25. ¿Adiós?

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Hice caso a las recomendaciones de Harry y me refugié tras un frondoso matorral lo suficientemente cercano al granero y a Crystal. 

El tiempo se me estaba haciendo eterno esperando, y las piernas se me estaban cansando de estar en cunclillas. Al volver a comprobar la hora en mi reloj de bolsillo que llevaba en el abrigo, el miedo se incrementó. Ya habían pasado más de veinte minutos y no había habido ninguna clase de movimiento dentro del granero. El Sol ya se había puesto y la oscuridad se hacía cada vez más presente, aumentando el aura espectral de aquella refrescante noche de otoño. El silencio podía ser el presagio de malas noticias.

Fue tras aquella reflexión cuando comencé a escuchar gritos.

¡Socorro! ¡Ayuda, por favor!— reconocí la voz de Leena, y se escuchaba tan profundo que parecía que gritaba desde dentro de mí. Escuché en mi cabeza gritos.

¡No vas a acercarte a ella! ¡No te lo permitiré!— exclamó ahora su voz ronca: Harry. 

Más y más chillidos dentro de mi cabeza fue lo que me hizo desplomarme en el suelo y taparme los oídos con las manos. Eran tan reales y se les oía tan pesadumbrados.

—Que alguien venga a salvarme, me muero...

—Tendrás que pasar por encima de mi cadáver para llegar hasta ella...

—Por favor, ayúdame...

—¡Para! ¡Para ya!— chillé  desesperada con los ojos cerrados y con la cabeza entre mis piernas, retorciéndome en el suelo. Me iba a volver loca.

Ellos no tendrían por qué sufrir. Eres tú a la que quiero, Lucy.

Su voz me produjo escalofríos, sin embargo, sus palabras hicieron mella en mí. Todo lo que estaba sucediendo era por mi culpa. Si hubiera aceptado a asistir al encuentro en el lago seguramente Leena ni se encontraría en el granero. Ni siquiera Harry estaría en el mismo lugar donde se encuentra el ángel que le desterró y asesinó a mi padre, con la intención de acabar con él por mí. Si mis decisiones hubieran sido otras, si hubiera priorizado la seguridad del resto de mis seres queridos a la mía propia, todo esto no estaría ocurriendo así; ellos no estarían sufriendo.  En aquel momento decidí tomar las riendas de mi destino y de mis responsabilidades.

Me levanté de mi sitio y me dirigí con semblante firme hacia el gran cobertizo granate. Al llegar al portón de madera entreabierto, eché un vistazo rápido a su interior: todo estaba bastante oscuro, aunque aún se podían diferencias algunas figuras. No me quedaba ninguna otra opción que entrar. 

Tomé aire durante unos segundos, comprendiendo lo que iba a hacer e intentando pensar con la cabeza fría. No podía fallar, no habría segundas oportunidades. Me iba a enfrentar al hombre que asesinó a mi padre y que quería hacer lo mismo conmigo.

Entré haciendo el menor ruido posible y cerré la puerta del granero. La oscuridad total podía ser un punto a mi favor. En ninguna parte había leído que los ángeles caídos contaran con visión nocturna, por lo que estábamos en igualdad de condiciones. Me puse alerta, intentando descifrar cualquier ruido que me pudiera indicar la presencia de alguien o algo. Tanteé con la mano la pared para guiarme a través de ella y poder adentrarme más. Fui caminando sigilosamente hasta que mi pie se empapó de alguna sustancia que había derramada en el suelo haciendo el característico sonido de un charco. Me agaché como pude y rocé con la punta de mis dedos el líquido, con la intención de olerlo y averiguar de que se trataba. La vista ya se me estaba haciendo a la oscuridad y de alguna manera era capaz de diferencias sombras. 

Hierro. Aquello que había en el suelo olía a metal, por lo que se trataba de sangre. Me asusté. La única persona de allí dentro aparte de mí que podía desangrarse y morir era Leena. Aquel pensamiento no me tranquilizó nada.

Como un Ángel - h.s ; Pt. I ∙Donde viven las historias. Descúbrelo ahora