ᴠ - ᴇʟ ᴘᴀᴄᴛᴏ

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Muy avanzado ya el mes de diciembre, Castor Gris emprendió una excursión hacia la parte alta del río Mackenzie. Con él fueron Mit-sah y Kloo-kooch. Conducía un trineo arrastrado por perros, unos adiestrados por el propio indio y otros que le habían prestado. Un segundo trineo, bastante menor, lo dirigía Mit-sah, y a él iba enganchado un tiro formado por cachorros. Parecía, mas que otra cosa, un juguete; pero era la delicia de Mit-sah, que al verse en posesión del vehículo, se veía ya un hombre hecho y derecho, que como tal empezaba a trabajar en el mundo. Además, se iniciaba en el arte de dirigir y adiestrar perros para aquel uso, al propio tiempo que también aprendían los cachorros; y el trineo resultaba útil, puesto que llevaba cerca de cien kilos de peso entre equipo y víveres.

Colmillo Blanco había visto ya a los perros del campamento tirando del trineo, por lo cual sufrió con paciencia que también a él lo enganchasen como a los demás. Le ciñeron un collar relleno de musgo, al cual iban sujetos dos tirantes que se unían a una correa destinada a pasársela por el pecho y los lomos. A esta correa iba atada la larga cuerda por medio de la cual tiraba del trineo.

Siete cachorros formaban parte del tiro y, salvo él, que tenía ocho meses, todos contaban nueve o diez meses de edad. Cada perro iba atado al trineo por una sola cuerda y no había dos de ellas que tuvieran igual longitud, siendo la diferencia entre unas y otras equivalente a la longitud del cuerpo de un perro. Cada cuerda iba a parar a una anilla colocada en la parte anterior del trineo. Este carecía de cuchillas o patines, pues no era más que una especie de narria pequeña para ser arrastrada. Estaba hecho de corteza de abedul, con la parte delantera retorcida hacia arriba para que no pudiese hundirse bajo la nieve y encallarse. Tal construcción permitía que la carga del trineo reposara sobre la mayor superficie de nieve posible, lo que era necesario por estar esta como cristal pulverizado y muy blanda. Siguiendo el mismo principio de amplia distribución del peso, los perros que se hallaban a los extremos de las cuerdas formaban un abanico desde el frente del trineo, de modo que pisaba sobre las huellas de los que le precedían. Esa disposición en forma de abanico servía también para algo más. Las cuerdas de diferentes longitudes evitaban que los perros atacaran por detrás a los que corrían delante de ellos. Para que el ataque fuera posible, el perro tendría que volverse y dirigirse hacia alguno que tuviera la cuerda más corta que él, en cuyo caso se encontraría de cara con el atacado, y también con el látigo del conductor del trineo. Pero la mejor cualidad de este género de disposición consistía en el hecho de que el perro que se empeñaba en lanzarse contra otro que tenía delante se veía obligado a tirar con más fuerza del vehículo, y con cuanta mayor velocidad se moviera este, más rápidamente podía escapar a la arremetida el perro perseguido. Así resultaba que el que iba detrás no podía hacer presa en el que le precedía. Cuanto más corría él, más corría el otro y todos sus compañeros. Incidentalmente se aceleraba la marcha del trineo, y por este astuto medio indirecto aumentaba el hombre su dominio sobre las bestias.

Mit-sah se parecía a su padre, de cuya experta discreción había heredado una buena parte. Había observado desde tiempo atrás que Lip-Lip perseguía siempre a Colmillo Blanco, pero entonces Lip-Lip tenía otro dueño, y Mit-sah no se había atrevido nunca más que a tirarle alguna piedra, recatándose para no ser visto. Ahora, el perro era suyo, y resolvió vengarse de él poniéndole al extremo de la cuerda más larga. Esto lo convirtió en guión de todos los demás del tiro, y aparentemente resultaba un honor; pero en realidad lo privó de todo honor posible, pues en vez de ser el bravucón y el amo de toda la jauría, se vio odiado y perseguido por ella en masa.

Precisamente por correr atado al cabo de la cuerda más larga, los perros lo veían siempre huyendo de ellos. Todo lo que de él alcanzaban a ver era su poblada cola y sus patas posteriores que parecían volar, aspecto mucho menos feroz y temible que el de su pelaje erizado y sus relucientes colmillos. Además, la caprichosa mentalidad de los perros hizo que verlo corriendo siempre, como escapando, engendrara en ellos el deseo de perseguirlo.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora