Tonta. Tonta. Tonta. Tonta.
Recostada en su cama Matilde odiaba su cuerpo, odiaba su rostro, odiaba no ser lo suficientemente interesante. Odiaba sentirse menos, y más que nada odiaba los sentimientos que estaban creciendo en su interior.
Todo era culpa de Matías, con su pelo largo, sus chistes depresivos y su capacidad de recitar los vines favoritos de Matilde de memoria.
Le había costado tanto superar a Ángela y ahora se sentía tonta y torpe de nuevo por el más alto.
Es que además era obvio que él mayor jamás la vería de forma romántica, ella era tonta y fea, y el mayor fácilmente podría conseguir una chica guapa e interesante.
Odiaba volver a sentir, odiaba volver a perder el control de su mente.