Capítulo 10. El recuerdo de los cerezos

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<<Nosotros, señor, tenemos que conformarnos con amar a los muertos, porque estamos tan atareados que casi no tenemos tiempo de querer a nadie más>> (Alejandro Dumas; La dama de las camelias)

Hiro miraba todo el alboroto de la familia de Sol desde la entrada de su habitación, montones de papeles picados de diferentes colores, olores extraños y fascinantes que emanaban de la cocina y hacían rugir a su hambriento estomago, en contraste de otros aromas que no le agradaban del todo como el de esas flores naranjas.

No tenia idea de que estaba sucediendo a pesar de que todos los familiares de su anfitriona insistían en explicarle, arrugo la nariz dispuesto a salir de su refugio con algo de desconfianza.

En cuanto salió dos muchachos pasaron con rápidez persiguiéndose y casi le tiran, después le siguieron las sobrinitas de Sol que chillaban jugando con los pétalos de las extrañas flores naranjas y lanzándose lo que llamaron "Aserrín" de colores -Too crowded- mascullo decidido a dar media vuelta y volver a la seguridad de su habitación

-Hiro, ¿Estas bien mijo?- llamo aquella dulce señora que le alojaba dándose aire con un abanico, y refunfuñando por el calor que se sentía en la cocina por tanta gente y el horno encendido.

-Si eso creo...- Jalaba las mangas de su hoddie con nerviosismo mientras miraba a todos lados encontrándose con más gente, trago grueso -Iré con Miguel- declaro después de pensarlo mucho; pues no tenía otro lugar al cual acudir. Gracias a esa celebración la universidad estaba cerrada y el aun así tuvo que despertarse temprano al escuchar a tanta gente irrumpir.

Sol le detuvo mirándole con una sonrisa -Pero ya vamos al panteón, ¿No quieres venir? Te va encantar lo bonito que decoran ahí- El nipón sonrió tímido y negó inflando una mejilla con incomodidad, diciendo que no le gustaban los "panteones" y que iría a ver a su amigo. La mujer asintió con delicadeza mientras le daba un apretón en su hombro y le sonreía de nuevo.

Hiro salió corriendo de ahí, después de una despedida bastante torpe con los presentes. Camino por la acera percatándose de que aquel revoltijo de colores dentro de la casa no era nada comparado con todo lo que había afuera. Bajo la cabeza tímido concentrándose en el andar de sus pies.

Llego hasta la vivienda Rivera de donde salían y entraban montones de familiares de Miguel, saludo cortésmente a cada uno y pregunto por su "amigo" a su madre, la cual sonrió con cariño y le dijo que pasara. Se encontró con más niños pequeños jugando y a la atemorizante abuela del mexicano persiguiendo a Dante con su huarache en mano; Miguel estaba sentado con Socorro rodeado por muchas flores de esas que cubrían cada calle en este día, el latino las cortaba a la medida "correcta" ante la atenta mirada de su hermana.

Hiro metió las manos a sus bolsillos y carraspeo para llamar su atención -¡Hola arroz!- Llamo Miguel al verlo, haciendo notar su hoyuelo; la dulce niña chillo emocionada y abrazo a aquel que en algún momento fue su muñeca favorita.

-Hola...- saludo el mitad japonés con nerviosismo mientras acariciaba la cabeza de la niña.

Miguel sonrió como bobo ante esa imagen, después se levanto llevando un buen bonche de flores consigo mientras caminaba seguido por Hiro pero no por la niña -Muy bonito ¿verdad? Adoro esta fecha, como tienes una idea- dijo viendo cada detalle con los ojos de un artista que aprecia cada color y detalle en una obra, en este caso el altar de su familia fallecida -Ven, tengo algo que mostrarte- Hiro despertó de su trance y se puso a su lado alzando una ceja ante la enorme ofrenda.

Había muchas fotos viejas con pésima calidad, había comida, velas, mas de esas flores apestosas, y unos bonitos cráneos pequeños de azúcar con muchos detalles que le habrían encantado a Honey Lemon por sus hermosos colores.

Amorcito CorazónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora