4. Un beso para la linda Princesa

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     Ella sí está bonita, ella no está bonita, esa está pasable, esa definitivamente no está pasable. Por todos los cielos, había tantas chicas por los corredores; gemelas y lindas, blancas con los labios rosas, morenas y atractivas, trigueñas de cabello largo, con rasgos asiáticos. Incluso de diferentes nacionalidades; japonesas, italianas, romanas, alemanas francesas, en serio, las había de todo tipo. Flacas y esbeltas, gordas pero buenas, normales, altas y con piernas, bajitas y con pecho, enanas simplemente. Y ni hablar de sus cabellos, por delante de mi protegido se cruzaban; rubias, pelirojas, castañas, decoloradas. Bellezas de todo tipo. De gran variedad y de diferentes razas y lenguas. Y ninguna...

     ¡Ninguna!

     Volteó a verlo.

—¿este de aquí era el pasillo “A” o el pasillo “D”? —se preguntó a si mismo.

     Pobre cosita fea, yo tampoco hubiera volteado a verlo.

     Deambulaba por el pasillo “W” del cuarto edificio lateral.

     Se perdió más de tres veces en esta gran universidad, ni las indicaciones de los profesores, ni del conserje le fue de ayuda. Así que llegó tarde a la clase y a su presentación como el soso chico nuevo. Que patético me resulta, tuve que morderme la lengua cada vez que se desviaba hacia un lugar que no le habían dicho. Si no fuera mi protegido hace más de diez minutos ya estaría dentro del salón. Pasamos de largo su clase de “Francés puro” como unas cinco veces y el ni cuenta se deba. Hasta que por fin Max se apiadó de él y lo llevó hasta la puerta del aula.

     Y pues aquí está, debatiendo con su pulsera, si tocar la puerta o escapar de su cruel y vil realidad.

     «¡Ya, toca de una vez!»

     El rubio golpea la puerta, sobresaltado, como si me hubiera oído.

—Adelante —se escucha desde el otro lado.

     Él gira el picaporte, y al entrar termina encontrándose con varias miradas encima suyo.

—Bue... buenos días —tartamudea

—Vaya, llegas tarde. Debería mandarte directamente a la oficina del director por tu irresponsabilidad —dice la profesora de lindos ojos turquesas y cabello castaño. Es muy joven, tal vez una posible candidata para el princeso—. Pero te lo perdonaré por ser tu primer día, vamos ¿por qué no te acercas y te presentas?

     Adrien asiente, parándose al lado de la profesora.

—Bue... buenos días. Mi... mi nombre es Agreste, di-digo Adrien Agreste. Ten... tengo diecinueve años y espero llevarme bien con to... todos.

     ¿Se puede ser tan inútil?

—Profesora Madeline, el nu nu nu nuevo, tar tar tar tarmudea mu mu mu mucho —se burla un chico de puntas rubias.

     Todos se ríen.

     El rubio se encoje y baja la mirada. De verdad se sentía como un fracasado.

—Kim no es gracioso —le reprocha la profesora—. Ya dejen de reír, cómo si ustedes no se pusieran nerviosos de vez en cuando. Un gusto Adrien, lamento la mala educación de tus compañeros, puedes sentarte al final de la cuarta fila.

     Sin nada mas que decir, él va hacia su asiento, no sin antes tropezar con el pie del deportista, que se río por lo bajo cuando el princeso cayó de cara al piso.

—¿Estás bien, Adrien? —pregunta Kim, con voz hipócrita, haciéndose el inocente.

     Que maldito es... ¡Me agrada este sujeto!

•Symphony of the Soul•Donde viven las historias. Descúbrelo ahora