10. Extraño

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Me desesperaba estar allí sin hacer nada. No podía salir, a penas tenía espacio para moverme... ¡No podía hacer nada! También era cierto que mi lamentable estado físico no hubiera contribuido a que pudiera hacer mucho, pero iba a volverme loco si no conseguía salir para ver el sol aunque fuera solo un momento.

Tampoco hablaba con otras personas. La única voz "humana" que escuchaba de vez en cuando era la de un carcelero graciosillo que se burlaba de mí. Había aprendido a ignorarlo.

Quizás ellos me consideraran infrahumano, pero no era yo quien mataba a niños, mujeres, hombres y ancianos ni quien golpeaba, riendo, a gente inocente e indefensa.

Aunque, eso es cierto, en cuestión de conciencia, ellos la tenían más limpia que la mía, ya fuera porque de verdad creían que lo que estaban haciendo era algo normal e, incluso, bueno, o porque carecían de ella.

Varias veces me pregunté por qué me mantenían con vida. Que nadie me malinterprete, no es que me quejase, pero me resultaba incomprensible. No podían esperar atrapar a Soo y Jung después de tanto tiempo; calculaba que, como mínimo, ya estarían en Vietnam o en algún país desde el que pudieran pedir ayuda a la embajada surcoreana.

Un hombre entró en la celda cuando estaba pensando en esto, haciendo que me sobresaltara. No era un carcelero, eso se podía ver claramente en su traje y su actitud. Parecía más algún tipo de oficial. Interrumpí el masaje que estaba dándome en las piernas (era algo que hacía todos los días para evitar que se me atrofiaran) y me quedé mirándolo.

Estuvo tanto rato en silencio que empecé a enervarme.

—¿Qué demonios quiere? —pregunté con aspereza.

Al ver que tampoco me contestaba, le dí la espalda y seguí masajeándome, dispuesto a ignorarlo. A los pocos segundos noté la fría boca del cañón de una pistola contra mi nuca.

—¿No te han enseñado que nunca debes darle la espalda a tú enemigo, chaval?

Me cuadré de hombros, intentando ocultar el miedo que tenía.

—Eso es solo en caso de que te importe que te mate, señor —conferí a la palabra señor el mismo tono con el que se diría un insulto.

El hombre no respondió nada. Ladeando ligeramente la cabeza, vi por el rabillo del ojo que tenia un aire meditabundo.

—Me gusta tu temperamento, chaval —comentó—. Me pregunto...

Presionó aún más con la pistola, haciendo que tuviera que inclinar la cabeza. Parecía que el corazón se me iba a salir del pecho. Clavé la vista en el suelo y me mordí con fuerza la lengua, esperando que el dolor me ayudara a concentrarme lo suficiente como para dejar de temblar.

—Sí, sin duda me gusta.

Apartó el arma. Tuve que contenerme para no soltar un suspiro de alivio.

—¿Qué quiere? —volví a preguntar, esta vez con un tono más normal.

—Bueno —sin verlo, supe que estaba sonriendo—, quiero muchas cosas, pero creo que lo primero será que te duches. Apestas.

No lo dijo de forma ofensiva o insultante, sino más bien con la misma voz que usaría un amigo para bromear. Esto consiguió que me relajara un poco.

Sin esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora