Jung y yo seguimos reuniéndonos todas las tardes después de aquella. Cumpliendo su promesa, traía siempre dos barras de pan. Habían pasado dos meses desde aquel primer encuentro. Tanto Soo como yo habíamos ganado peso y nos encontrábamos con mucha más salud que antes. Esto debería haber puesto en alerta a los guardias, pero éramos tantos los prisioneros que no podían controlarnos a todos.
Sin embargo, aquel día era diferente. Jung se demoraba mucho en venir y, cuando por fin apareció, tenía un aspecto de absoluta frustración y horror. Pude prevenir que no auguraba nada bueno.
—¿Qué sucede?
Se pasó una mano por el pelo. Con el tiempo había comprendido que era un gesto involuntario.
—Será mejor que te sientes —dijo con voz cansada—. Lo que tengo que decirte no es fácil.
Frunciendo el ceño, hice lo que me ordenaba. Inspiró profundamente.
—Hoy, a un grupo de mujeres, se las llevaron a una sala —dijo de forma atropellada—. Una vez allí, les obligaron a tomar unas hojas de col envenenadas.
Aunque esto hizo hacerme sentir horripilado, no comprendí por qué me miraba con semejante conmiseración. Al darme cuenta, abrí los ojos como platos.
—No —negué con la cabeza—. No puede ser... Es imposible, tienes que estar equivocado.
Me miró, dolido.
—Lo siento mucho —murmuró con sincero arrepentimiento.
Hundí la cabeza entre las manos. No me extrañó descubrir que estaba llorando. ¿Por qué? ¿Por qué? Normalmente me hubiera avergonzado de llorar delante de otra persona, pero en ese momento no me importaba lo más mínimo.
Después de un rato conseguí serenarme y recobrar la compostura. Me limpié los ojos y me levanté para marcharme. ¿Tendría el valor suficiente de decirle a Soo que nuestra madre estaba muerta?
—Espera un momento —dijo Jung agarrándome del brazo—. Aún hay algo que tengo que decirte.
Me giré hacia él, cansado.
—¿No puede esperar hasta mañana?
—No.
A regañadientes, volví a sentarme.
—¿Y bien?
—¿Empiezo por lo bueno o por lo malo?
Vacilé.
—Por lo bueno.
Vi que tragaba saliva.
—Mañana me marcharé de aquí —dijo, haciendo que le mirara con asombro—. Lo malo es que solo puedo llevarme a una persona conmigo.
Apreté la mandíbula. Una sola persona... O Soo o yo. No era un difícil decisión.
—¿A qué hora? —pregunté con tono práctico, intentando ocultar que me temblaba la voz.
—A las tres, antes de que empiece la jornada laboral —se quedó callado durante unos segundos—. ¿Estás seguro de...?
—Completamente.
—Sabes que te interrogarán y te torturarán, ¿verdad?
Clavé la vista en mis manos y me estremecí. Asentí lentamente.
—Cuida bien de él, por favor.
—Descuida, ahora que me lo has confiado, no dejaré que le pase nada. —Dudó un momento, pero finalmente me preguntó—: ¿Deseas que le diga que te sacrificaste por él?
Negué con la cabeza.
—Quizás cuando se haga más mayor, pero de momento no. Solo serviría para que se sintiese culpable de mi... de mi muerte.
Apretó los labios, formando una fina línea. Soltando un suspiro, sacó unas hojas de papel dobladas y un lápiz de uno de los bolsillos de su chaqueta. Me los entregó.
—Supuse que esa sería tu decisión —sonrió con amargura—. Pensé que te gustaría poder escribirle una carta de despedida —soltó una seca carcajada, carente totalmente de alegría y más parecida a un ladrido que a otra cosa—. Además de que dudo que tenga las agallas suficientes de decirle por qué moriste cuando llegue el día en que me lo pregunte.
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Sin esperanza
RandomTe doy la bienvenida a uno de los temibles y escalofriantes campos de concentración que a día de hoy existen en Corea del Norte. En dichos campos la tortura, el hambre, los malos tratos y la muerte es el pan nuestro de cada día. Esta es la historia...