El viaje

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Los siguientes días, ir al centro de estilismo se convirtió en una rutina para Yuuri. Rodeado de baños, masajes, limpieza de cutis, saunas y manicura, Yuuri podía comprobar que, día tras día, su aspecto iba cambiando radicalmente. Al menos la apariencia de indigente ya formaba parte del pasado para dar paso a una nueva imagen.

Pese a todo, aún le costaba comprender el motivo por el cual Yurio se esforzaba tanto por él; imaginar todo el dinero que su amigo estaba gastando en él erizaba su piel y lo hacía sentir culpable. ¿Cómo no hacerlo si no había hecho nada que pudiera ser merecedora de tal generosidad?

A veces, contemplaba a Yurio sin que éste se percatara de ello, y se preguntaba si detrás de toda esa amabilidad hubiera un motivo oculto. Si bien Yurio había dicho que lo quería de regreso en la pista de patinaje, eso no sonaba lo suficientemente convincente para Yuuri.

«Me pregunto si Otabek estará de acuerdo con todo esto» se preguntó «Desde que su novio tuviera que venir a Japón a pasar tiempo conmigo, hasta el hecho de que esté gastando una fortuna solo en mí»

Yuuri quería preguntar, pero sabía que no conseguiría extraer una respuesta clara de parte de Yurio, incluso podía imaginar la expresión que éste pondría en caso de realizar alguna pregunta al respecto.

Por fortuna, la semana transcurrió rápido, y Yuuri pudo finalmente apreciar la apariencia de su nuevo «Yo».

Embutido en un traje color vino que resaltaba sus ojos, Yuuri fue incapaz de resistirse a la tentación de girar sobre sí mismo para admirar el alcance del trabajo de los estilistas. Al buscar con la mirada a su amigo, quien aguardaba sentado a unos metros de él, notó que éste poseía una expresión triunfal.

—Han hecho un trabajo mejor a lo esperado —dijo éste tras ponerse de pie y acercarse a Yuuri, quien necesitó tragar saliva—. Debo admitir que sus habilidades son de élite, señor —agregó fijando su atención en el director, quien aceptó el elogio con un movimiento de la cabeza y las manos tras la espalda.

—Me complacen sus halagos, señor Plisetsky —dijo el director—, aunque preferiría algo más... Material.

El hombre frotó la yema del índice con la del pulgar, y Yurio dejó escapar un suspiro resignado.

—Aquí tiene —dijo éste tendiendo una tarjeta de crédito.

El director se marchó con la nariz en alto, y ambos tomaron asiento mientras aguardaban su regreso.

En esos momentos, Yuuri enfocó su atención en su amigo, quien se hallaba distraído con unas lámparas de lava que formaban parte de la decoración del local.

—Yurio... —lo llamó en voz baja con cierta vacilación—. ¿Por qué estás haciendo todo esto por mí? De verdad no era necesario que llegaras a este punto.

Yurio pestañeó, y sus ojos brillaron al encontrarse con los de Yuuri.

—Digamos que lo hice porque quise hacerlo —dijo cruzando los brazos—. ¿Hay algún problema con eso?

Yuuri tragó saliva y notó que las palmas de sus manos comenzaban a sudar.

—No, ninguno —dijo haciendo lo posible por no tartamudear—. Es solo... M-me siento... Siento que estoy abusando de ti —admitió, y jugueteó nervioso con los pulgares—. Has hecho por mí más de lo que debías.

Yurio resopló con exasperación.

—Katsudon, ¿No eres capaz de aceptar la ayuda que los demás te están ofreciéndote tan amablemente sin hacer preguntas? —inquirió con el ceño fruncido—. Además, siento que te lo debía —agregó en voz baja.

Yuuri arqueó las cejas.

—¿Eh?

—¿Sabes qué? Olvídalo. No voy a continuar con esta conversación.

En esos momentos, el director se acercó a ellos y tendió de regreso la tarjeta de crédito a Yurio, quien la tomó y acompañó a Yuuri a la salida.

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Fue Minako quien compró los billetes de avión.

—Vayan a esa fiesta y demuestren a todos ellos que nada puede con Katsuki Yuuri —dijo ella con las manos en la cintura y actitud positiva.

—Gracias, Minako —dijo Yuuri, quien aceptó los billetes con manos trémulas.

—¡Ah! Y por cierto —ella extrajo un sobre del bolso, y se lo dio a Yurio—. ¿Pueden dar esto a Chris por mí? Estoy segura de que lo verán allí.

—Cuenta con eso —dijo Yurio, quien guardó el sobre en el interior del abrigo—. ¿Algo más?

Minako intercaló la mirada de uno a otro, y acabó abrazando a ambos.

—¡Estoy orgullosa de ustedes! En especial de ti, Yuuri, por no permitir que la depresión te consumiera.

Yuuri sonrió con timidez y dedicó una mirada a Yurio de soslayo.

—En realidad, a quien deberías agradecer es a él. Sin su ayuda no estaría aquí en estos momentos.

Yurio chasqueó la lengua con molestia y giró el rostro, pero las puntas de sus orejas se hallaban rojas, lo cual indicaba que se había sonrojado.

Tras despedirse de Minako, ambos decidieron enfocarse en el vuelo que los aguardaba. Juntos tomaron asiento en silencio, hasta que fue Yurio quien decidió quebrar la incómoda atmósfera.

—Katsudon —dijo sin dejar de mirar al frente—, luego de esta fiesta regresaré a Rusia. Otabek está esperándome allí.

Yuuri notó que algo pesado se formaba en su estómago.

—Y-ya veo... —dijo sin realmente saber qué responder.

Yuuri sabía —y siempre supo— que Yurio no estaría a su lado para siempre, aunque pese a todo conservaba la esperanza de que pasarían más tiempo juntos. Imaginarse a sí mismo sin Yurio y sus entrenamientos espartanos resultaba difícil, pero sabía que ese panorama muy pronto se volvería realidad.

En el fondo, no quería que Yurio regresara a Rusia, y dejar atrás las risas, los gritos, el apoyo...

«No, no puedo pensar en este tipo de cosas» se dijo apretando los ojos con fuerza «La labor de Yurio claramente ha llegado a su fin. No debo volver a depender emocionalmente de alguien como lo hice con Victor»

El anuncio de que el próximo vuelo sería el suyo los obligó a levantarse. Mientras caminaban el uno al lado del otro, Yuuri hizo lo posible por brindarse a sí mismo las fuerzas que necesitaría.

—Yurio —dijo tras vacilar un poco—, cuando regreses a Rusia... No te olvides de mí.

Yurio lo observó con las cejas arqueadas, y su expresión no tardó en mostrar una sonrisa ladina.

—¿Qué cosas estás diciendo? —dijo aguantando la risa—. Como si pudiera olvidar esa cara de cerdo tuya con tanta facilidad —entonces estiró el brazo y le pellizcó la nariz—. Mira, aún es muy pronto para decirse adiós. Concentrémonos en dar su merecido a ese vejete primero, ¿Vale?

La sonrisa cargada de confianza de Yurio fue contagiosa, y Yuuri fue incapaz de contener la suya.

Así, mientras ambos contemplaban al frente y se preguntaban qué les deparaba el destino, los días grises de Katsuki Yuuri comenzaron a tomar color.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora