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El niño había llegado esa mañana a este colegio católico que servía como sede de la final del concurso totalmente convencido que se llevaría el primer puesto, seguro de si mismo, y confiado en sus habilidades. Ahora estaba pálido, temblando y adolorido. Había comprado un refresco y se lo había acabado en un sorbo, conocía de sobra el dolor que le causaba el agotamiento mental pero había llegado a ese límite para disminuir los riesgos de que alguien lo supere. Aún así, por primera vez sentía que un concurso se le salía de control.

Frente a él, la niña estaba conversando con un hombre que el niño supuso que sería su padre. Se veía muy contenta, relatando entre risas cómo había sido la primera en terminar el examen. El hombre le acariciaba la cabeza con cariño, y el niño mirando a lo lejos pensó en cómo ese gesto hacía que la niña pareciera una mascota. "Buena chica, aquí tienes una galleta." La idea le causó mucha gracia pero el niño no podía sonreír, estaba demasiado tenso.

Tenía miedo.

¿Cómo es que la niña había terminado antes que él? y además por qué estaba ahora tan feliz, era obvio que esa niña confiaba mucho en su habilidad y se sentía ya ganadora. Poco a poco su mente se fue separando de la idea de ganar el concurso y acercándose a la idea de que había encontrado algo más importante: Otra persona como él, y de su misma edad.

El ruido de las puertas del salón abriéndose hizo que el niño brinque de un susto. El tiempo había terminado, los participantes estaban saliendo y ahora caminaban hacia el patio mientras comentaban sus respuestas. El niño normalmente no prestaba atención a lo que hablaban los demás, pero ahora necesitaba saber, así que se acercó al grupo y empezó a caminar con ellos, escuchando.

- ¡Había más de veinte preguntas! ¿Las terminaste?

- ¿Qué? ¿Eran más? ¡Ay, no, ya perdí!

- Llegué a la veinticuatro, ¡Esas eran bien duras!

- Yo resolví la veintisiete, pero dejé varias sin contestar atrás...

El niño sintió algo de alivio. Estaba claro que nadie había alcanzado siquiera la pregunta 30 mientras que él quizá había pasado de la 40, no estaba del todo seguro porque había dejado de contar, pero sí sabía que había superado a todos... excepto a esa niña.

La niña que ahora mismo se estaba despidiendo de su padre y se acercaba al grupo de participantes, camino al patio.

El niño también continuó caminando con el grupo. Los puntajes tardarían al menos treinta minutos en anunciarse así que no tenía caso preocuparse antes de tiempo, y no le caería nada mal tomar algo de aire. Decidió sentarse en un lugar que le permitiera ver al grupo, pero no muy de cerca.

Sentado al borde del patio, en un desnivel, pudo ver cómo la niña alegremente explicaba las preguntas a los demás participantes. Estaba claro que ella había respondido todo bien, los demás niños y niñas se llevaban las manos al rostro, miraban al suelo, se lamentaban, y alguno que otro lanzó una maldición. La niña, sin quitarse la sonrisa ni un momento, era el centro de atención. Ella tenía ahora el lugar que el niño deseaba desde que llegó, pero él no se sentía molesto.

De hecho, el niño estaba relajándose poco a poco, aunque no podía evitar sentirse confundido por sus propias emociones. Por un lado, quería que la niña ganara, para seguir viéndola sonreír como lo había hecho -advirtió el niño, contrariado- toda la mañana. Pero por el otro, también quería que la niña perdiera este concurso, para verla llorar.

El niño no podía explicarse por qué su mente quería dos cosas totalmente contrarias. contemplar más tiempo la sonrisa de la niña, y verla llorar desconsolada. Poder acercarse a ella, como triunfador y darle la mano, ofrecerle consuelo en su derrota.

Recordó lo que había leído en algunos libros de psicología y biología. -Tiene que ser eso- pensó, y trató de borrar la confusión de su mente. Los cambios mentales de la pubertad pueden iniciarse desde los nueve años, y él tiene diez.

Desde que la conoció, unas horas antes, estaba pensando que la niña quizá era como él, que al fin había encontrado alguien... ¿De su especie? ¿Podía realmente describir la sensación de esa forma? Sea como sea, el niño se vio forzado a pensar seriamente que estaba sintiendo los primeros indicios de atracción sexual, con todas las sensaciones pasivas y agresivas que eso conlleva.

La noche en la que el monstruo lloróDonde viven las historias. Descúbrelo ahora