Un paseo en París

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Al llegar a Francia, se instalaron en un cómodo hotel situado en los suburbios. Yuuri decidió dormir para compensar el cansancio que el viaje le había producido mientras Yurio daba un paseo por los alrededores.

Cuando despertó, creyó que se le había hecho tarde pero, tras comprobar su reloj, notó que aún faltaban cinco horas para el inicio de la fiesta.

Yurio se encontraba en su habitación, sentado cómodamente en un rincón apartado mientras hojeaba una revista con expresión aburrida.

—¿En qué momento llegaste? —preguntó Yuuri.

—Hace como veinte minutos —dijo Yurio sin levantar la mirada—. Fui a comprar un regalo para Otabek.

—¿En serio? ¿Qué le compraste?

—Velo por ti mismo —dijo Yurio, quien le arrojó una caja plateada, y Yuuri la atrapó en el aire.

Al abrirla, sus ojos quedaron embelesados con un reloj reluciente de manufactura exquisita.

—¡Woah! —exclamó Yuuri—. Es... ¡Es hermoso! Estoy seguro de que le gustará.

Yurio trazó una sonrisa débil.

—¿Lo crees?

Yuuri asintió con la cabeza. Tras ponerse de pie, se acercó y devolvió la caja a Yurio.

—Otabek es muy afortunado de tenerte —dijo Yuuri con una sonrisa sincera.

Yurio no respondió. Se limitó a ponerse de pie y guardar la caja en silencio. Una vez que el objeto estuvo asegurado, Yurio giró a ver a Yuuri.

—Todavía falta mucho para el inicio de la fiesta —dijo con una sonrisa ladina—. ¿Te apetece un paseo?

Yuuri arqueó las cejas con perplejidad, y se vio a sí mismo tartamudeando la respuesta.

—¡P-por supuesto!

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Las calles se hallaban colmadas de transeúntes, muchos de ellos con apariencia de turistas que se detenían a intervalos para contemplar los escaparates de las tiendas.

Yuuri no prestaba mucha atención al camino, pues se hallaba embelesado por la exquisita arquitectura parisina, y el olor a café que lo conquistaba pese a desconocer su procedencia.

Ninguno se atrevió a quebrar el silencio colmado por el murmullo de desconocidos. Yuuri enfocaba su curiosidad en los elementos que alcanzaban su campo de visión, mientras que Yurio parecía tener la mente en otro sitio.

Al alcanzar una cafetería, Yurio lo invitó a tomar asiento a las afueras con un gesto de la cabeza, y Yuuri accedió con una sonrisa.

No pasó mucho tiempo hasta que un mesero se acercó a tomar su orden.

—Un té chai con crema, por favor —ordenó Yurio.

—Yo quiero un latte suave —dijo Yuuri con una sonrisa nerviosa.

Tras anotar las órdenes, el mesero se apresuró a ingresar a la cafetería, y Yuuri enfocó la atención en su amigo, quien lucía pensativo.

—¿Sucede algo? —se animó a preguntar, pese a que esperaba una negativa rotunda.

Para su sorpresa, Yurio suspiró y lo miró a los ojos.

—¿Cómo te sientes? —preguntó, generando estupefacción en Yuuri.

—¿Eh? ¿A qué te refieres?

Yurio se acomodó mejor en el asiento, pero no apartó la vista de Yuuri.

—¿Cómo te encuentras en estos momentos? ¿Estás seguro de que podrás con la fiesta?

Las preguntas dejaron a Yuuri con la boca seca. Él no se había detenido a pensar mucho en ello, ya que Yurio había ocupado toda su atención y preocupación. Tras meditarlo un poco en silencio, finalmente fue capaz de ofrecer una respuesta sincera.

—La verdad es que estoy aterrorizado —dijo con voz trémula y sin mirar a Yurio—. Tengo miedo de cometer alguna equivocación y... —elaboró una pausa—. Pero lo que en verdad me asusta es volver a ver a Victor. ¿Y si vuelvo a deprimirme y todo lo que has hecho por mí se vuelve vano?

Yurio frunció el ceño.

—Si vuelves a caer por ese tipejo, voy a darte una paliza.

Yuuri forzó una risa, pero al ver la mirada de su amigo, supo de inmediato que no bromeaba.

—Lo siento —musitó Yuuri.

Yurio desvió la mirada, aún con el ceño fruncido, y guardó silencio por unos instantes.

—Ésta es la última vez que beberemos café juntos... —dijo con tono pensativo, y obligó a Yuuri a levantar la mirada.

—Es cierto... —dijo éste sintiendo un nudo en la garganta—. Volverás a Rusia.

Ninguno de los dos fue capaz de decir algo hasta que el mesero retornó con su orden. Yurio dio un sorbo a su té mientras Yuuri vaciaba todos los saquitos de azúcar en el latte.

—Pero nos volveremos a ver —dijo Yurio de pronto, quebrando el silencio, y Yuuri fue capaz de atisbar un destello de esperanza en su mirada—. Puedes ir a visitarme cuando tengas tiempo, o encontrarnos de nuevo como rivales en el Grand Prix.

Yuuri arqueó las cejas y notó que su corazón bombeaba con fuerza ante la idea propuesta por su amigo.

—Dalo por hecho —dijo Yuuri—. Aunque todavía no estoy muy seguro respecto al patinaje...

Yurio bebió un sorbo de su té.

—Lo lograrás —dijo sin mirarlo—. Eres Katsuki Yuuri después de todo, aquel al que más admiro.

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Retomaron su paseo, y admiraron estatuas, edificios históricos, e incluso fueron a visitar el monumento que se alzaba en honor a la toma de la Bastilla, que consistía en un obelisco con una placa situada sobre el suelo, donde mencionaban los hechos que acontecieron en el lugar y dieron inicio a la Revolución Francesa.

—He leído al respecto —dijo Yuuri sin apartar los ojos del obelisco.

—¿Tú? ¿Leer? —dijo Yurio con sorna.

—El pueblo atacó el sitio en busca de armas y municiones. Aniquilaron a todos los guardias y torturaron al comandante. El pobre hombre gritó que lo mataran para acabar con su sufrimiento... Y lo hicieron. Le cortaron la cabeza, la clavaron en una pica, y recorrieron con ella las calles de Francia para celebrar la victoria sobre el antiguo régimen. Después, uno por uno, usando manos, picos y todo lo que tenían al alcance de la mano, derribaron la bastilla hasta que no quedó nada de ella.

—Se nota que estudiaste, ¿No? —dijo Yurio con sorna.

Yuuri forzó una sonrisa.

—Aunque no lo parezca, fui un buen estudiante en la escuela. Me cuesta creer que ya han pasado tantos años desde entonces...

Yurio suspiró con pesadez.

—En todo caso, con la imagen mental que me has dado ya arruinaste mi día. Ahora no podré volver a comer brochetas.

Yuuri rió con nerviosismo mientras Yurio comprobaba la hora en su reloj.

—Creo que será mejor que vayamos a alistarnos —dijo sin mirar a Yuuri—. La fiesta empezará en un par de horas.

Yuuri de pronto sintió todo el peso de los nervios caer sobre él, pero Yurio dijo algo que consiguió distraer su mente de inmediato.

—Por cierto, gracias por la cita

Tras una última sonrisa ladina, Yurio le dio la espalda y comenzó a caminar en dirección al hotel, dejando atrás a un Yuuri confuso cuyo pecho se había convertido en un lío.

El lamento de ErosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora