ᴛᴇʀᴄᴇʀᴀ ᴘᴀʀᴛᴇ - ʟᴏs ᴅɪᴏsᴇs ᴅᴇ ʟᴏ sᴀʟᴠᴀᴊᴇ 1 - ʟᴏs ᴘʀᴏᴅᴜᴄᴛᴏʀᴇs ᴅᴇ ғᴜᴇɢᴏ

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De pronto, el cachorro se encontró ante aquella extraña visión. Laculpa era suya: por falta de cuidado. Acababa de salir de la cueva y bajócorriendo al arroyo para beber. Tal vez no se fijó en nada porque sesentía soñoliento, pues había estado de correría toda la noche, yendo enbusca de carne, y hacía un momento que se había despertado. Le eraya tan conocido el camino para llegar a la laguna formada por lacorriente, que lo seguía sin el menor recelo y con frecuencia, sin quejamás le hubiera ocurrido nada.

Dejó atrás el pino derribado, cruzó el claro que formaba el bosque y semetió trotando entre los árboles. Entonces, y ambos hechos fueronsimultáneos, vio y olfateó algo. Ante él, en cuclillas y silenciosas,aparecían cinco cosas vivas que él no había visto nunca hasta entonces.Aquello era su primer atisbo de la raza humana. Pero, a su vista,ninguno de los cinco hombres se apresuró a levantarse, ni le enseñó losdientes, ni gruñó. No se movieron, sino que continuaron allí silenciosos yamenazadores.

Tampoco él hizo el menor movimiento. Todos sus naturales instintos lehabrían impulsado a huir desesperadamente si de pronto y por primeravez en su vida no hubiera surgido en él otro instinto que contrarrestara aaquellos. Lo que le obligaba a permanecer inmóvil era cierta sensaciónabrumadora de la propia debilidad y pequeñez. Aquello que delante desus ojos tenía sí que era superioridad y poderío, algo que quedaba muylejos de sus propios límites.

Nunca había visto hombres; pero cierto vago, oscuro instinto le estabadiciendo que era preciso reconocer en el hombre al animal que habíasabido conquistarse la primacía sobre los demás en la tierra salvaje. Elcachorro contemplaba al hombre no solo con sus propios ojos, sinotambién con todos los de sus antepasados..., con los ojos que se habíanalineado formando un círculo, allá en la oscuridad, alrededor de lashogueras que protegían los campamentos de invierno; que acecharondesde una distancia algo segura y desde el corazón de la selva alextraño bípedo que era dueño y señor de todos los seres vivientes. Elhechizo de la ley de la herencia pesaba sobre el lobato; el miedo, elrespeto, hijo de siglos enteros de lucha; la acumulada experiencia deinnumerables generaciones. Ese peso de la herencia dominaba confuerza incontrastable al lobo que, después de todo, no era más que uncachorro. De haber sido mayor, seguro que hubiera huido. Ahora selimitó a acurrucarse, paralizado por el terror y ofreciendo ya su sumisión,como hizo toda su raza desde la primera vez que un lobo llegó asentarse junto a la lumbre producida por los hombres y pudo calentarse.

Uno de los indios se levantó, echó a andar hacia él y se inclinó sobresu cuerpecillo. El cachorro se acurrucó aún más para aplastarse contrael suelo. Para él, lo desconocido se había encarnado en una formaconcreta de carne y hueso que ahora bajaba a cogerlo.Involuntariamente, se le erizaron los pelos, retiró los labios y susdiminutos colmillos quedaron al descubierto. La mano que sobre él pendía tuvo un movimiento de vacilación, y el hombre habló entonces,riéndose al mismo tiempo, para decir:

-Wabam wabisca ip pit tah. (¡Miren, sus blancos colmillos!)

Los demás indios se rieron también a carcajadas y le gritaron a sucompañero que lo cogiera de una vez. La mano fue bajando lentamente,a cada instante más cerca de él, y los más encontrados instintostrabaron en el lobato una verdadera batalla. Sentía a la vez dos grandesimpulsos: rendirse y luchar. Acabó por hacer una cosa y otra. Sesometió hasta que la mano estuvo a punto de tocarlo; pero entonces serebeló y, rápido como el rayo, le clavó los dientes.

Un momento después recibía un vigoroso sopapo que lo tendió de ladoen el suelo. Como por encanto, se desvaneció en él todo deseo delucha. Su escasa edad y el instinto de sumisión se sobrepusieron a todo.Se sentó sobre los cuartos traseros y comenzó a gimotear. Pero elhombre cuya mano acababa de morder se había encolerizado de veras,y le atizó un nuevo golpe al otro lado de la cabeza. El animal volvió asentarse y lloriqueó más amargamente que nunca.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora