Tic Toc

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Los besos hambrientos de la rubia, tan cargados de ímpetu y deseo, era una de las muchas cosas por las cuales el gemelo estaba perdidamente enamorado de ella. Y no solamente por aquella sensación de furor que causaba en su pecho, sino por la forma en que ella dejaba atrás su cascarón tímido y se convertía en aquella diosa dominante de la cual, secretamente, podría ser esclavo toda la vida. 

Sus pequeñas manos parecían volverse serpientes y él adoraba sentir cómo reptaban para conocer cada parte de su cuerpo con determinación, sin una pizca de miedo. Era tan fuertes las emociones que la chica le provocaba, que siempre tenía que esforzarse para reconectar su cerebro y volver al mando de sus movimientos cada vez más temblorosos. 

Entraron de forma desesperada a la habitación de Shiemi. No necesitaban mirar pues conocían a la perfección el lugar, así que a tientas podrían llegar a la cama, el baño, la mesa, o lo que primero encontrasen para dar total rienda a sus impulsos.

Y lo hubiesen hecho, de no ser por ese otro par de ojos que los miraban, verdaderamente impactados. 

— ¡Por todos los demonios de Gehenna! —soltó Shura en un tono entre burlesco y sorprendido—. Creí que ya había visto de todo y al parecer me equivoqué. 

— ¡Shura! —gritó Rin, abrochándose la camisa que Shiemi se había encargado de abrir con rapidez magistral—. ¿Qué mierda estás haciendo aquí? ¡Es la 1:00 am! 

—En mi habitación... —murmuró por lo bajo Shiemi, acomodándose la falda mientras ocultaba su rostro totalmente enrojecido. 

—¿Tú que crees, idiota? Vine a buscarlos. No creí que me encontraría una escena para adultos en el proceso. —Finalizó, terminándose una lata de cerveza para luego arrojársela a Rin.

Bajó de un salto de aquel mueble para ropa en que se hallaba sentada y comenzó a estirarse, dando tiempo a que los más jóvenes terminasen de recuperar la compostura. 

—¿Y qué diablos puede ser tan urgente que no puede esperar a mañana?

Shura se cruzó de brazos y enarcó una ceja.

—Lo lamento, si el vaticano no nos estuviese siguiendo los talones probablemente mi visita hubiese sido a la hora del té. —Obvió Shura, rodando los ojos—.  Necesito tu ayuda esta noche. Yukio  no deja de temerle a las flamas...—suspiró—, tal vez tú puedas darle un empujón en esa parte. 

Rin la miró atentamente un par de segundos. 

No había cosa más extraña que Shura Kirigakure pidiéndole ayuda a alguien, y eso le daba a imaginar que había algo mucho peor por lo cuál preocuparse. 

—¿A qué hora? —se apresuró a responder—.  Cuenten conmigo. 

Shura señaló el reloj en su muñeca. 

—Misma hora. Tazas giratorias de Mephyland.  —Shiemi rió por lo bajo al recordar aquella anécdota de tantos años atrás—. Así que, si van a jugar bajo las cobijas, procuren que sea antes de media noche. 

Se burló una vez más antes de avanzar hacia la puerta. 

Rin inhaló profundo. A veces no podía terminar de entender cómo aquella mujer tan exasperante pudiese ser la dueña de los desvelos de su gemelo si eran como el agua y el aceite. 

—Ah, y por cierto... —dijo Shura, asomándose desde el pasillo—. No olviden esto. No estamos en tiempos para criar más gemelitos. 

Y justo en la cabeza de Rin se impactó un pequeño empaque metálico para luego caer a las manos de  Shiemi. Ambos se encendieron enseguida cual semáforos.  

Last chance (Ao no Exorcist)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora