Durante dos días, la loba y el Tuerto estuvieron dando vueltas por las proximidades del campamento indio. A él le molestaba aquello y le infundía recelo; sin embargo, su compañera lo hallaba muy atractivo y no mostraba el menor deseo de alejarse. Pero cuando una mañana resonó en el aire un disparo de un rifle que partía de un sitio muy cercano y una bala fue a aplastarse contra el tronco de un árbol a algunos centímetros de distancia de la cabeza del Tuerto, no dudaron ya más ni uno ni otra y salieron a galope, un galope tendido de enorme velocidad, que pronto puso por medio unos cuantos kilómetros entre ellos y el peligro.
No fueron a parar muy lejos, sin embargo: solo a la distancia de un par de días de viaje. La necesidad que sentía la loba de encontrar lo que siempre estaba buscando había llegado a ser imperiosa. Estaba ya tan gruesa que no podía correr más que despacio. Una vez, al perseguir a un conejo, que en cualquier otra ocasión hubiera cazado con facilidad, tuvo que abandonar la persecución y echarse para descansar. El Tuerto fue entonces a su lado; pero al tocarla suavemente con el hocico, ella le mordió tan brusca y furiosamente que debió retroceder dando tumbos del modo más ridículo, para huir de los dientes de su compañera.
Esta tenía el genio peor que nunca; en cambio, se mostraba él más paciente y solícito que en ninguna otra ocasión. Al fin la loba halló lo que iba buscando. Fue a unos cuantos kilómetros de la parte superior de un arroyo que en verano desembocaba en el río Mackenzie;
pero que entonces estaba helado, no solo en su superficie, sino desde ella hasta su pedregoso fondo, convertido en blanca y dura masa desde el nacimiento a la desembocadura. Iba la loba trotando pesadamente, muy cansada, a bastante distancia de su compañero, que llevaba la delantera, cuando llegó al alto banco de arcilla que dominaba el cauce.
Cambió el rumbo y trotó hacia allí. El chorrear de las aguas que provenían de las tormentas primaverales y de los deshielos había minado la base del banco, dejando convertido en covacha lo que antes fue una estrecha grieta.
La loba se paró frente a la boca de la cueva y examinó con cuidado el ribazo que quedaba encima. Luego, a uno y otro lado recorrió la base del mismo hasta donde la parte más prominente de él se destacaba sobre la suave línea del paisaje. Volviendo a la covacha, se metió en la estrecha boca. Al principio se vio obligada a avanzar agachándose; pero luego las paredes interiores se fueron ensanchando y elevándose hasta constituir un breve recinto de más de metro y medio de diámetro. Casi tocaba el techo con la cabeza, pero el sitio era seco y lo halló acogedor.
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Colmillo Blanco
AdventureColmillo Blanco, nos hace penetrar en el misterio de la vida de un animal extraordinario, y está considerado con toda justicia, como una de las novelas clásicas del gran maestro norteamericano. Las aventuras de este cachorro, mestizo de perra y lobo...