Amigos

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Logró escabullirse del comedor y se escurría por cada rincón oscuro de la Academia, en busca de un lugar a solas. No podía ir a su habitación pues la habían instalado con su "esposo". 

Se mordía la lengua cada que escuchaba esa maldita palabra.

Vislumbró una terraza vacía casi al otro extremo de la academia. Sería fácil llegar ahí si pasaba desapercibida entre los alumnos. Aunque con esa cabellera rojiza, esos pantalones ajustados y la parte superior del bikini, no lo lograría.
Se mantuvo a paso discreto, una habilidad que había mejorado con esos últimos años fuera del vaticano, pero veloz.

Tan sólo habían pasado cinco minutos de haber huido de aquella reunión, cuando alguien la tomó por sorpresa.

Un fuerte jalón a su brazo la sacó de balance y, cuando iba a maldecir, cubrieron su boca.
Hubiese querido responder de alguna manera, pero la habían sujetado de modo que parecía que adivinaban sus movimientos. 

Había pocas personas capaces de lograr eso. 

—¿Ibas a alguna parte, Shura-san? — Preguntaron en su oído al tiempo que iban liberando su boca.  

La tenían sujeta por la espalda, pero conocía esos brazos, ese aroma y esa voz.

—No seas un fastidio, cuatro-ojos —gruñó—. Suéltame.

—Lo haré si prometes no irte otra vez... —murmuró y ella exhaló en respuesta. 

Poco a poco fue liberándola, aún temeroso de que saliese corriendo.
Pero la perseguiría de ser así. No iba a irse. No otra vez.

Estaban a oscuras pero pudo ver perfectamente sus brillantes ojos y su sonrisa arrogante.

Detectaba algo más, pero no sabría decir que era.

—Has crecido bastante, Yukio.

Él exhaló profundamente y se acomodó los lentes. —¿Dónde estuviste todos estos años, Shura?

—Por aquí y por allá.

La pelirroja contestaba vagamente y el gemelo menor había perdido el don de la paciencia.

— ¡Seis años, Shura! —Exclamó, golpeando la pared. Aquello sorprendió a la de ojos violetas; no estaba acostumbrada a esa clase de reacciones de parte del chico—. ¡No pudiste siquiera despedirte!

—Yukio...

—¡No! —El pelinegro comenzaba a perder los estribos, pero ya no había nada que asustase a Shura. Se quitó los lentes y se frotó el rostro con pesadez—. ¿Tienes idea de cuánto te buscamos?... Comencé a creerte muerta, Shura. ¡Desapareciste!

Ella lo miraba sin ánimo. Por supuesto que lamentaba haber dejado a los gemelos. Había querido ahorrarles las disculpas y los lamentos de que la hubiesen echado del Vaticano y tampoco quería seguir siendo juguete de aquellos últimos. 

Todo lo ocurrido acabó con ella y aquella noche con Yukio fue la gota que derramó el vaso.

Necesitaba enfriar su mente y le llevó seis años hacerlo. 

Ahora que estaba frente a Yukio, con él respirándole a centímetros del rostro, se dio cuenta que sólo había perdido el tiempo.

—Tú me conoces desde hace tiempo, Yukio —comenzó—. El apego no es lo mío. 

—Sé que no es lo tuyo... —murmuró, sentándose en el suelo, aflojándose la corbata—. Pero, éramos amigos, Shura. O, al menos, Rin lo era. Pudiste haberle dicho a dónde ibas...

Last chance (Ao no Exorcist)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora