16. El hombre con sombrero.

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 —Seis minutos tarde— me reprochó el castaño.

Siempre conseguía colarse en mi habitación, no supe como lo hacía. 

Me giré para mirarle una vez cerrada la puerta. Se encontraba apoyado en la barra del dossier de mi cama, observándome. Yo, no obstante, decidí sentarme en una de las tantas silllas que había dispersas por la sala.

—Eres demasiado puntual—comenté.

—No como tú.

—Son seis minutos— indiqué excusándome.

—¿Y si en esos seis minutos yo me estuviera ahogando y a causa de tu tardanza muriera?— preguntó con el dedo acusador en alto y una ceja enarcada. 

Me encogí de hombros.

—Seguirían siendo solo seis minutos.

Harry suspiró. No parecía darse por vencido.

—Ya, pero y s--

—Harry, basta. Tenemos asuntos importantes que tratar.

El oji-verde pestañeó reiteradas veces, entrando en acuerdo.

—¿Qué has pensado?— le pregunté, esta vez refiriéndome al tema del asesino del rey.

—No sabemos quién el culpable, pero al menos contamos con información útil. Al igual que los caídos, los arcángeles desterrados suelen recentar " Fallen's Paradise"— una taberna que me traía a la mente la imagen de Harry con Vanessa, pero aquel no era momento para rememorar ese vomitivo recuerdo—. Así que he pensado que esta noche podría ir allí a buscar al hombre con el tatuaje de los símbolos. Quizás tenga suerte y alguien le conozca.

—Querrás decir que iremos— resalté la última palabra, dándole a ver que me incluía en la investigación.

—No, iré— me imitó.

—Harry, estamos juntos en ésto— le reproché. No era justo que me excluyera de los planes.

Se cruzo de brazos.

—Vaya, creía que preferías hacer equipo con una piedra antes que conmigo— comentó burlón.

—Y lo sigo prefiriendo, solo que se trata del asesino de mi padre y es mi obligación.

—No tienes que sentirte obligada a nada, Pequeña. Es peligroso ir allí— rodé los ojos y me puse en pie. Caminé por la sala, trazando círculos imaginarios.

—Ya he estado en esa taberna y salí con vida.

—Pues es raro que no te atracaran. Viéndote, yo lo haría. Y muchas otras cosas también.

Rodé los ojos, asqueada por el pensamiento machista y depravado de los hombres de mi propia época.

—No fui con joyas encima. Tan estúpida no soy.

—No quiero que te hagan daño.

Bueno, he de admitir que aquel comentario hizo que mi corazón quisiera saltar desde la torre más alta del castillo.

—Voy a ir, me digas lo que me digas.

Eres una cabezota.

—No tanto como tú— respondí a sus palabras en mi mente. 

El rizado me dedicó una mala mirada y yo le saqué la lengua.

—Está bien, iremos. Pero te quiero cerca de mí en todo momento, ¿me has oído?

—Se cuidarme de mí mis-- 

Me vi interrumpida por su grave voz.

—No te he escuchado, ¿me oíste?

Como un Ángel - h.s ; Pt. I ∙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora