3. ¿Perdida, princesa?

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Desde aquel día no volví a cruzar una palabra con ellos, a excepción de aquella misma mañana con el rizado.

Entonces ella estaba allí, acomodando los cojines. La miré de reojo y una punzada de dolor al recordar que me dejaron sola recorrió mi corazón. Decidí alejar el rencor y dirigirme al jardín; allí siempre conseguía despejar mi mente. 

En la cuadra se encontraba Liam, el chico encargado del cuidado de los caballos. Él también había servido al rey escocés y en muy poco tiempo me había demostrado ser un joven encantador. 

—Buenos días, princesa. ¿Qué tal las clases?— preguntó dejando de cepillar a uno de los caballos para acercarse a entablar una conversación conmigo.

—Aburridas, como siempre.

—Déjeme adivinar. ¿Normas, normas y más normas?— dijo en un tono divertido.

—Y vestidos pomposos— añadí elevando el índice para darle más importancia.

—Como olvidarlo— dio una leve carcajada—. ¿Viene a montar?— preguntó dirigiéndose a una de las caballerizas; la de mi yegua.

—Sí.

Asintió con la cabeza en respuesta y al minuto se encontraba delante de mí con las riendas de Crystal, mi caballo, en su mano. Me ayudó a subirme.

—¿Aviso a su acompañante?

Suspiré. Debido a un mandato de mi padre, un guardia de la corte debía acompañarme en cada viaje o paseo que decidía realizar por mi seguridad.

—No, hoy quiero ir sola.

Liam siempre me cubría en aquellas veces que necesitaba soledad.

—Está bien. Pero recuerde, vuelva cuando todavía no se haya ido el sol. El bosque es peligroso por la noche.

Asentí sabiendo la norma que el propio joven siempre se encargaba de recordarme.

 Dicho esto, emprendí mi viaje con Crystal por el camino del bosque. Sin embargo, al no haber recorrido mucho aquella zona— solíamos ir hacia el pueblo—, me perdí. Estuve dando vueltas durante minutos que se sintieron como horas. Todos los árboles eran iguales y no sabía si estaba más cerca o más lejos del camino correcto. 

El sol se puso, escondiéndose entre el telón de grises nubes que cubría en aquel momento el cielo.

«El bosque es peligroso por la noche», esa frase se repetía una y otra vez en mi cabeza, poniéndome aún más nerviosa.

Unos sonidos extraños se comenzaron a escuchar y cerré los ojos, rezando por que solo fueran las propias ramas de los árboles chocando entre sí por el movimiento del viento.

—Más rápido, Crys— murmuré en el oído del caballo, reclinándome en mi asiento. Comenzamos a desplazarnos de forma más veloz pero ambas paramos en seco al oír un aullido. Un escalofrío recorrió mi columna vertebral.

Volví a susurrarle a mi animal pero ella no se movió de su sitio; su vista se centraba en un punto fijo a su derecha. Observé de qué se trataba y caí en la cuenta: Un río. 

Crystal estaba sedienta. 

Bajándome de ella, até las riendas a un árbol cercano al agua y me senté al lado de la orilla. 

«¿Cómo se supone que voy a salir de aquí?», pensé dándole vueltas a mil rutas y caminos pero ninguno de ellos parecía ser fiable.

Una mano se posó en mi hombro, encargándose de sacarme de mis pensamientos y haciendo que toda la sangre se fuera de mi cuerpo debido al miedo.

Como un Ángel - h.s ; Pt. I ∙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora