—Eunji —volví a decir.
Me quedé mirándolo, alelado. El frunció el ceño y alzó la vista, fijándose por primera vez en mí.
—¿Cómo sabe...? —se quedó a media frase. Su rostro se puso lívido—. No puede ser... ¿Yong?
Dio un paso hacia atrás. Parecía haber visto un fantasma. Se le llenaron los ojos de lágrimas.
—¿De verdad eres tú? —extendió la mano, tocando mi brazo, como si comprobase que no era una ilusión—. No puedo creerlo.
Poco a poco, mi mente fue saliendo del estado de conmoción en el que se encontraba. Pensaba que le había perdonado, que ya no guardaba ningún tipo de rencor a mi hermano, pero estaba equivocado. Me descubrí apretando los puños y temblando de pura rabia.
—¿Cómo te atreves a tocarme? —le grité, apartando el brazo con brusquedad—. Eres... Eres...
No encontré una palabra lo suficientemente insultante para describirle. Él pareció aturdido.
—¿Sabes todo lo que tuvimos que pasar? —unas cuantas personas nos estaban mirando. Las ignoré—. ¡Mamá y papá están muertos! Y todo por tu culpa.
Esto ultimo lo dije con un áspero susurro. Temía hacer algo peor que gritarle si no lograba contenerme. Eunji tenía una expresión de profundo dolor y tristeza.
—Lo siento —no se retorció las manos ni hizo ninguna de estas dramáticas demostraciones de arrepentimiento. Lloró en silencio, sin atreverse a mirarme a los ojos—. Lo siento.
—Eres un asesino —le espeté—. Te odio.
Se encogió ligeramente, como un animal asustado. Giré sobre mis talones y eché a andar, deseando alejarme cuanto antes de él. Había salido ya del parque cuando oí que me seguía.
—Espera —gritó.
Apreté el paso.
—Por favor, Yong, te lo ruego.
Vacilé un instante. Él nunca rogaba. La imagen de mi padre fusilado, entre otras tantas, fue lo que me obligó a seguir. No faltaba mucho para llegar al piso.
—No quiero perder otra vez a mi hermano —esta vez un sollozo y una nota de pánico se colaron en su voz.
Me paré en seco, haciendo que Eunji casi se chocara contra mí. No me di la vuelta.
—Que te quede claro —gruñí, enfatizando mis palabras—. Tú y yo no somos hermanos.
Y lo dejé allí, solo con el peso de la culpa y mi rechazo.
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Sin esperanza
RandomTe doy la bienvenida a uno de los temibles y escalofriantes campos de concentración que a día de hoy existen en Corea del Norte. En dichos campos la tortura, el hambre, los malos tratos y la muerte es el pan nuestro de cada día. Esta es la historia...