? ¿Enamorado de...? ¿De él? 

«¿Por qué está reaccionando tan exageradamente?»

—No —Yuuri se relajó y permitió que su mirada vagara sin rumbo fijo—. Creo que implicaba que yo estoy enamorado de alguien más, alguien que no es él.

Yurio lo miró con preocupación, pero Yuuri prefirió enfocar la atención en el suelo bajo los zapatos.

—¿Eso es cierto?

Yuuri pestañeó y notó que su visión empezaba a tornarse borrosa a causa de las lágrimas. Notó un creciente ardor en el pecho y la garganta que lo obligó a apretar los labios para ahogar un sollozo.

—¡No lo sé! —dijo con la voz quebrada—. Victor siempre ha podido ver a través de mí, así que podría ser cierto, o quizás no, pero... —inhaló aire intentando calmarse— si de algo estoy seguro es que no puedo sacarlo a él de mi corazón. Todavía lo amo, Yurio. ¡Lo amo y no sé qué hacer!

Tras expresar esas palabras, Yuuri se abandonó al llanto sin que nada más le importara.

Yurio extendió la mano con intenciones de apoyarla sobre el hombro de su amigo, pero a mitad de camino vaciló y prefirió mantenerse al margen. Después de todo, el llanto siempre fue la mejor manera de desahogar el dolor del corazón.

.

.

.

—Lamento no poder acompañarte.

Yuuri le dedicó una sonrisa que todavía expresaba tristeza.

—Descuida, Yurio —dijo en un intento por tranquilizar a su amigo—. Has hecho mucho por mí, no podría seguir siendo egoísta. Además, por mi culpa no has podido pasar más tiempo con tu novio...

—Otabek lo entiende —dijo Yurio encogiéndose de hombros—, ¿Por qué crees que he acabado enamorándome de él?

La sonrisa de Yuuri dejó atrás la tristeza y se tornó mucho más honesta y relajada.

Mientras él permanecía en el interior del taxi, cómodamente asegurado en el asiento que se hallaba detrás del conductor, Yurio permaneció de pie al lado del vehículo con una mano apoyada sobre el techo, y los ojos haciendo contacto fijo con los de Yuuri.

—Gracias —dijo Katsuki sintiéndose cohibido—, la verdad es que no sé qué habría sido de mí sin tu apoyo.

—Oye, no intentes darme todo el crédito —dijo Yurio con un tono que rozaba la altanería—. Poco hubiera podido lograr yo si hubieras seguido aferrado al pasado como una garrapata.

—Pero...

—¡He dicho! —sentenció Yurio sin dar lugar a más protestas—. Ahora ve. Quizás no te hayas quedado mucho tiempo en la fiesta, pero debes estar emocionalmente agotado, así que descansa con propiedad, y... ¡Nada de pensar en Victor!

—Lo intentaré —dijo Yuuri—. Buenas noches.

Yurio se despidió con la mano, y el vehículo aceleró hacia las luminosas calles nocturnas de París. Sin embargo, Yuuri no despegó la vista de su amigo, quien permaneció en el mismo sitio observándolo marchar, hasta desaparecer luego de que el coche doblara una esquina.

Entonces, Yuuri finalmente tomó una decisión respecto a la vida que lo aguardaba a partir de ese día.

«Creo...

Creo que es tiempo de desempolvar los patines».

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora