12. Confianza

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Me quedé mirándolo, perplejo.

—¿Lo dice en serio?

Al momento, recelé.

—¿Cómo sé que no miente?

Una expresión de aprobación cruzó su rostro.

—Esa es una muy buena pregunta. Simplemente, no puedes —la felicidad de ese tipo era definitivamente anormal. Decidí que estaba completamente chalado—. Tendrás que fiarte de mi palabra.

Fruncí el ceño.

—No es que tenga muchas opciones —repliqué.

—Exacto.

Solté un suspiro.

—Que sea amigo de Jung no me dice qué es lo que quiere de mí.

Esta vez le tocó a Min sorprenderse.

—¿No es obvio? —preguntó—. Quiero ayudarte a salir de aquí.

—¿Qué?

A pesar de que sabía que era imposible, la esperanza empezó a latir en mi pecho. Negué con la cabeza, intentando ahuyentar esa estúpida ilusión. Nadie se escapa tan de repente y tan fácilmente de la muerte.

—No me lo creo —afirmé, tratando de sonar más convencido de lo que estaba—. ¿Por qué Jung nunca me habló de usted?

Me miró con desaprobación, haciendo una mueca de disgusto que eliminó su anterior jovialidad.

—Venga ya, chico, pensaba que eras listo.

—Tengo nombre, ¿sabe?

Alzó una ceja.

—¿Y es...?

Bufé.

—Estoy seguro de que lo sabe, así que no se lo pienso decir.

Parpadeó un par de veces, como si hubiera dicho algo desconcertante.

—Muy bien, entonces, chico —se sentó y se inclinó hacia mí, dirigiéndome una sonrisa maliciosa—. Si no me los quieres decir te seguiré llamando como a mí me venga en gana.

—Lo haría de todos modos —rezongué, poniendo los ojos en blanco—. Volviendo al tema que nos atañe, imagino que Jung nunca me habló de usted porque temía que, cuando me torturaran, hablase de su supuesta amistad.

Min se inclinó hacia atrás e hizo un gesto de aprobación.

—Veo que sigues sin creerme —soltó un suspiro—. Escuchame, no tengo medios para demostrártelo. Al fin y al cabo, lo de amistad es, en este caso, un concepto relativo.

—¿Qué quiere decir con eso?

—Lo que nos unía no era el cariño, sino más bien el interés y la alianza por un bien común.

Volvió a sonreír, esta vez más moderadamente, al ver mi incomprensión.

—Ambos deseábamos escapar —me explicó—. Pactamos que nos ofreceríamos ayuda mutua hasta que los dos estuviéramos en Corea del Sur.

—Entonces, ¿por qué no huyeron juntos?

Hizo un gesto.

—Había algo que me retenía aquí.

Por el tono con que lo dijo, entendí que no quería hablar de ello.

—Y... —dije, intentando cambiar de tema—. ¿Ahora que eso ya no le retiene, quiere irse? ¿Conmigo?

Sus ojos, que habían ido apagándose, volvieron a brillar. Recordaban a dos pequeñas brasas encendidas. Me dí cuenta en ese momento de que el hombre rondaría los cuarenta años como poco. Su extraña actitud lo hacía parecer más joven.

—Así es —confirmó con una sonrisa—. A menos que prefieras quedarte aquí.

No sabía si era buena idea confiar en él. Min podía estar perfectamente tendiéndome una trampa para que le condujera hasta Jung. Si al final resultaba que me estaba engañando, tanto Soo como yo acabaríamos muertos, o algo peor.

Solté un suspiro y me encogí de hombros.

—¿Qué tengo que hacer?

Sin esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora