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"Por favor, todos los participantes y sus familiares acercarse al auditorio. Los resultados serán anunciados por los organizadores del concurso"

A la niña le pareció curioso cómo ya se habían acostumbrado a esperar los anuncios. Cada que sonaba la campana y luego la melodía todos dejaban lo que estaban haciendo y prestaban atención en silencio. "Pavlov estaría orgulloso de estas personas", pensó, mientras se despedía del niño con sólo un gesto y corría al lado de su padre, para ir juntos al auditorio a reclamar la victoria por la que habían venido.

Muy al contrario de lo que indicaba su apariencia, la niña era una temible competidora. Cumplía con las dos características principales de un triunfador: tenía un método que funciona y una motivación para ponerlo en práctica.

Su método era simple: conseguir el total de veinte puntos lo más pronto posible. Sabía que los exámenes del concurso estaban medidos para ser resueltos en determinado tiempo, y si alguien lo hacía antes se llevaba unos puntos extra por cada minuto que le sobraba. Por eso, siempre trataba de llegar al menos a dieciséis puntos en menos de la cuarta parte del tiempo y salir a toda prisa, para que los puntos extras le completen el máximo puntaje de veinte. Por supuesto ese método no lo podía ejecutar cualquiera: no todos resuelven exámenes cuatro veces más rápido de lo que se considera normal, la niña no sólo tenía un talento natural sino que había entrenado mucho para aprovechar al máximo su habilidad.

Su motivación era más complicada: Mantener vivo el imperio de su padre.

A su corta edad aún no sabía exactamente a qué se dedicaba su padre, pero sabía que era una tarea muy importante y que requería una mente muy ágil y poderosa. La niña entrenaba su mente muy duro no sólo para poder afrontar esa tarea en el futuro sino que en el presente tenía que demostrar que era una triunfadora, para que las demás personas que trabajaban con su padre la acepten como sucesora. Era demasiada presión para una niña normal, pero no para ella, que había llegado invicta a la final del concurso.

Su padre le había explicado una vez que el mundo tenía problemas que sólo algunas personas especiales podían resolver. Y que esas personas eran respetadas, pero también temidas y a veces malentendidas.

- O sea, que hay personas mejores que otras y por eso deben protegerlas...

- No, hija, no debes creer que tu inteligencia te hace mejor que otras personas.

- Pero, entonces, para qué me sirve si luego nadie va a entender

- Ja ja ja, niña, no, no será así

Recordaba la risa de su padre cuando le explicaba que sus habilidades conllevan una responsabilidad. La conversación se había vuelto tan profunda que se le olvidó que su hija en ese entonces tenía apenas siete años.

Desde entonces, su padre le había enseñado a respetar las diferencias entre personas, y a valorar su talento en función de qué tan útil puede ser para todos, no sólo para ella. Le había dicho además que su trabajo consistía en resolver problemas que muy pocos podían siquiera imaginar, y que algún día ella también tendría esa labor.

Y este concurso era un paso más hacia ese futuro. La niña podía oír las conversaciones entre el barullo y sabía que hablaban de ella, todos estaban a la expectativa de la victoria definitiva de la sucesora. A pesar de los consejos de su padre, la niña no podía evitar sentirse un poco superior y se dio cuenta que tendría que pelearse con esa idea toda su vida.

Todos estaban tomando asiento en al auditorio y la niña hizo lo mismo junto a su padre, echó una mirada al lugar y se dio cuenta que el niño estaba del otro lado, solitario. No había ningún adulto a su lado.

Ese niño.

Cuando lo conoció esa mañana, antes del examen, su primera impresión fue que el niño era la viva imagen de lo que no debía hacer con su talento: Tratar de ser el centro de atención, deslumbrar a todos, hablar con arrogancia. Una pésima persona que sin embargo había logrado suficiente puntaje en las eliminatorias como para llegar a la final. Daba igual, su padre le había enseñado también que se podía tener mucha habilidad en los exámenes y aún así ser un tonto.

La conversación en el patio había cambiado esa idea.

Se había acercado conversar con ella muy firme, pero al hablar se le había notado muy nervioso, y aún así la había llamado "bonita" sin inmutarse, y aunque lo primero que sintió la niña fue repulsión, no dudaba que el niño había hablado con sinceridad. Lo poco que conversaron fue suficiente para que la niña viera de forma distinta a ese niño que ahora estaba esperando los resultados sin compañía. Sintió deseos de ir a acompañarlo pero su lugar estaba junto a su padre, no podía irse de ahí. El niño era alguien muy distinto a ella pero no menos interesante.

"Damas y Caballeros, muy buenos días. sé que están ansiosos por saber los resultados..."

Un hombre vestido muy elegante, pero que aún así se veía mal, empezó a hablar sobre el valor de la inteligencia, de los retos del mundo moderno, y de cómo el concurso era un incentivo a la niñez. La niña supuso que era uno de los organizadores del concurso. En cualquier momento se anunciarán los resultados y estaba nerviosa. El niño le había dicho que había resuelto más preguntas de las necesarias, y muchas, por lo que ya no estaba totalmente segura de sus respuestas. Volteó a ver al niño y se dio cuenta que la multitud le tapaba la vista, alargó el cuello como pudo y lo vio, estaba frotándose las manos, nervioso.

El padre de la niña le hizo señas para que tome asiento correctamente. La niña notó con vergüenza que estaba casi de pie.

"¿Por qué me interesa tanto lo que le pase a ese niño?" pensó la niña, totalmente enojada con su propia mente. Su padre le alcanzó una rebanada de pastel, la niña sonrió y empezó a comer.

La noche en la que el monstruo lloróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora