QUINTA PARTE - DOMESTICADO I -El largo viaje

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Colmillo Blanco sentía en el aire mismo que respiraba que algo malo iba a ocurrir. Comprendía que el peligro era inminente, aun antes de hacerse tangible y de adquirir caracteres de evidencia. Estaba convencido de que iba a operarse un cambio calamitoso para él. Había llegado a ese convencimiento a través de la observación de sus propios dioses. Las intenciones de estos llegaron a revelarse más claramente de lo que ellos creían. El perro lobo, sin moverse del umbral de la choza, como un fantasma, sabía cuanto se preparaba en su interior e incluso en el cerebro de sus habitantes. 

-¡Oiga usted, haga el favor de fijarse! -exclamó una noche Matt mientras los dos hombres estaban cenando. Weedon Scott se puso a escuchar con la mayor atención. A través de la cerrada puerta se oía un sordo y ansioso lamento semejante al mal reprimido sollozo que, al fin, estalla; y enseguida el prolongado resuello que acompaña al obstinado olfateo. Colmillo Blanco quería asegurarse de que su dios estaba aún dentro de la choza, y no había desaparecido por los aires como por arte de encantamiento. 

-Me parece que este lobo le está espiando a usted los pasos -observó el conductor del trineo. Scott miró a su compañero con ojos que casi disculpaban el hecho y lo veían con gusto, aunque las palabras vinieron luego a desmentir aquella impresión. 

-¿Y qué diablos voy a hacer yo en California con un lobo? -preguntó.

-Pues eso es lo mismo que yo digo -replicó Matt-. ¿Qué diablos va usted a hacer allí con él? 

Pero a Scott no pareció satisfacerle aquella réplica, que dejaba adivinar que el otro daba ya la cosa por resuelta. -Los perros de los blancos no podrían luchar contra él -continuó-. Los mataría a la primera arremetida y me arruinaría con las indemnizaciones que me vería obligado a pagar. Y seguro que las autoridades se apoderarían de él y lo matarían.

-Sí, ya sé que es un asesino de los más peligrosos -dijo por todo comentario Matt. 

Su amo le miró receloso de lo que estuviera pensando. -No, no convendría -dijo, dando la cuestión por terminada. 

-No, decididamente, no convendría -repitió el otro-. ¡Claro! Se vería usted obligado a ponerle un hombre para que lo cuidara y vigilara constantemente. 

Se calmó la sospecha que Scott empezaba a sentir, y alegremente asintió a las palabras de su compañero. Durante el rato de silencio que siguió continuaron oyéndose aquellos sordos quejidos y aquel prolongado resuello, allá afuera, a través de la puerta cerrada. 

-No, la verdad es que ese demonio de animal está encariñado con usted -observó Matt.

El otro le clavó la mirada con repentino enojo. 

-¡Mal rayo..., hombre...! ¡Si sabré yo lo que conviene hacer o no! 

-No, si estoy conforme con lo que usted dice, solo que... -Bien..., ¿solo qué? -interrumpió Scott con brusquedad. -Solo que... -comenzó a decir suavemente el conductor del trineo; pero luego continuó con súbito cambio de expresión en que era patente su mal humor-: Bueno, no hay necesidad de que usted se incomode así por esto... A juzgar por sus actos, bien podría uno creer que usted mismo no sabe lo que quiere. 

Scott se quedó un rato en silencio, discutiendo interiormente consigo mismo, y luego acabó por decir, con aire más amable: 

-Tienes razón, Matt. Yo mismo no sé lo que quiero; y eso es lo que me pone malhumorado -tras una pausa, añadió-: Sería sencillamente ridículo que me llevara el perro conmigo. 

-Sí, señor, tiene usted razón -contestó Matt. Pero por segunda vez la respuesta no dejó satisfecho a su amo. Poco después, Matt añadió con ingenua expresión-: Lo que no me entra en la cabeza es cómo demonios sabe él que usted se marcha.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora