Los sueños que le aguardaban

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—A todo esto —dijo Yuuri, interrumpiendo los pensamientos de su amigo, el cual estaba comiendo un tazón de ramen—, ¿De qué sirve todo esto?
Yurio alzó la ceja, sorprendido por la repentina pregunta. De hecho, se podía comprobar lo ofendido que éste se encontraba.
Tras sorber los fideos, Yurio depositó los palillos sobre la mesa, se irguió, estiró el brazo y pellizcó la sonrosada mejilla de Yuuri.
—¿Te atreves a preguntar algo así? —dijo con expresión de molestia, y Yuuri se quejó de dolor en voz baja.
—¡Lo siento! Es que... —vaciló un poco—, solo quiero saber por qué te empeñas tanto en ayudarme. E-es decir... —sintiéndose apenado por tartamudear, Yuuri bajó la vista— creo que has hecho suficiente por mí. No quiero seguir siendo una carga para ti. Ni siquiera puedes pasar tus vacaciones con tu novio por mi culpa.
Yurio lo contempló por unos momentos, y su expresión se suavizó. Yuuri contempló un brillo extraño en los ojos de él, pero no emitió un solo sonido a la espera de una respuesta que parecía no llegar.
—¿Por qué tienes que buscar respuestas a todo? —masculló Yurio, enfurruñado—. Solo acepta lo que te estoy dando, y no hagas preguntas locas. ¿Entendiste?
Yuuri no se encontraba muy convencido, pero acabó asintiendo con la cabeza. No tenía muchas ganas de lidiar con un Yurio en modo tigre salvaje que podría acabar con él de un mordisco.

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Aún era temprano, pero Yuuri decidió ir a acostarse para brindar descanso a los adoloridos músculos, que pedían un poco de compasión luego de entrenar con Yurio durante toda la tarde.
Mientras permanecía consciente, permitió que su mente vagara hacia pensamientos que durante el día probablemente ni siquiera imaginaría.
«Yurio es muy gentil» se dijo, recordando las veces que lo había ayudado en los momentos que necesitaba algo de contacto humano «Puede parecer desinteresado, y tener un mal carácter, pero es un buen niño».

Casi podía oír la voz de Yurio replicando «Deja de llamarme niño», y rió por lo bajo ante esa imagen mental.
Yurio no tenía idea de lo agradecido que se encontraba con él.
«Si tan solo pudiera encontrar la forma de devolverle el favor...»
Pero, ¿Qué querría Yurio a cambio?
«Vuelve a patinar» dijo el Yurio imaginario que se dibujaba en su mente «Patina de nuevo a mi lado»
Yuuri cerró los ojos con fuerza.
«No... No puedo hacerlo» pensó en respuesta al Yurio imaginario «No ha pasado mucho tiempo. Todavía no soy digno de pararme en la pista...»
Se imaginó a sí mismo sobre el hielo y se preguntó «¿Y si olvidé cómo hacerlo?»

Abandonó todos aquellos pensamientos y tomó asiento de golpe. Un dolor en el bajo vientre le advirtió que debía ir al baño, y fue así como se puso de pie y abandonó el calor de aquellas nuevas sábanas (compradas por Minako para reemplazar las viejas) para dirigirse al váter.
De regreso, y entre bostezos, advirtió que la puerta de la habitación donde se hospedaba Yurio se hallaba entreabierta. Por un momento pensó en que sería mejor si pasaba de largo, hasta que oyó la voz de su amigo, lo cual impidió que continuara avanzando.
La habitación se hallaba a oscuras, pero el brillo de la laptop la iluminaba tenuemente. Yurio se encontraba hablando por Skype con Otabek, quien no había notado la presencia del espía (para fortuna de Yuuri).
—...y después de eso, volveré a Rusia —decía Yurio.
—¿Por qué esperar hasta entonces? —preguntó Otabek—. ¿No sería mejor si vuelves ahora? Según lo que me has dicho, parece encontrarse mucho mejor.
—Necesito estar completamente seguro —dijo Yurio—. En la fiesta lo sabré. Una vez que mande a Victor de puntitas a la calle, sabré que todos mis esfuerzos no han sido en vano.
Hubo una pausa, y Yuuri se mordió las uñas.
—Tienes muchas esperanzas puestas en él —dijo Otabek, quebrando el súbito silencio.
—¡Por supuesto! —dijo Yurio—. Ese tazón de cerdo me lo debe. ¡El Grand Prix no es lo mismo sin él!
«Lo sabía» pensó Yuuri, alarmado «Él solo quiere que vuelva a patinar»
Mientras la conversación proseguía, Yuuri se escabulló rápido hacia su habitación y volvió a meterse en la cama, no sin antes repasar cien veces la conversación que acababa de atestiguar.

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Yurio lo despertó a la misma hora de siempre.
—¡Levanta, tazón de cerdo! —exclamó con tono espartano—. ¡Debemos continuar con el entrenamiento!
Yuuri se aferró a la manta y la almohada.
—¡No quiero! —se quejó con voz llorosa—. Me duelen las piernas, ¿No podemos descansar hoy?
—¡De ningún modo! Anda, mueve ese trasero gordo antes que yo mismo lo arroje de la cama.
Yuuri balbuceó algo ininteligible, y se aferró con más fuerza a las sábanas.
—¡Déjame! —exclamó cuando finalmente pudo articular de forma correcta—. No he dormido nada, ¡Quiero descansar!
Yurio iba a decir algo, pero fue interrumpido por un trueno que hizo temblar todas las paredes. Poco después, empezó a llover con intensidad al punto que azotaba la ventana.
Yurio dejó escapar un sonido resignado.
—De acuerdo —accedió, y soltó la manta que había estado zarandeando—. Hoy nos tomaremos un descanso.
Yuuri intentó decir algo, pero con la cara enterrada sobre la almohada era difícil que pudiera enunciar algo coherente. Sin embargo, su descanso fue interrumpido cuando sintió un gentil golpecito sobre el hombro. Yuuri apretó los labios con enojo. ¿Acaso Yurio no iba a dejarlo en paz?
Giró el rostro, y se dispuso a encarar a Yurio, pero en lugar de encontrarse con los ojos de éste, halló el rostro de Victor dedicándole una mirada gentil.
Fue como si el tiempo se hubiera detenido, y Yuuri sintió un vacío en el pecho. Le costaba respirar.
—V-V-V -no era capaz de pronunciar el nombre—. ¿Victor? —aspiró aire—, ¿Qué haces aquí?
Su expareja se enderezó.
—Pensaba que podíamos dar un paseo por la playa —dijo con aquella amabilidad que lo caracterizaba—. ¿Y charlar un poco?
Yuuri buscó las gafas y se las puso con rapidez, clavándose la oreja de forma dolorosa en el proceso.
—Pero ¡Está lloviendo! Hay una tormenta horrible allá afuera.
—¿En serio? —Victor giró el rostro para contemplar el clima que podía verse a través de la ventana, pero no había lluvia ni tormenta. Solo un cielo gris y gélido.

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Llevaban un tiempo caminando. Victor se hallaba unos pasos frente a Yuuri, quien lo seguía con pisadas cargadas de duda. Ni uno de los dos había hablado desde que abandonaron el hogar de los Katsuki, y Yuuri empezaba a pensar que acceder a los caprichos de Victor.
—Lo he sabido todo gracias al pequeño Yurotchka —dijo Victor de pronto, y se detuvo en seco. Yuuri lo imitó, pero no dijo nada a causa del horrible nudo que tenía en el estómago—. Me ha contado todo acerca de ti, de cómo has mejorado, de cómo conseguiste superar esta depresión...
Yuuri oyó el sonido de las olas y las gaviotas, y éstos silenciaron por un momento las siguientes palabras de Victor, quien continuó hablando.
—¿Por eso estás aquí? —dijo Yuuri, interrumpiéndolo en seco—, ¿Porque estoy mejor?
Victor colocó las manos en los bolsillos, y se acercó un poco. En su expresión se mostraba mucha gentileza.
—Tú y yo acabamos nuestra relación, pero eso no significa que no te guarde cierto cariño, Yuuri —dijo él, y elevó los dedos para acariciar la mejilla de éste. Yuuri palideció, pero no se negó al cálido tacto.
—¿Eso qué quiere decir? —inquirió éste con voz trémula.
—A lo que quiero llegar es... —Victor sujetó los dedos de Yuuri entre los propios—, me he dado cuenta del error que cometí, y creo que merezco una segunda oportunidad.
El alma de Yuuri cayó a sus pies, y por un momento se vio tentado a arrojarse a los brazos de Victor y besarlo, pero en lugar de eso apartó cualquier contacto con él y retrocedió unos pasos.
—No —dijo con tal seguridad que incluso él se sorprendió—. Si vuelvo a ti, todos los esfuerzos de Yurio, y todos los míos, habrán sido en vano. Ya tuviste tu oportunidad, y decidiste abandonarla por tu propia elección. No te debo nada, Victor.
Los ojos castaños de Yuuri ardían en llamas, fijos en un pasmado Victor que no supo cómo reaccionar.
Tras unos instantes, una nueva sonrisa se apropió de la expresión de éste.
—Ya veo —dijo—. Lo entiendo —y, tras fijarse en los ojos de Yuuri, agregó—: Estás enamorado.
Yuuri quedó con la garganta seca.
—¿Qué...?
—No de mí —prosiguió Victor sin oír a Yuuri—. De alguien más. Sea pues ésta tu elección final.
Victor giró sobre sí mismo, con las manos todavía puestas en los bolsillos, y empezó a caminar.
Yuuri no lo siguió esta vez.
—¿De qué hablas? —preguntó Yuuri de pronto—. ¿Enamorado? ¿Enamorado de...? ¡Victor, espera!
Corrió tras él con la cabeza aún llena de dudas, pero Victor no se detuvo ante su llamada. Yuuri continuó corriendo, pero la arena de la playa se volvía cada vez más pesada, y Yuuri se hundía en ella.

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Entonces, despertó.
Afuera, la tormenta continuaba su curso, azotando ramas contra la pared y rugiendo de vez en cuando.
Yuuri tomó asiento despacio, y dejó caer algunas lágrimas al recordar a Victor en su sueño.
Él todavía lo amaba.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora