ɪɪɪ - ᴇʟ ᴄᴀᴄʜᴏʀʀᴏ ɢʀɪs

65 9 0
                                    

Resultaba diferente se sus hermanos y hermanas. El pelo de estos acusaba ya aquel matiz rojizo heredado de su madre la loba,mientras que él era el único que se parecía a su padre.

Era el cachorrillo gris de la manada. Representaba el lobo de pura cepa: en realidad, la imagen misma del Tuerto, en lo físico, con la única excepción de que él tenía dos ojos y su padre sólo uno.

No hacía mucho que los del cachorro gris se habían abierto a la luz, cuando ya veían con toda claridad

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

No hacía mucho que los del cachorro gris se habían abierto a la luz, cuando ya veían con toda claridad. Y mientras estaban aún cerrados, tanteaba, paladeaba y olía. A sus dos hermanos y a sus otras tantas hermanas los conocía perfectamente. Había empezado a retozar con ellos débil y torpemente, y hasta puede decirse que a reñir, pues en su tierna garganta vibraba a veces un singular ruido como de carraspera -precursor del gruñido futuro- cuando estaba encolerizado. Y mucho antes de abrir los ojos conocía ya por el tacto, por el gusto y por el olfato a su madre. Ella tenía una lengua suave, acariciadora, que era como un calmante cuando se la pasaba por el delicado cuerpecillo, y le impulsaba él a acurrucarse bien apretado contra el otro cuerpo, dormitando o durmiéndose del todo.

La mayor parte del primer mes de su vida la había pasado así, durmiendo; pero ahora, que veía bien, se quedaba despierto mucho más rato e iba aprendiendo a conocer su mundo mucho mejor. El mundo era lóbrego; pero él no lo había descubierto puesto que no sabía que existiera otro mejor. No gozaba más que de una luz opaca, pero sus ojos no habían tenido que acostumbrarse a otra. Su mundo era pequeñísimo. No tenía otros límites que las paredes del cubil. Pero como ignoraba todo acerca del ancho mundo que quedaba fuera, nunca sintió la opresión de los estrechos confines a que estaba reducida su existencia.

Sin embargo, muy pronto descubrió que una de aquellas paredes resultaba diferente de las demás. Era la boca de la cueva y el manantial de donde provenía la luz. Y averiguó esta diferencia mucho antes de que tuviera ideas propias y voliciones conscientes. Había constituido para él una atracción irresistible aun antes de que sus ojos se abrieran y pudiese mirar hacia allí. La claridad daba sobre sus cerrados párpados, y los ojos y los nervios ópticos habían vibrado en chispazos de luz de cálidos tonos y singularmente agradables. La vida de su cuerpo y de cada fibra del mismo, la vida que era como su propia sustancia corporal había deseado con ahínco esa luz y lo impulsaba hacia ella, de igual suerte que las sabias combinaciones químicas de una planta impulsan a esta hacia el sol.

Al principio, antes de que comenzara a alborear su vida consciente, él se había acercado, arrastrándose, a la boca de la covacha. Y en ello había unanimidad con sus hermanos y hermanas. Nunca, en aquel período, se arrastró ni uno de ellos hacia los oscuros rincones de la pared posterior. La luz los atraía como si fueran plantas; la química de la vida, de la que eran ellos el compuesto, pedía luz como una necesidad del ser, y sus diminutos cuerpecillos de juguete se deslizaban ciegamente,mejor químicamente, hacia ella.

Más tarde, cuando cada uno de ellos había ido desarrollando ya su personalidad y llegaron a tener conciencia de sus impulsos y anhelos, la atracción de la luz aumentó. Continuamente bregaban por llegar a ella, y su madre tenía que retirarlos hacia el interior una y otra vez.

Colmillo BlancoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora