Cambio de estrategia

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Estúpido cuatro-ojos. Estúpido consejo. Estúpido Arthur... ¡Estúpidos todos!

¿Por qué siempre era su trabajo remediar los problemas en que se metían todos? Y por qué enviarla, justo a ella, a cuidar al imbécil de Yukio. 

Siempre tan necio... ¿Por qué había ido solo?

¿Cuándo se había vuelto tan arriesgado?

De su boca salía y salía una infinidad de maldiciones e insultos para todo aquel que se cruzase en su camino. Ni siquiera Mephistopheles había logrado controlarla y, en un momento de inocencia, creyó que Rin podría hacerlo... pero él sólo se unió a sus gritos. 

Shiemi se había cansado de sobarse las sienes mientras que Izumo jugaba un papel de novia-enfermera que sólo, por algún motivo, le causaba irritación a la pelirroja. Le molestaban esas parejas cursis que vivían para darse mimos y hablarse con voces infantiles, pero esa escena le estaba fastidiando más que de costumbre.  

Ella no quería estar ahí, pero entre todos habían logrado someterla para conectarle una bolsa de suero pues "sus heridas eran profundas". 

Un alboroto logró ahuyentarle el sueño: Yukio había despertado; quería hablar con ella... y un repentino nudo se le formó en el estómago. 

Sintió todas las miradas puestas en ella. Ella alzó la ceja en dirección al gemelo menor y señaló la bolsa de suero.

  — No puedo hablar, estoy sedada.

Yukio cerró los ojos y pasó saliva con gran dificultad antes de insistir.

— Por favor, Shura...

—Miren, qué tarde es. —Comenzó a decir, poniéndose de pie y quitándose bruscamente la aguja que le subministraba el suero—. Yo me largo, gracias por sus atenciones...  

Shiemi trató de detenerla pero resultó inutil, ni siquiera las repetidas veces en que Yukio la llamó lo hicieron... pero unas manos firmes la sujetaron una vez que estuvo fuera del hospital. Su cuerpo no reaccionó para defenderse. Estaba débil.

  — Creí que eras mucho más eficiente, querida —murmuró a su oído y ella alejó su rostro lo más que pudo.

—¡Aléjate de mí, idiota! 

  —Deberías cuidar más tu lengua conmigo, Shura... Recuerda que estás en mis manos. No querrás que los grigori se enteren de tu deprimente actuación de hoy...

—¿Deprimente? ¿De qué estás hablando, calvo? ¿Viste cuántos eran? 

—Tu trabajo no era salvar el trasero del niño Okumura, era observar. 

—¿Querían que permitiera que lo mataran?

—Nada me gustaría más. — Se burló Arthur—. Pero ellos lo quieren vivo. Ahora debes inventar algo para justificar tu presencia en ese lugar. 

Shura lo miró atónita. No comprendía el interés de los grigori por Yukio y era una duda que se estaba acrecentando y que se encargaría de esclarecer. 

Mientras debía deshacerse de Arthur.

— ¿Por qué no se van al diablo y me dejan en paz?

—Pronto lo haremos, querida, pronto lo haremos... —dijo con un tono que le causó escalofríos. 

Nunca le agradó ese hombre, había algo maligno en él.
Tenía que dejar de pensar con el estómago y hacerlo realmente con la neuronas. Si quería proteger a los gemelos debía conocer los intereses del Vaticano.
Debía ganarse a Arthur. Debía...

— ¿Está todo bien, Shura?—La voz de Rin la sobresaltó. 

Se dirigía a ellos con paso lento, su aire era amenazante, ya no era un niño y por una fracción de segundo se permitió sentirse orgullosa. 

Una de las manos de Rin salió de sus bolsillos para colocarse un pasador en el fleco. Arthur esbozó una sonrisa.

—Cuánto tiempo, Okumura. 

Rin lo miró fijamente y luego devolvió la mirada a la pelirroja que, al fin, había logrado deshacerse del agarre del rubio.

  —¿Estás bien, Shura? —enarcó una ceja— Deberías volver adentro para que te revisen.

—Gracias por tu interés —se entrometió Arthur— pero yo me encargaré de los cuidados de mi esposa. 

Contrario a todo lo que hubiera esperado de Rin, éste simplemente se echó a reír a carcajadas.

—Si hubieras dicho que te convertiste en papa te hubiera creído más, calvo.  —Escupió Rin, limpiándose las lágrimas que se le salían por la diversión—. Ahora lárgate, quiero hablar con Shura.

El corazón comenzó a acelerársele cuando vio que Shura permanecía inexpresiva, con la mirada fija en los ojos de Arthur, como recordando algo. 

  —¿Shura? —volvió a llamarla pero no obtuvo respuesta—,  Shura, éste idiota está jugando, ¿no es así?... 

Su rostro se iba deformando. Era imposible. Shura lo odiaba. Todos odiaban al rubio, algo andaba mal; algo...

— ¿Qué quieres hablar conmigo? —preguntó, saliendo de su lapsus, pero helándole la sangre a Rin al no negar nada de lo que había dicho Arthur. 

—¿Es verdad? —preguntó, negándose a creer lo que estaba  viendo. 

—¿Qué quieres, Rin...? —repitió, tratando de sonar como normalmente lo hacía.

Los labios de Rin temblaron a causa del repentino ataque de nervios. Su risa se había perdido por completo; su rostro estaba totalmente descompuesto.

— ¡Quiero la maldita verdad en este jodido momento! —gritó con tanta fuerza que los guardias de seguridad salieron inmediatamente a ver qué sucedía— Ya estoy cansado de toda esta estupidez falsa que nadie cree. ¡Dímelo, Shura! ¿Por qué has vuelto?

Shura tuvo que sobrevivir al nudo que se formó en su estómago y hacer uso de la cara que póker que había practicado en esos seis años.
Debía ser inteligente si quería protegerlos, no podía revelar sus máscaras tan pronto.

Hizo uso de todas sus fuerzas para sujetar la mano de Arthur y acercarla a su cuerpo.

—Vine porque mi esposo me lo pidió. —dijo en un tono tan seguro que se sorprendió incluso a ella misma.

Rin la miró un par de segundos más. Chequeó la lengua y guardó las manos en las bolsas de su chaqueta.

—Bien. —Concluyó, dándose la vuelta firmemente—. Pues puedes irte mucho a la mierda.

Tras la espalda de Rin alejándose, Arthur esbozaba una sonrisa triunfal.
Shura, por otro lado, permanecía estoica.

—Después de todo — dijo Arthur—, quizás sí seas buena esposa. Rechazar a tus propios amigos... O mejor dicho, ¿Estás segura de que aún lo son?

Shura lo miraba atentamente a los ojos. Sus labios estaban apretados, tanto que le costó trabajo hablar .

—Júrame que sí hago lo que piden, no van a tocarlos.

Arthur mostró sus reclucientes dientes y le besó la palma de la mano ante la atenta mirada de Yukio desde la ventana de su habitación.

—Ni un solo cabello, mi bella princesa escarlata... Lo juro.

Last chance (Ao no Exorcist)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora