Un empujón salido de la nada

587 92 12
                                    

Yuuri creyó que se trataba de su hermana que, como todas las mañanas, dejaba el desayuno frente a su puerta y golpeaba para hacérselo saber. No obstante, estos golpes eran fuertes, insistentes, incontrolables, y nada similares a los que su familia solía elaborar.

—¡Más te vale que abras ahora mismo, Katsudon, o tendrás que atenerte a las consecuencias!

No sabía qué exactamente había esperado, pero oír la voz imperativa de Yurio no era nada de eso.

—¡Abre, o echaré la puerta! —lo escuchó decir—. Y no seré yo el que pague por daños materiales, sino tú... ¡Por haberme obligado a hacerlo!

Katsuki notó que su garganta se había secado por la impresión, e incluso creyó que estaba sumergido en un extraño sueño. Se removió entre las sábanas y cubrió los oídos con las manos, como si eso fuera la solución exacta a la problemática que su mente decidió presentar, pero una secuencia de golpes lo obligó a aceptar que no se trataba de una diablesca maquinación de su subconsciente, sino algo mucho más real.

—¡Katsudon! ¡Lonjas de cerdo! ¡Idiota! ¡Abre ahora mismo!

Pero no fue capaz de responder. Aún se encontraba atontado por ese encuentro que jamás habría podido anticipar.

—Si no abres en menos de diez segundos, cuando eche esta puerta, te daré una caricia. En la cara. Con mi puño.

Bastaron cuatro segundos para que Yuuri alcanzara la puerta de su habitación, tres de los cuales necesitó para abrirse paso entre toda la basura que cubría el suelo.

—¡Yuri——!

Pero lo primero que halló fue un golpe directo a su nariz.

Debido a la sorpresa, Yuuri perdió el equilibrio y cayó sentado sobre algunas botellas de plástico, bolsas vacías de patatas fritas y más mugre de dudosa procedencia. Se llevó las manos a la zona del impacto, y contempló la figura del joven ruso con la expresión propia de alguien que acababa de ser apuñalado por la espalda.

—¿¡A qué vino eso!? —inquirió, y notó cierta comezón en los ojos. ¿A qué venían esas ganas de llorar en un momento como ése?—. No han pasado ni cinco segundos...

—No dije que te librarías del golpe si abrías rápidamente —Yurio se inclinó un poco, y tendió la mano con el fin de que Yuuri la sujetara. Éste, temeroso de que se tratara de una trampa, vaciló un poco antes de que sus temblorosos dígitos se aferraran al tacto contrario. Esta vez, Yurio se mostró solícito y lo ayudó a ponerse de pie.

Yuuri recibió un nuevo golpe: La nostalgia hizo de las suyas al contemplar que el Tigre de Rusia ya no era el mismo niño que le gritó en los baños, que le regaló pirozhki de katsudon en su cumpleaños, el que lo venció en el Grand Prix...

Sus ojos brillaron al centrarse en la figura ya adulta de Yuri Plisetsky, el mismo que se había cortado el cabello, había crecido unos centímetros, y cuyos rasgos habían madurado de forma positiva. Yurio se había convertido en un chico atractivo en todos los sentidos.

—¿Qué tanto estás mirando? —con el ceño fruncido, Yurio sostuvo el agarre que mantenía unidas sus manos—. Estás siendo espeluznante.

—¡Ah! ¡N-no es nada...! —Yuuri se apresuró a sonreír, pero sus labios solo pudieron mostrar una mueca nerviosa—. Es que-- ¡Estás diferente!

Fue el turno de Yurio de enmudecer, algo que no perduró por más de unos pocos segundos, pues tan pronto retornó a la normalidad, arrastró a Katsuki fuera de la habitación, y lo obligó a acompañarlo, sin ofrecer un aviso previo. Yuuri tardó un poco más en reaccionar.

—¡Yurio, espera! ¿Qué estás haciendo?

Luego de notar las intenciones de Plisetsky, Yuuri hizo lo posible por soltarse del agarre, pero su amigo se lo impidió.

—Deja de huir, maldición —lo oyó decir—. ¿Tienes idea del daño que has ocasionado?

Yuuri sintió que el aire huía de sus pulmones.

—¿Daño?

Yurio detuvo su andar, dejó ir el brazo ajeno, y lo contempló con una mirada chispeante.

—Toda tu familia ha estado preocupada por ti, tus amigos... Yo también lo estuve —inhaló algo de aire, y prosiguió—. Cuando supe lo que sucedió, me encontraba en medio de una gira importante y no pude venir a verte personalmente, pero ignoraste todos mis mensajes y mis llamadas. Intenté contactar con Minako, Yuuko, y tus padres, y todos me dijeron lo mismo: Que habías decidido encerrarte, y te rehusabas a hablar con los demás. Debido a mi contrato, no podía dejarlo todo tirado e intentar solucionarlo por mi cuenta, pero estaba tan furioso... —cerró los puños en torno al cuello de la camiseta de Yuuri—. ¡Aprende de una vez que no estás solo, maldita sea!

Yuuri percibió una vez más ese nudo en la garganta, pero no fue capaz de responder con más que un simple «Lo siento».

.

.

.

Debía admitir que, si bien esperaba ver a sus padres, hermana, y quizás a un par de amigos, no se encontró preparado para la multitud que se hallaba congregada en el salón, todos expectantes a una resolución. Y, antes de atravesar el umbral, Yurio se puso en puntillas y murmuró cerca de su oído:

—Nunca estuviste solo.

Lo que sucedió a continuación, Yuuri lo recordaba como una secuencia muy borrosa y confusa.

Lo primero fue su propia madre, con los ojos bañados en lágrimas, acercándose a él con los brazos abiertos. Le sucedió su padre, y tras eso... Una ola entera de personas: Las trillizas (Axel, Loop y Lutz), Yuuko, Minako, Takeshi, Minami, Phichit, Sara, Michele... e incluso un enfurruñado Seung-Gil Lee, todos demostrando una genuina felicidad por volver a verlo tras tanto tiempo encerrado en su habitación.

—Bienvenido a casa, Yuuri.

«No estás solo»

Y, tras dejar caer las lágrimas que había estado conteniendo, respondió con una sonrisa:

—He vuelto.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora