Trece.

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Pasaron las horas, y ya había llegado la hora del almuerzo.

Ella quería sentarse con él, acompañarlo, pero no sabía como decírselo.

"Busquemos una mesa tranquila." Dijo él, sorprendiéndola, y sacándole un peso de encima.

Se sentaron en una de las mesas de afuera, hacía un lindo día para estar encerrados.

Hablaron sobre sus intereses, gustos, odios. Sobre todo.

Y descubrieron que eran todo lo contrario.

Pero aún así, rieron hasta quedarse sin aire.

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