Me volteé. A su lado estaba una mujer de mediana edad que le señalaba dónde estábamos. Más tarde, Jung me explicó que se trataba de una asistenta social que se había encargado de cuidarle mientras él estaba en Ginebra.
Vi con alegría que había crecido unos pocos centímetros y que tenía el mismo aspecto que cualquier otro niño normal de su edad. Solo quien lo supiese podría creer que él había sufrido más que, incluso, algunas personas en toda su vida.
Al verme, echó a correr hacia mí y me abrazó con fuerza. Las lágrimas acudieron a mis ojos, pero aquella vez si que era cierto que eran de felicidad.
—Yo también te he echado de menos —musité, esbozando una sonrisa.
Le cogí en brazos y le estreché cariñosamente, casi posesivamente. Durante largo rato, Soo permaneció con el rostro escondido en mi pecho. Solo después de que acariciara con delicadeza su cabeza, me miró. Sus ojos seguían siendo los mismos: grandes, oscuros y, prácticamente, mi única debilidad.
—¿Volverás a irte?
—No —prometí—. Ya no.
Sé que este capítulo es muy corto, no me mateis. Prometo a cambio subir pronto.
El próximo "capítulo", será ya el epílogo.
Y, por tanto, dada la cercanía del final, aprovecho para daros las gracias por leer (no se me da nada bien :P).
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Sin esperanza
RandomTe doy la bienvenida a uno de los temibles y escalofriantes campos de concentración que a día de hoy existen en Corea del Norte. En dichos campos la tortura, el hambre, los malos tratos y la muerte es el pan nuestro de cada día. Esta es la historia...