8. El sacrificio.

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Entré en la habitación, riéndome interiormente del comportamiento infantil de Liam; nunca había actuado de aquella manera tan extraña y a la vez, peculiar. Es más, nunca le había visto más de diez minutos en el interior de palacio.

No fue hasta que cerré la puerta y giré mi cuerpo hacia el interior de mis aposentos cuando lo vi.

—¡Jesucristo!— exclamé llevándome la mano al corazón por el susto. 

Tenía las manos tras la espalda y se balanceaba sobre la punta de sus pies. Una sonrisa inocente decoraba su rostro. 

Fruncí el ceño, confundida por la situación.

—¿Qué hace aquí?

—Eso mismo la iba a preguntar yo a usted.

Aplané los labios al escuchar su absurdo comentario.

—Es mi habitación, tengo derecho a estar aquí. Tú, en cambio, no.

Se rascó el mentón, ladeando parcialmente su boca hacia el lado contrario. Me gustó aquel gesto.

—Quería preguntarla si mañana contaba con la tarde libre. 

Parpadeé varias veces, aún descolocada por sus palabras.

—No, no tengo nada que hacer. ¿Por qué lo pregunta?

—¿Le parece bien ocupar su tarde en mi compañía?

Aquello me pilló por sorpresa y él se dio cuenta. Me dedicó una de sus típicas medias sonrisas; su expresión corporal se había relajado.

Viendo que tardaba más de la cuenta en contestar, añadió:

—Quiero conocerla y hacer que se lo pase bien.

Di un pequeño paso hacia atrás, no muy segura de sus palabras. ¿Desde cuándo Harry Semper se preocupaba por mí y se esforzaba en mejorar mi estado de ánimo?

—Pero ya me conoce— murmuré. El chico bufó de forma divertida.

—Si con conocerla significa saber su nombre y edad, claro que la conozco. Yo y todos los de este reino. 

«Además de haber pasado nuestra infancia juntos», pensé pero decidí no tocar aquel tema.

—No debes saber mucho más aparte de lo primordial.

—¿No quiere divertirse un poco? ¿Salir de estas cuatro paredes?— preguntó con la cabeza ladeada.

—Sí per--

—La espero mañana a las ocho en el fresno del jardín— indicó mientras caminaba hacia mí y me bordeaba para acercarse a la puerta. Antes de abrirla, me miró sobre su hombro—. Aunque quizá no sabe dónde está, como le  ocurrió la última vez. 

Cerré momentáneamante los ojos y suspiré; había sacado el tema a la luz. Dándome la vuelta sobre mi sitio y enfrentándole, contesté:

—Siempre he sabido dónde se encontraba aquel árbol pero quizás no aparecí por causas que no se ha parado a pensar más allá de sus conjeturas.

Se encogió de hombros.

—Quise creer que se le olvidó dónde estaba por mi propio bien.

—Pues no fue así.

Soltó el pomo de la puerta y decidió apoyar la espalda en esta, haciéndome cara mientras hablábamos. Sus manos se escondieron en los bolsillos de su pantalón de tela.

—A ver si adivino. Te diste cuenta de que el juntarte con la clase baja iba a causarte más problemas que ventajas y decidiste olvidarte de mí de un día para otro, ¿no es así?— preguntó rencoroso. Había vuelto a tutearme por segunda vez en el mes.

Como un Ángel - h.s ; Pt. I ∙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora