Encontré a Min sentado en el comedor, leyendo el periódico. Levantó perezosamente los ojos cuando cerré la puerta de un portazo. Su mirada era interrogativa.
—No es algo de lo que quiera hablar —dije simplemente.
Entré a mi habitación. Allí no iba a estar mejor que afuera, pero confiaba que, de esta forma, Min comprendería que necesitaba estar a solas. Resultó ser una vana esperanza.
Me había dejado caer sobre la cama, intentando desesperadamente no pensar en nada. Min accedió al cuarto en silencio, se sentó a mi lado y esperó, paciente. Me gustaría poder decir que, si lo que esperaba era que acudiera a él en busca de consuelo, se llevó una decepción, pero no fue así. Llorando, le conté que había visto a Eunji y la historia de por qué habíamos acabado en el campo. Nunca en mi vida he encontrado a alguien que escuche mejor que él. Aunque me quedase varios minutos callado, sumido en dolorosos recuerdos, él jamás abría la boca.
Acabé de contárselo todo y me quedé callado, tratando de dejar de llorar. Estaba tan afligido que agradecí que Min, un poco incómodo al principio, me abrazase. El gesto, tan inesperado, me arrancó aún más lágrimas. Hacía muchísimo tiempo desde que una persona me había abrazado.
—¿Estás mejor? —me preguntó cuando lo aparté delicadamente.
—Sí... —mi voz sonó ronca. Bajé la vista—. Gracias.
Me dio una paternal palmada en la espalda.
—De nada —aprecié cierta dulzura en sus palabras—. No es algo que tengas que agradecerme.
Alcé con timidez la mirada. Me dirigió una cálida sonrisa. No logré devolvérsela.
Min se levantó y se dirigió hacia la ventana. Tenía vistas a la calle y estaba abierta. Algo pareció captar su atención. Me acerqué para ver que era. Negó con la cabeza, como si me dijera que no le parecía una gran idea. Ignorando ese mudo consejo, seguí su mirada, hasta llegar a lo que estaba contemplando.
Eunji estaba plantado en medio de la calle. No habría otra forma de describirlo. Parecía que hubiese echado raíces y que, aunque quisiera, no pudiera moverse. Tenía la piel pálida como un muerto —de eso sé bastante— y los ojos idos. Aparté la vista.
—Te lo dije —murmuró Min.
—No realmente —repliqué, esperando que no se filtrara en mi voz el dolor que sentía.
Min me condujo afuera , hasta la cocina, lejos de la ventana y la imagen de Eunji.
—¿Tienes hambre? —me preguntó, intentando distraerme.
Asentí, aunque en verdad no tuviese nada de apetito. Nos sentamos a la mesa, el uno frente al otro, envueltos en un silencio casi absoluto, perturbado unicamente por el ruido que hacíamos al masticar.
En un momento dado, me di cuenta de que había dejado de comer. No tenía ni idea de cuanto había estado así, pero, por como me miraba Min, supe que no había sido poco tiempo. Soltando un suspiro, se levantó de su asiento. No me atreví a preguntarle a dónde iba. Salió de casa.
Como tardaba en volver, recogí la comida, que ya se había enfriado, y me senté en el comedor a esperarle.
***
Sentí que alguien me sacudía suavemente. A regañadientes, entreabrí un ojo. Min. Me había quedado dormido esperándole. A través de las ventanas pude ver que la noche ya había avanzado un buen trecho. Llovía. Me pregunté que hora sería.
—¿Sigue ahí?
No necesité explicarle a quien me refería.
—Bueno —parecía incómodo—. No exactamente.
Fruncí el ceño.
—¿Qué quieres...? —me sentí horrorizado—. No. No, no, no y no. Dime que no es lo que estoy pensando.
Me sonrió a modo de disculpa.
—No pienso hablar con él —dije tajante.
—Pues perfecto. Él solo quiere que le escuches.
—No estoy de broma —apreté la mandíbula—. No quiero verlo.
—No tienes por qué verlo —no entendía qué le hacía insistir tanto—. Puedes escucharlo de espaldas.
Solté un suspiro irritado.
—¿Se puede saber por qué quieres que hable con él? —crispé los puños—. Tú eres más consciente que nadie de todo lo que nos hizo.
Estas últimas palabras prácticamente las arroje contra su nuca. Se había vuelto, dirigiéndose hacia la puerta. Se paró, indeciso.
—Porque creo que todos, por mucho daño que hayamos hecho, merecemos por lo menos una oportunidad —fue a abrirla, pero se detuvo otra vez—. Además —ladeó la cabeza y curvó la comisura de los labios—, sé muy bien que es perder un hermano.
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Sin esperanza
RandomTe doy la bienvenida a uno de los temibles y escalofriantes campos de concentración que a día de hoy existen en Corea del Norte. En dichos campos la tortura, el hambre, los malos tratos y la muerte es el pan nuestro de cada día. Esta es la historia...