Catorce.

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Un mes desde que se conocieron.

Ella empezaba a sentir como pequeñas arañas se extendían por su estómago cada vez que lo veía.

Sus padres no paraban de preguntarle porque estaba más distraída de lo normal.

Pasaba tardes y noches tratando de pensar en otra cosa que no sea la perfección que había en aquella mirada triste y gris, o como se sentía protegida cuando él la rodeaba con sus brazos, o también en que cuando él sonreía, ella no podía mantenerse seria. Pero no lo lograba, por más que lo intentara, sus pensamientos siempre iban hacia él.

Él, por su lado, se sentía en la nubes, no podía expresar lo que le pasaba.

No estaba triste, ni feliz, sólo se sentía flotando, y también como un idiota.

Su madre empezó a sonreírle cuando él la miraba, y no sabía porqué.

Cada vez que se iba a la cama, ya no estaba triste como antes.

Ahora sólo pensaba en esos ojos, que por más oscuros que sean, podían iluminar todo su mundo. Así cómo también en lo fácil que era alzarla y mantenerla envuelta con su cuerpo. Y también en lo contagiosa que era su risa. Sólo la veía a ella.

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