8. ''¡Nick! ¡Idiota!''

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 La ola de calor es inmensa. Parece el desierto del Sahara. Sé que estamos cerca de África, pero puedo prometer que si estrujo mi ropa, salen chorros de sudor. ¡Esto es el mismísimo infierno! Perezosa y casi deshidratada, me levanto de la cama. Mis pies descalzos tocan el suelo tibio en busca de consuelo. Me dirijo al baño. Me doy una ducha rápida y rodeo mi cuerpo con la toalla blanca. El hecho de pensar en salir con Cameron me emociona, pues hace tiempo que Cameron y yo no salimos como una pareja ''normal''. Siempre tenemos algo que hacer o lo dejamos pasar.

Bajo las escaleras dando saltitos. De repente, me doy de bruces contra algo duro pero lo suficientemente blando como para no herirme. Alzo la vista y Nick me observa un tanto sorprendido. ¿Qué le pasa?

— Vaya, vaya. Buenos días, nena. Que provocadora estás hoy. —me come con la mirada.

Mis mejillas me delatan.

— Idiota.

Ríe y me deja pasar. Voy al salón y rebusco en la bolsa de los bikinis. Me decanto por uno rojo de puntos blancos.

Mientras voy de camino a mi habitación, pienso en la risa de Nick. De la cual una vez estuve enamorada. Nuestro amor fue de críos. Sin importancia. Más tarde, cuando él tenía 13 años —esta era la segunda vez que venía a La Palma desde California—, se volvió insoportable. He de admitir que la gente con la que andaba no eran más que inmaduros. Desde ese día no ha evolucionado.

Me cambio y justo cuando voy a abrir la puerta de nuevo, Nick aparece en escena.

—¿Lagartija?

— ¿Uhm?

— ¿Por qué te has puesto nerviosa abajo? Cuando me reí, quiero decir.

Trago duro.

— ¿Qué dices? Tú no me pones de ninguna manera.

Me arrepiento de mis palabras desde el momento en el que las digo. Nick me mira con las cejas alzadas y su semblante está adornado por una sonrisa ladina.

—¿No? Vamos a comprobarlo. —se acerca a mí hasta que nuestras frentes se tocan. Nuestros alientos se mezclan y nuestras bocas están a milímetros. Cierra los ojos y, por acto involuntario, lo hago yo. Espero unos segundos pero la unión de nuestras bocas nunca llega. Abro los ojos y frunzo el ceño. Nick me mira expectante, reprimiendo una risotada.

— ¡Pero qué mona! Parecías un besugo.

Gruño.

—No quiero que me beses. Deberías tener eso claro.

— Con que esas tenemos. — Y, en un abrir y cerrar de ojos, sus labios envuelven los míos envueltos en un beso desesperado y ansioso. A medida que el beso continua, llevo mis manos hacia su cuello y él lleva las suyas hacia mis caderas estrechándome a su cuerpo. Nuestras lenguas bailan un compás perfecto. Rompo el beso.

—No quiero que me beses. Deberías tener eso claro. — dice Nick imitando mi voz.

— ¡Oye! ¡Yo no tengo la voz tan chillona! — río.

Se encoge de hombros.

—Con que no me querías besar, ¿eh?...

— No. No te quería dejar mal. Eso es todo. — miento con voz temblorosa. ¡Madre mía! Sabe perfectamente lo que causa en mí.

— Apuesto a que tu noviecito, no saber dar tan buenos besos como este guaperas que tienes delante. — reprocha haciendo énfasis en ''noviecito'', junto con una voz de asco.

— ¿Dónde está el guaperas?—recorro la habitación con la mirada— Yo tenía entendido que llegaba a las once.— digo intentando escapar de ahí lo antes posible para que pueda pensar en lo que acaba de ocurrir. Nick me corta el paso. Alza mi barbilla con su pulgar.

— Mírame. — niego con la cabeza. No quiero mirarlo, por mucho que me cueste decirlo, sé que me perderé en esos ojos claros que me vuelven loca desde hace tiempo.

—Mírame, Maddy. — repite con enfado. Le miro y ahí estoy otra vez, recordando cuán enamorada estoy de este chico. Los pigmentos azules hacen que sus ojos se vuelvan aún más tentadores. Parecen una obra de arte esperando la visita de algún aficionado.

—Quiero que recuerdes que tus labios son míos, al igual que toda tú, desde que teníamos 5 años.

Y con esto baja las escaleras y se dirige hacia el comedor. Yo tardo unos minutos en reaccionar.

Nick.

No pude contenerme. Tenía delante de mí esos labios a los que siempre he querido besar una y otra vez hasta que se desgasten los míos. Nuestras bocas encajaban tan bien la una con la otra. No me arrepiento de nada. Yo hago las cosas por impulso, tengan las consecuencias que tengan. Aún mis labios se están recuperando. Siento un hormigueo agradable. Esbozo una sonrisa tonta. ¡Qué ganas de besarla otra vez!

Voy al comedor y veo cómo Verónica saca un motón de cosas que coloca en la encimera.

— Buenos días, Verónica.

— Buenos días, Nash. —seca sus manos en el delantal de flores— ¿Quieres desayunar? Voy a preparar tortitas con nata y nutella. ¿Te apetece?

— Con el hambre que tengo, comería de todo. —asiente, contenta. Menos mal que esta mujer no ha notado el doble sentido. Seguro que si Maddy estuviera aquí, ya me hubiera dado un codazo.

— Yo la voy a ir preparando. ¿Podrías llamar a Maddy para que baje?

— Ya es retrasada de nacimiento. — murmuro por lo bajo.— ¡Maddy!—grito por el pasillo.

—¡Que ya voy!—oigo que dice, exasperada.

Baja al comedor. Preparamos la mesa mientras Verónica termina de hacer las tortitas americanas. Entre risas y bromas se vuela el desayuno. Después de este, nos pasamos lo que nos queda de mañana, jugando al póker. Hasta que llegan las 11:00. Cameron...Se oye un claxon y sé que su noviecito ya está aquí.

— Bueno, me voy. — Maddy va a abrazar a su madre y le da un beso en la mejilla. Se acerca a mí para darme uno también pero giro la cara y su beso se planta en mis labios.

— ¡Nash! ¡Idiota! — dice sonrojada.

Sonrío, inocente.

—Pásalo bien, nena.

Recoloca su bolso.

— Descuida, nene.


¿Amor? Antes me tiro por la ventana. {NG} [EDITANDO]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora