Las emociones no sanan de la noche a la mañana

563 84 5
                                    

Fue fácil abandonar las cuatro paredes de su habitación, o, al menos, en comparación con lo que deparaba a Yuuri a partir de ese día.

Por primera vez en mucho tiempo, Yuuri volvió a comer en compañía de su familia y amigos, todos con expresiones joviales que rascaban solo la superficie de la felicidad que albergaban en su corazón. El comedor se llenó de risas, murmullos, relatos que ayudaron a Yuuri a olvidar todos los pensamientos amargos que se adueñaron de él durante su encierro. La chimenea crepitaba, y el aroma a hogar se instaló en el edificio. Entonces Yuuri contemplaba los rostros de sus amigos, rebosantes de felicidad, y una espinita de ansiedad se clavaba en su estómago de inmediato, pues pese a ser el motivo de esa reunión, se sentía ajeno a toda esa algarabía, como si los rostros sonrientes que colmaban la mesa pertenecieran a un universo ajeno.

Percibió en sus pulmones la falta de aire, pues toda la jovialidad que inundaba la atmósfera le parecía asfixiante, y, tras un momento de confusión, necesitó disculparse y avanzar fuera del edificio con el fin de vaciar un poco la mente del bullicio y las sonrisas.

El sol se ocultaba tras algunos árboles, y el viento otorgaba frescor a esa cálida tarde de verano. El chirrido de las cigarras acompañaba al sonido de la naturaleza, y Yuuri disfrutó de ese ruidoso silencio como nunca antes lo había hecho. Aspiró algo de aire por la nariz, y lo exhaló por la boca hasta sentir que sus músculos se relajaban una vez más, y aunque sentía que debía volver dentro, optó por permanecer un poco más, abrazado a la quietud.

—Sabía que estarías aquí.

Yuuri emitió un respingo y, al girar, observó a Minako, que se acercaba con los elegantes pasos propios de una bailarina con experiencia.

—M-Minako-s...

Ella levantó el índice y lo obligó a guardar silencio, y poco después se situó a su lado.

—¿Qué te parece la fiesta? —preguntó con una mirada inquisitiva—. Debo admitir que Yuri se ha lucido.

Katsuki arqueó las cejas con una clara impresión.

—¿Yuri...?

—Fue él quien lo organizó todo. Contactó a los que están presentes, y luego se presentó haciendo honor al sobrenombre de «El Tigre de Rusia». Lucía tan enfundado en su objetivo, que no fuimos capaces de detenerlo antes que cometiera alguna locura de la que pudiera arrepentirse.

Yuuri no fue capaz de reprimir una sonrisa.

Incluso si lucía como un delincuente juvenil con un carácter difícil de comprender, Yurio era muy considerado. Todavía tenía presente en sí mismo la ocasión en la que le obsequió esos deliciosos pirozhkis de katsudon el día de su cumpleaños.

—Al final tuvo éxito, ¿No? ¿Cómo te sientes?

Yuuri abrió la boca para responder, pero descubrió que no sabía cómo hacerlo. Le costaba comprender los sentimientos que albergaban su corazón, porque incluso si había sido capaz de olvidar de forma momentanea el dolor que guardaba dentro de sí, éste continuaba latente y aferrado a su alma.

Minako no insistió porque ya tenía la respuesta que había buscado.

—Las cosas no mejoran de la noche a la mañana —dijo Yuuri con la voz entrecortada—. Sé que Yurio tiene las mejores intenciones del mundo, pero...

—Comprendo —Minako palmeó su espalda con aprecio—. No tienes que forzarte a nada, pero debes saber que las cosas se consiguen de a poco. Sé que es incómodo obligar a lanzarte al mundo sin estar apropiadamente preparado para ello, pero tarde o temprano tendrás que comenzar a salir y a abandonar tu zona de confort. Debes retornar, Yuuri, todos te queremos y extrañamos mucho.

Yuuri asintió despacio y se abrazó a sí mismo.

—Todo esto es demasiado para mí —admitió—. Para ser sincero, creo que preferiría continuar durmiendo por un tiempo más hasta que mi mente aprenda a olvidar...

—Las cosas no son así, Katsudon —en algún momento, Yurio había abandonado el salón y los había seguido, incluso parecía haber escuchado parte de la conversación—. Debes aprender a afrontar tus miedos. ¿Crees que éstos van a desaparecer solo porque sí? —avanzó a zancadas hasta el lugar donde ambos se encontraban—. Debes dejar de esconderte, de lamentarte por ti mismo, y seguir adelante cueste lo que cueste.

La actitud tan arrogante de Yurio le resultó molesta, y Yuuri no tuvo más elección que replicar elevando un poco la voz.

—Tú no sabes nada, no comprendes cómo se siente estar vacío, perdido... Sin motivación, sin deseos de continuar viviendo.

—De acuerdo —los ojos de Yurio centellearon—. Si te rehúsas a ir a la fiesta, entonces la fiesta vendrá a ti.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora