ɪᴠ - ʟᴀ ᴍᴜʀᴀʟʟᴀ ᴅᴇʟ ᴍᴜɴᴅᴏ

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Al llegar la época en que su madre comenzó a dejar abandonadala cueva para ir de caza, el cachorro había ya aprendido la ley que leprohibía acercarse a la entrada. Fue su madre la que le enseñó estaley por medio de hocicadas y zarpazos, pero también en él mismo sefue desarrollando el instinto del miedo. Nunca, en su breve vida en lacovacha, había hallado nada que pudiera inspirárselo, y, sin embargo,lo sentía. Le fue transmitido sin duda por herencia de remotosantepasados como algo característico de miles y miles de vidasanteriores. Llegó a él directamente por el Tuerto y la loba; pero ellos, asu vez, lo obtuvieron de generaciones enteras de lobos, desaparecidasya. ¡El miedo! El legado del desierto, al cual no hay animal que puedasustraerse ni cambiarlo por la sopa boba de la domesticidad.

Así pues, el lobato conocía ya el miedo, aunque no supiera en quéconsistía en esencia. Probablemente lo consideraba como una de lasrestricciones maternales de la vida. Porque de que estas existían síque estaba enterado. El hambre era para él algo bien conocido, ycuando no podía satisfacerla, se hallaba ante una de esasrestricciones. La dura obstrucción de las paredes en la cueva, el rápidogolpecito de la nariz de su madre o el otro, más duro, con que loaplastaba su pata contra el suelo; las hambres ya mencionadas, quefueron muchas, le habían convencido de que no todo era libertad en elmundo, de que la vida tenía sus limitaciones, y estas eran leyes. Alobedecerlas, uno quedaba indemne de todo daño y tendía a procurarsela felicidad.

Él no razonaba de este modo, que es el que suelen emplear loshombres. Se limitaba a clasificar las cosas en dos grupos: el de las quedañan y el de las que no. Y siguiendo tal clasificación, evitaba lasprimeras, que suponían limitaciones y restricciones a fin de gozar de lassatisfacciones de la vida. Así ocurrió que, obedeciendo la ley dictada porsu madre y la otra que es hija de aquella cosa innominada e inexplicableque es el miedo, se mantuvo apartado de la boca de la cueva.Continuaba siendo para él un surco de luz. Cuando se hallaba ausentesu madre, dormía la mayor parte del tiempo, y durante los intervalos enque estaba despierto, se mantenía muy quieto y callado, suprimiendo elgimoteo que pugnaba en su garganta por hacer ruido.

Una vez, mientras estaba echado y despierto, oyó un raro sonido en elmuro blanco. No sabía que era producido por un glotón que estabafuera, en pie, temblando de miedo y audacia al mismo tiempo yolfateando para averiguar el contenido de la cueva. El cachorro sabíaúnicamente que el rumor producido era raro, algo que él no habíaclasificado aún y, por tanto, algo desconocido y terrible, porque lodesconocido era uno de los principales elementos que constituían elmiedo.

Al lobezno se le erizó el pelo de la espalda, pero se mantuvosilencioso. ¿Cómo podía saber él que, ante aquello que estabaolfateando allá fuera, era muy justificado que sus pelos se erizaran? Elhecho no era hijo de sus conocimientos, sino simplemente la visibleexpresión del terror que sentía y para cuya explicación no hallaba ningúnantecedente en su vida.

Pero el miedo iba acompañado de otro instinto: tenía que esconderse.El cachorro estaba atemorizado, pero seguía inmóvil, sin producir elmenor ruido, como si estuviera helado, petrificado, muerto según todaslas apariencias. Cuando llegó su madre, gruñendo al olfatear las huellasdel glotón, entró de un salto en la cueva, lo lamió y hociqueó con másvehemencia de lo acostumbrado y con mayor afecto. Y el lobeznocomprendió entonces que, sin saber cómo, se había librado de un granpeligro.

Otras fuerzas operaban en el cachorro, y la mayor de ellas era elcrecimiento. El instinto y la ley le exigían la obediencia. El crecimiento,por el contrario, lo impulsaba a desobedecer. Su madre y el miedo loapartaban del muro blanco. Pero el crecimiento es la vida, y la vida estádestinada a buscar siempre la luz. No había, pues, posibilidad deponerle diques a aquella marea que iba subiendo... subiendo a cadabocado de carne que engullía, cada vez que respiraba. Al fin, un día, elmiedo y la obediencia fueron barridos por la oleada invasora, y elcachorro se dirigió, tambaleándose y arrastrándose, hacia la entrada.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora