ᴠɪ - ᴇʟ ʜᴀᴍʙʀᴇ

27 7 0
                                    

La primavera había llegado ya cuando Castor Gris terminó su largo viaje. En abril, Colmillo Blanco cumplió su primer año de vida. Por entonces llegaron a las aldeas que no eran ya forasteras para su amo, y el animal fue desenganchado del trineo por Mit-sah. Aunque faltaba mucho para que alcanzara su máximo desarrollo, Colmillo Blanco era el mayor de los cachorros en el nuevo campamento, a excepción de LipLip, que lo igualaba. De su padre y de Kiche había heredado la talla y la fuerza, y en longitud, poco tenía que envidiar a los perros de edad muy superior a la suya. Lo diferente en él era el grueso, el volumen. Su cuerpo era delgado, largo, de recia fibra. Su pelaje, el de un verdadero lobo gris. Lo que de perro había en él, heredado de su madre, no imprimió ningún sello en su físico, aunque sí dejó huella en su inteligencia.

Vagó a través de la nueva aldea, reconociendo con grave y sosegada satisfacción a los varios dioses que conocía ya antes de su largo viaje. Y luego, estaban los perros, cachorros que crecían como él, y los otros, los mayores en edad, que no le parecían tan corpulentos y formidables como el recuerdo que guardaba de ellos. Tampoco los temía ya tanto. Andaba entre ellos con cierto desembarazo y descuido, que a él mismo le parecía tan nuevo como agradable y sabroso.

Ahí estaba, por ejemplo, Baseek, un perro viejo, grisáceo, que, cuando era más joven, con solo mostrar sus colmillos ahuyentaba ya a Colmillo Blanco, y le hacía huir, arrastrándose atemorizado. De él había aprendido a conocer su propia insignificancia; y ahora, por el contrario, iba a cerciorarse, por su conducta, del cambio y del desarrollo que en él se había operado. Mientras Baseek se había debilitado con la edad, a Colmillo Blanco esta le había dado toda la fuerza de la juventud.

Al despedazar un alce recién muerto, fue cuando Colmillo Blanco comprendió que las relaciones entre él y el mundo canino habían sufrido un cambio. Se quedó uno de los cascos acompañado de parte de la tibia, a la cual iba unida una porción de carne bien pequeña. Separado del tumulto que armaban sus compañeros, o mejor dicho, oculto en la espesura que lo ponía a cubierto de sus miradas, devoraba su parte del botín, cuando vio que Baseek se precipitaba para quitárselo. Antes de darse clara cuenta de lo que hacía, Colmillo Blanco le había dado ya dos dentelladas, poniéndose luego en guardia de un salto. El otro se quedó sorprendido ante tamaña temeridad y lo rápido del ataque. Parado, mirando estúpidamente a Colmillo Blanco, dejó que entre ellos dos quedara en el suelo el rojo trozo de carne.

Baseek era viejo y había tenido ya ocasión de ver cómo cada día aumentaban los bríos de algunos perros que él solía despreciar. Eran amargos frutos de la experiencia que no tenía más remedio que tragar, aunque para ello se necesitara una gran dosis de discreción y prudencia. En otro tiempo se hubiera arrojado de un salto sobre su contrincante, haciéndose respetar con vengadora furia; pero ahora sus menguadas energías no le permitían tal cosa. Los pelos se le erizaron de coraje y se contentó con mirar amenazadoramente a Colmillo Blanco. Y este, sintiendo renacer en él buena parte del antiguo respetuoso temor, pareció desmayarse y encogerse en sí mismo tanto como antes se había crecido, mientras imaginaba un modo de salir del aprieto, emprendiendo una retirada que no resultara del todo ignominiosa.

Y precisamente fue entonces cuando Baseek cometió un gran error. De haberse contentado con mirar con aire amenazador, todo hubiera terminado bien. Colmillo Blanco, que estaba ya a punto de dejarle el campo libre, se hubiera retirado, abandonando el botín. Pero el perro viejo no esperó. Considerándose ya victorioso, se adelantó, para apoderarse de la carne. Al bajar descuidadamente la cabeza para olfatearla, también a Colmillo Blanco se le erizaron los pelos ligeramente. Incluso entonces, Baseek hubiera llegado a tiempo para volver la situación a su anterior estado. Con solo colocarse sobre la carne en actitud dominadora, alta la cabeza y mirando al otro de hito en hito, este habría acabado por marcharse. Pero la carne era fresca y su olorcillo tentaba el olfato de Baseek, acuciándolo para que probara un bocado. Así pues, el perro quedó a la espera, en actitud de reto.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora