El cachorro iba desarrollándose rápidamente. Descansó durante dosdías y luego se arriesgó a salir nuevamente de la cueva. En esa ocasiónse encontró con la comadreja pequeñuela cuya madre había él ayudadoa devorar, y tuvo buen cuidado de que la hija siguiera el mismo camino.Pero en esta correría no se perdió como en la otra. Cuando se halló muyfatigado, supo volver a su covacha y dormir en ella. Y después de esto,no hubo día en que no saliera de su escondrijo y fuese extendiendo mássu radio de acción.
Comenzó por medir bien sus fuerzas y su inherente debilidad,procurando ser audaz o cauto según le conviniese en el momentooportuno. Lo que creyó más práctico fue mostrarse cauto siempre,exceptuando solo aquellos raros momentos en que, seguro de su propiaintrepidez, se dejaba llevar por pasajeras rabietas o codiciosos impulsos.
Se ponía hecho una furia cada vez que tropezaba con alguna perdizde las nieves que andaba perdida. No dejó nunca de contestar airado yferozmente a la charla de aquella misma ardilla que encontró antes en elderribado pino. Solía enfurecerse también hasta lo indecible alencontrarse con cualquier pájaro de la misma especie de aquel que sehabía tomado la libertad de darle un picotazo en la nariz, cosa que noolvidó nunca.
Pero ocasiones había en que estos mismos pájaros lo dejabanindiferente. Solía ocurrir cuando sentía la impresión de hallarse enpeligro por culpa de algún otro merodeador que iba en busca de carne.No se borraba de su memoria el recuerdo del halcón, y la sombra quecualquiera de ellos proyectaba al cruzar los aires lo obligabaindefectiblemente a ocultarse entre la maleza. No se arrastraba ya paraandar ni se tambaleaba, sino que iba aprendiendo aquella marchaespecial de su madre, que parecía deslizarse furtiva, como sin esfuerzoalguno, pero que avanzaba con una rapidez que era imposible dealcanzar y que resultaba casi imperceptible.
En el hallazgo de la carne, la suerte se mostró con él más favorable alprincipio que después. Los siete perdigones del nido y la comadrejachiquita constituían todo el botín que había logrado recoger. Su deseode matar fue aumentando de día en día, el hambre lo acuciaba a soñaren apoderarse de la ardilla que tan volublemente charloteaba,contándoles a cuantos seres salvajes se albergaban allí la proximidaddel lobato. Pero cuando los pájaros volaban por los aires y las ardillastrepaban a los árboles, lo único que el cachorro podía hacer eraacercarse a una de ellas, arrastrándose y sin ser visto, mientras sehallaba en el suelo.
Al lobezno, su madre le inspiraba un gran respeto. Ella sí que podíaprocurarse carne, y nunca dejaba de traerle su ración. Además, no letemía a nada. No se le ocurría que su falta de miedo era hija de laexperiencia y de los conocimientos adquiridos. El efecto que a él leproducía era una gran impresión de fuerza, de poder. Su madrerepresentaba para él el poderío, y a medida que iba creciendo, lo sentíaen los duros avisos que le daba a zarpazos. Al mismo tiempo que lashocicadas con que le reprendía al principio eran sustituidas pordentelladas. También por ello respetaba a su madre. No tenía másremedio que obedecerla, porque a esto lo obligaba, y cuanto mayor seiba haciendo él, mayor era también el mal genio que ella mostraba.
Llegó de nuevo el hambre, y el cachorro, que tenía ya más claraconciencia de las cosas, sintió su tortura. La loba se iba quedandodemacrada en la continua búsqueda de la carne. Apenas si dormía yaen la cueva; la mayor parte de su tiempo lo empleaba en cazar, pero sinéxito. No fue muy prolongada el hambre, pero sí durísima. El cachorrono obtuvo ni una gota de leche de su madre y tampoco podía devorar niun bocado de carne.
Si antes cazó por juego, meramente por el placer que esto leproporcionaba, ahora lo hizo con ansias, ansias mortales, y no hallónada absolutamente. Y sin embargo, el fracaso mismo aceleró sudesarrollo. Estudió más cuidadosamente las costumbres de las ardillas yse esforzó en desplegar mayor habilidad para acercarse a ellas ycogerlas por sorpresa. Se dedicó a observar también a los musgaños eintentó sacarlos de sus madrigueras. Aprendió igualmente infinidad decosas relativas a costumbres de los pájaros, por ejemplo, de lospicoverdes. Y llegó ya un día en que el vuelo de la hembra del halcóndejó de impresionarle. Ya no huía agachado para ocultarse entre lamaleza. Era ya más fuerte, avisado y se sentía más seguro de sí mismo.
ESTÁS LEYENDO
Colmillo Blanco
AventuraColmillo Blanco, nos hace penetrar en el misterio de la vida de un animal extraordinario, y está considerado con toda justicia, como una de las novelas clásicas del gran maestro norteamericano. Las aventuras de este cachorro, mestizo de perra y lobo...