Socorro observa a su hermano mientras peina a su muñeca, él esta tirado en el suelo tarareando una canción que ella bien ha escuchado.
Ladea la cabeza y se pregunta con inocencia que bicho le pico a su querido hermano mayor para que este tan triste como para no levantarse a jugar con sus amigos. Tantea un poco, dando golpecitos con su dedo la mejilla del chico donde se debería estar marcando su hoyuelo, frunce el ceño -Miguel, ¿Ya te morisionaste?-
No recibe respuesta, y como tiene el clásico temperamento de una mujer Rivera; se levanta enfadada sacudiendo de su vestido el pasto que se le ha pegado y camina a paso firme a buscar quien ayude a Miguel.
Encuentra a Marco Díaz, quien esta sentado en la mesa, tratando de abrir un jugo de cajita triangular. Socorro tira de la manga del chico para llamar su atención, él voltea y le sonríe ampliamente -Hola Coquito, ¿Que sucede?- Ella señala el cuerpo de su hermano tendido a la orilla del lago, Marco no entiende.
-Creo que Miguel se nos petateo- Y como el moreno es demasiado paranoico, sale corriendo en dirección de su amigo, detrás de él lo sigue la niña.
Marco sacude a Miguel con brusquedad y luego revisa el pulso en su muñeca; aquel músico suelta un quejido y el mitad norteamericano suelta un largo suspiro de alivio. No esta muerto, aparentemente solo anda de dramático y lo reconoce por la canción que esta entonando entre dientes.
-¿Qué tiene doctor Marco?- Pregunta la niña con exageración, decidida a utilizar a su hermano para uno de sus juegos en donde aparentemente el castaño es un doctor. Díaz suelta una suave risita.
-¿El corazón roto? Creo- Marco sonríe y vuelve a sacudir ligeramente a Miguel -Amigo, levántate... Estas preocupando a Socorro-
El Rivera suelta un bufido -Ve con mamá, Socorro; estoy bien- La infante frunce el ceño. Él no esta bien, su hermano siempre esta jugueteando y riendo; pero pues si no quiere su valiente ayuda mejor se va y espera a que se le pase. Da media vuelta indignada, toma su muñeca y se va con un puchero en los labios.
Marco y Miguel la observan irse -Te ves terrible- Se veía igual que cuando Hiro le dejo de hablar, o cuando seguía aferrándose a que no era gay, o como cuando se entero que dejarían de transmitir el chapulín colorado a la hora de la cena.
El músico gruñe -¡Estoy bien! Chingada madre- El karateca rueda los ojos, se rinde, bye.
Leo se acerca después, con rastros de baba en la cara, el cabello despeinado y las marcas de la almohada impregnadas en su piel. Levanta el pulgar en una errónea señal de que anda al cien -¿Y tú que güey?-
Miguel suelta un gruñido mientras les mira enfadado -¿No tienen otro lugar donde estar chingando?- Solo quiere estar en paz y esperar a que mágicamente termine su miseria.
-Uy que pinche genio, si tenemos otro lugar; ahorita mismo vamos con el chino a joderle la existencia- Leo frunce el ceño -¡Ahí nos vidrios!- Le da una señal a Marco para que lo siga y deje al músico haciendo corajes.
Luisa se acerca al poco tiempo, preocupada por lo que su hija dijo sobre Miguel -¿Estas bien mijo?- pregunta agobiada al ver como el chico se hace bolita en el suelo con una mueca de tristeza. Ella sabe mejor que nadie que algo le sucede a su pequeño.
Aquel muchacho rueda los ojos, un poco desesperado por recibir tanta atención, solo déjenlo morirse y ya -¡Que si! Ya déjenme en paz- Hace un puchero.
Su madre tuerce los labios y se cruza de brazos -Ah, chamaco contestón... Vas a ver ahorita con tu papá- Sin más, deja solo al joven de nuevo; quien suspira pesadamente posando su mano en su rostro, para tapar un poco el sol.
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