Futuro anticipado

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Esa mañana, Yuuri habló respecto al sueño que había tenido durante el desayuno. Yurio lo escuchó con atención sin dejar de comerse el delicioso arroz preparado por la señora Katsuki y, cuando acabó su relato, Yurio tardó unos momentos en expresar su opinión al respecto.

—¿Qué crees que significa? —preguntó Yuuri con cierta inquietud—. ¿Que estoy enamorado de alguien más? Pero... ¿De quién?

Yurio acabó de beberse la sopa miso del tazón, y dejó los palillos a un lado.

—¿Por qué me preguntas eso? No soy un psicólogo —dijo él con cara de pocos amigos—. Pero si has soñado con Victor es que has estado pensando en él de nuevo, ¿No?

La expresión amenazadora de Yurio tomó a Yuuri por sorpresa, quien estuvo a punto de caer de la silla a causa del pánico que se apoderó de cada fibra de su ser.

—¡No, no! ¡Estoy seguro de que había logrado sacarlo de mi mente por completo! —se excusó con rapidez—. Pero ese sueño me ha tomado completamente por sorpresa, así que... —detuvo las palabras y observó pensativo el tazón vacío que reposaba frente a él. La verdad era que no sabía qué pensar, pero tenía el presentimiento clavado como una espina de pescado que aseguraba que ese sueño era más importante de lo que en realidad era capaz de sospechar.

Sin embargo, a Yurio no parecía importarle mucho ese tema, así que decidió dejarlo por un lado. No quería invocar su furia por estar hablando acerca de Victor una vez más.


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Ese día corrieron una vez más, tal y como la rutina dictaba. Yurio había estado incrementando la distancia del recorrido gradualmente a medida que Yuuri iba generando masa muscular. Aún faltaba mucho para recuperar la figura de la que fue dueño antes de haber caído en depresión, pero lucía mucho mejor, más vivo, con los ojos más brillantes y la expresión más determinada. Todo eso parecía animar a Yurio a ser más estricto con el entrenamiento, motivo por el cual muchas veces Yuuri retornaba a casa casi a rastras (E, incluso una vez, Yurio necesitó cargarlo para poder hacerlo).

Cuando faltaba una semana para la fiesta, Yurio insistió en llevar a Yuuri a ver a un estilista que fuese capaz de mejorar su apariencia. Yuuri, por supuesto, no se mostró de acuerdo con la idea. No solo gastaría mucho dinero, también su deuda con Yurio alcanzaría niveles descomunales que no sería capaz de devolver en un millón de años.

—¡Estás haciendo demasiado por mí! —insistió alarmado cuando ya llevaban medio camino al centro de estilismo—. ¡A este paso jamás podré devolverte todo lo que has hecho por mí!

—Si quieres devolverme el favor —dijo Yurio— entonces regresa a la pista de patinaje.

Los ojos castaños de Yuuri se encontraron con los de su amigo, y fue capaz de contemplar la sinceridad que manaba de ellos. Yurio iba en serio.

Entonces recordó aquel Grand Prix en el que Yurio patinó para él, para evitar que se retirara del patinaje.

—Yurio... —sintió que las lágrimas se asomaban a través de sus ojos—. ¡Eres genial!

Sin pensarlo dos veces, se arrojó a los brazos de su amigo y se abrazó a él pese a todas las protestas que brotaron de los labios ajenos. 

Yuuri no podía medir con palabras la felicidad que sentía, y lo afortunado que era por tener un amigo como Yurio. En realidad, sabía que si no fuera por él, probablemente continuaría confinado en su habitación sin comer ni beber nada, y llorando por Victor.


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Al llegar, el estilista contempló a Yuuri de pies a cabeza con ojos analíticos y, con un par de palmadas, ordenó al personal a reunirse junto a él para debatir respecto al nuevo cliente que acababa de llegar.

Yuuri podía decir que se sentía semejante a un animal de laboratorio que estaba siendo cuidadosamente vigilado y analizado por sus captores. Cuando intentó transmitir el mensaje a Yurio, y hacerle ver su desesperación, descubrió que éste había desaparecido a quién supiera dónde, lo cual no lo ayudó a sentirse mejor.

Una vez que la improvisada reunión de estilistas culminó, una joven que había pertenecido al círculo lo arrastró frente a un espejo para arreglar las horribles y descuidadas greñas que cubrían su cabeza. Tras eso, otra estilista se encargó de arreglarle las uñas de las manos y los pies al tiempo que otro más trataba su cutis.

Todo eso transcurrió tan rápidamente, que Yuuri se sintió mareado, como si hubiera caído presa de otro sueño del que no podía escapar, con la excepción de que allí no se encontraba Victor.

Al culminar el tratamiento, el director del centro de estilismo presentó al nuevo Yuuri a Yurio, quien se había distraído con la sección de vestimentas que se hallaba situada en la siguiente planta del edificio.

Yurio se mostró muy satisfecho con lo que sus ojos estaban presenciando.

—¿Cree que estará listo para una fiesta que se desarrollará el sábado? —preguntó éste con la mano en el mentón.

El director observó a Yuuri de pies a cabeza y frunció la nariz.

—Somos estilistas, pero no hacemos milagros —dijo con tono seco—. Sin embargo, nos esforzaremos en que se vea mucho más presentable que cuando acababa de llegar.

Yuuri parpadeó sin comprender cierto aspecto de la conversación.

—Un momento, ¿De qué están hablando? —preguntó él pasando la mirada de uno a otro.

—De tu cambio de imagen, por supuesto —dijo Yurio con los brazos cruzados—. Debemos dejar atrás esa apariencia de vagabundo para que luzcas como todo un cerdo... o tazón de cerdo... Como quieras llamarlo.

Yuuri no fue capaz de reprimir una sonrisa al recordar que, en sus presentaciones como Eros, se había inspirado en un tazón de cerdo para poder llevar a cabo su papel con éxito. ¿Cómo olvidarlo? Y, al parecer, Yurio tampoco había podido sacarlo de su mente.

—En efecto —dijo el director —, pero para poder lograrlo necesitaremos que acuda a una sesión diaria por el resto de la semana.

—¡¿El resto de la...?! —Yuuri se alarmó y pasó la mirada a Yurio—. ¡Eso costaría mucho!

—No te preocupes, Katsudon —dijo Yurio y extrajo una tarjeta de crédito de la cartera—. Lo tengo todo cubierto.

Mientras el director se marchaba a cobrar el monto necesario, Yuuri creyó que caería en cualquier momento al suelo, infartado.

—¿Por qué estás haciendo todo esto? —preguntó él con una nota de desesperación en la voz.

—¿No es obvio? —dijo Yurio, y sus ojos centellaron de forma peligrosa—. Debemos demostrar a ese anciano qué se ha perdido.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora