~Capitulo 1 (parte 2)~

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Me aburría mucho en la jaula, convivir con tantas niñas me asqueaba un poco. Todas eran unas perras, si hablamos de pájaros serian cuervos, dispuestas a picarte en los ojos en cualquier momento. Se organizaban en grupos como si armaran clanes. Era tan ridículo, solo lo hacían para dominar entre ellas. Pero yo no era así, no me interesaba pertenecer. Al principio esta decisión había causado disgustos entre las chicas, llegue al reformatorio con un largo expediente conflictivo, entonces que mejor que una chica ruda en su grupo, pero yo no quería estar con nadie. Entonces comenzaron a molestarme, y sin dudar les mostré lo peor de mí. No me habían temblado las manos cuando las tuve que cerrar y propagar golpes, solo así me dejarían en paz. Y así fue, nunca nadie más se había metido conmigo, a tal punto que tampoco me hablaban. Estaba sola.

Al sentir las miradas puestas en mí solo alcanzaba que levantara mi cabeza y los mire solo por unos segundos para que dejen de hacerlo. Siempre ganaba las batallas de miradas. Me gustaba llamarlas así, a veces me divertía con las expresiones de horror que producían.

No quería a nadie a mi lado, creía que mientras más sola estaba mejor, me ahorraba problemas. Porque no podía confiar en nadie, eso lo había aprendido desde pequeña. Confiar me trajo hasta aquí. Lo único que me quedaba ahora era cerrar los ojos y soñar. Soñar que algún día iba a poder ser libre de mi realidad.

Al despertar era la misma rutina de todos los domingos. De lunes a sábados estudiábamos por la mañana y a la tarde algunos tenían talleres u otros tenían educación "especial". Pero los domingos, eran especiales. Había horas de visitas en donde los que estaban cumpliendo una condena y tenían familiares los iban a visitar, y a los que no tenían familia, y nadie los quería ver tenía dos horas y media libre para sus gustos. Y luego debían de volver a los talleres. Y claramente yo pertenecía al segundo grupo.

Este día tenía mi parte favorita. La guardia mujer Francis se paraba enfrente de nosotros para dar las clásicas órdenes.

¡Como ya saben armaran dos grupos! Y allí estaba el grito ¡Los que tienen visitas se colocaran aquí! Marcaba su derecha junto al gran portón de metal negro y los que no, ¡aquí! Íbamos a la izquierda para tener el típico discurso de los domingos.

Caminando en línea recta con el pecho inflado y su sonrisa regocijante, se paseaba con una lista en su mano derecha mientras que en la otra solo tenía un bolígrafo, bolígrafo que he visto que solo lo utilizaba para rascarse aquel grasoso cabello negro el cual era sujeto por una gran cola. En la lista que llevaba tenia los nombres de quienes tenían visitas y quien no, se divertía agregando comentarios ofensivos, pero después de tantas veces de ser siempre lo mismo se volvía aburrido y la realidad era que a nadie de las que estábamos paradas nos afectaba. Pero allí estábamos, aguantando ese monologo dichoso una vez más.

Una vez libre solo teníamos cuatro opciones para pasar esas horas. Dormitorios, biblioteca, comedor o patio. Y justamente la última era mi opción favorita. Con el clima invernal nadie iba allí, era consciente de ello por lo tanto era una buena oportunidad para leer. ¿Por qué no la biblioteca? Lo robe de allí, claramente mi libro allí no podía volver.

Al salir al patio, el frío impacto mi cara. Los abrigos del reformatorio no eran los mejores, solo constaban de una remera blanca, un pantalón de algodón gris y un buzo del mismo color. Camine hasta las gradas para leer, quite el libro de la parte de detrás de mi buzo y lo abrí entre mis piernas. Mire hacia un costado, las gradas estaban cerca del camino que unían al sector de chicos. Me pareció haber sentido la presencia de alguien. Sin más solo volví a concentrarme en leer.

El tiempo no existía cuando colocaba mis ojos allí y me concentraba en la lectura. Pero... nuevamente lo sentía, había alguien que me observaba. Levante mi cabeza lentamente, mire hacia el frente y gire hacia la derecha. Allí estaba, era un chico mirándome con una expresión rara. Mantuvimos miradas y no pasaba nada, no bajaba la cabeza, no hacía nada excepto mirarme, era un juego de miradas en el cual estaba dispuesta a ganar— ¿Qué diablos le pasa? — Pensé ¿Por qué no se detenía? Hasta que hizo algo que no me esperaba... me sonrió para luego caminar hacia mí.

No estas sola (Editando)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora