Capítulo 15. Un empujoncito

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Aceptar tu homosexualidad no es tan sencillo como Miguel siempre pensó; ahora incluso admiraba a Hiro por aceptarlo y hablar al respecto como si nada. Durante toda una semana, tuvo que enfrentarse a duras etapas para afrontar lo que sentía hacia el nipón.

El latino primero paso por la negación; ese momento en el que no podía asimilar la idea y se esforzaba por aferrarse a lo "Soy hetero" como si se tratase del último salvavidas en medio del océano.

-Entonces, te gusta ese chino- dijo Leo San Juan, hojeando el cuaderno de Miguel mientras bebía su jugo de cajita.

Miguel frunció el ceño y cerro de golpe el libro en sus manos -Otra vez con eso ¡Ya te dije que no! A mi me gustan las chicas...- Grito con desesperación, manoteando al aire y rematando con un puchero.

El más alto sonrió, burla dibujada en su rostro -A mi no me vengas con fregaderas, es obvio que te trae loco ese chinito- Miguel bufo y le arrebato su cuaderno de las manos, lanzándole una suplica de que lo dejara en paz con una sola mirada.

-¡Que no!- Insistió el músico.

Leo sonrió con picardía -¡Que si!- Miguel dio un golpe a la mesa y se levanto de golpe, caminando a pisotones fuertes lejos de su amigo -¡Huye cobarde! ¡Lárgate con tu chino y pásense el chicle!- Grito el joven, riendo al ver la figura del Rivera corriendo lejos de él.

La ira, igualmente, era parte de ese proceso. Y para alguien como el mexicano, que siempre estaba sonriendo por el mero hecho de existir, estar frustrado y enojado no era muy común. Su familia y amigos fueron los que más lo resintieron.

Un dia en particular, Miguel llego a la habitación del joven Hamada casi derribando la puerta debido a la patada que le dio, con una mueca molesta. Hiro estaba a punto de saludarlo pero de inmediato fue interrumpido -¡No me toques, no me hables, no me mires! Mira, no estés chingando, mejor cada quien en sus propias cosas-

Hiro asintió con lentitud, el saludo casual muriendo en sus labios. Se encogió de hombros y volvio a su trabajo, escuchando como Miguel refunfuñaba por todo.

Aun y cuando el moreno estaba de un humor terrible, el universitario sonrió de lado por que Miguel seguía ahí.

Después estaba la negociación. -Abel, te propongo un trato- menciono Miguel con un rostro sereno entrando al cuarto de su primo, quien veía televisión. Más en especifico, un partido de futbol.

-Si quieres que llame a tu escuela y finja ser tu papá para que te dejen salir temprano mañana; olvídalo- Gruño el mayor, recordando un día en particular donde su abuelita les dio un buen chanclazo por tratar de pasarse de listos.

Miguel se cruzo de brazos y se aclaro la garganta con dramatismo -Güey, te cambio lo que tengo de gay por tu pendejez- Su primo abrió los ojos con sorpresa, por lo regular caía en las trampas de Miguel, como esa vez que le cambio su balón por un tazo de Bob Esponja; pero ni siquiera él era tan menso como para proponer o aceptar algo así -¿Le entras o que?- Desde ese día, Miguel tuvo prohibido acercarse a la habitación de Abel.

Luego le seguía la depresión; ese punto en el que se encerraba en su habitación a escuchar música triste, donde deseaba que un meteorito cayera de imprevisto para así no tener que confrontar sus problemas. Cuando le bombardeaban todos esos pensamientos de como cambiaria su futuro a partir de esto, por que quizá ya no podría tener hijos, por que quizá su familia se decepcionaría, tal vez sus amigos se alejarían, le afectaría en su carrera que iba en ascenso, y la lista de cosas malas seguía y seguía.

Más para este tipo de cosas no había un botón de "Borrar", por suerte había una luz al final del camino y era tan brillante como para darle esperanza y ayudarlo a llegar a la aceptación.

Amorcito CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora