ᴘʀɪᴍᴇʀᴀ ᴘᴀʀᴛᴇ - ɪ- ʟᴀ ᴘɪsᴛᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴄᴀʀɴᴇ

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PRIMERA PARTE

ʟᴏ sᴀʟᴠᴀᴊᴇ
ɪ
ʟᴀ ᴘɪsᴛᴀ ᴅᴇ ʟᴀ ᴄᴀʀɴᴇ


🇦un lado y a otro del helado cauce de erguía un oscuro
bosque de abetos de ceñudo aspecto.

Hacía poco que el viento había  despojado a los árboles de la capa de hielo que los cubría y, en medio de la escasa claridad, que se iba debilitando por momentos, parecían inclinarse unos hacia otros, negros y siniestros

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Hacía poco que el viento había despojado a los árboles de la capa de hielo que los cubría y, en medio de la escasa claridad, que se iba debilitando por momentos, parecían inclinarse unos hacia otros, negros y siniestros.

Reinaba un profundo silencio en toda la vasta extensión de aquella tierra. Era la desolación misma, sin vida, sin movimiento, tan solitaria y fría que ni siquiera bastaría decir, para describirla, que su esencia era la tristeza. En єllα hαвíα sus αsσmσs rísα; pєrσ unα rísα más tєrríвlє quє tσdαs lαs trístєzαs...,una risa sin alegría, como el sonreír de una esfinge, tan fría como el hielo y con algo de la severa dureza de lo infalible.

Era la magistral e inefable sabiduría de la eternidad riéndose de lo fútil de la vida y del esfuerzo que supone. Era el bárbaro y salvaje desierto, aquel desierto de corazón
helado, propio de los países del norte.

Pero, a pesar de todo, allí había vida; lo que significaba, sin duda, todo un reto. Por la pendiente del helado cauce bajaba penosamente una hilera de perros que parecían más bien lobos. La escarcha cubría un hirsuto pelaje. El aliento se les helaba en el aire en cuanto salía de su
boca, era despedido hacia atrás en vaporosa espuma hasta posarse en
sus pies, en donde se cristalizaba. Los perros llevaban sendos jaeces de
cuerpo, como tirantes, que los mantenían unidos a un trineo que
arrastraban. El vehículo, especie de narria, había sido construido de
recias cortezas de abedul, carecía de cuchillas o patines, y toda su
superficie inferior descansaba sobre la nieve. La parte delantera del
trineo estaba vuelta hacia arriba, a fin de que pudiera penetrar por la
gran ola de nieve blanda que le dificultaba el paso. Atada fuertemente sobre el trineo, se veía una caja estrecha y larga, rectangular. Había
también otros objetos: mantas, una gran hacha, una cafetera y una
sartén; pero lo que ocupaba la mayor parte del sitio disponible,
destacándose sobre todo lo demás, era la caja estrecha y larga, de
forma rectangular.

Delante de los perros, calzando anchos y blandos zapatos de pelo
para la nieve, avanzaba trabajosamente un hombre. Detrás del trineo iba otro. Dentro, en la caja, iba un tercero para quien todo esfuerzo había ya terminado: una víctima de aquel salvaje desierto, un vencido que no se movería ni lucharía ya más, aplastado, aniquilado por él.

Al desierto no suele gustarle el movimiento. Toma como una ofensa la vida, porque vida es movimiento, y él tiende siempre a destruirlo. Hiela el agua para no dejarla correr hacia el mar; les roba la savia a los árboles - hasta helarles el potente corazón; y con mayor ferocidad, y por más terrible modo aún, anonada y obliga a someterse al hombre. Al hombre, que es lo más inquieto que la vida ofrece, siempre en rebelión, justamente en
contra de la idea de que todo movimiento acaba con la cesación del mismo.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora