Doce.

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Al encontrarse en el mismo salón, se sonrieron.

Pero esta vez fue él quién se sentó en el asiento al lado de ella.

Tuvieron una conversación normal, la típica que se da a la mañana cuando recién te encuentras con alguien. Mientras veinte pares de ojos los observaban extrañados.

Ella sé ruborizó, sabía que los miraban, sólo porque ella siempre había sido la que no hablaba con nadie.

Y de una mañana a la otra, se dignó a darle algo que no sean evasivas a alguien.

Él notó que la pobre chica estaba incómoda, y eso lo enfureció.

No sabía porqué, pero al tener ella una apariencia tan frágil y pequeña, él quería defenderla.

Pero no dijo nada, porque apenas la conocía, y no había razón para hacerlo.

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