18. Cumpleaños

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Eunji me ofreció ir a vivir juntos a su casa. No quise separarme de Min, a quien tanto debía, así que fue él quien se mudó a la nuestra. Pasamos días enteros conversando. Ambos teníamos muchas cosas que contarnos.

Él me habló sobre las dificultades que había tenido para llegar hasta Corea del Sur. En China trabajó clandestinamente en fábricas, con miedo constante a que le detuvieran y le enviaran de regreso a Corea del Norte. China, a pesar de las advertencias de la ONU (organización que había descubierto gracias al ordenador) de que esto era ilegal, repatriaba a los prófugos norcoreanos, mandándolos así a una muerte segura.

—Aún así —comentó—, agradezco no ser mujer. Algunos hombres acaban en las redes de esclavitud chinas, pero muchas mujeres son obligadas a prostituirse.

Resultaba deprimente enterarse de ese tipo de cosas. Pensar que la gente que lograba escapar, después de haberlo pasado tan infinitamente mal, acababa viendo su salvación convertida en un nuevo infierno era insultante y enojoso.

—El gobierno chino se puede meter sus alianzas con Corea del Norte por donde le quepan —mascullé—. Me gustaría verlos a ellos en un campo de concentración o pasando tanta hambre que no puedas pensar en otra cosa que no sea comida.

Por un momento se me pasó por la cabeza una idea espantosa. Y si Jung y Soo... No, no tenía que pensar en eso. Eunji pareció notar mi preocupación.

Saukerle —dijo, sacándome de mis ideas.

—Y que lo digas —sonreí, solo un poco forzadamente—. ¿Aún hablas alemán?

Me gustó oírle hablar en aquel idioma. Me recordaba a los lecciones que nos daba a ambos nuestro padre a escondidas. Respondió a mi sonrisa.

Ia —asintió—. Aunque ahora me intereso más por el inglés. Es un idioma muy hablando y tremendamente útil.

Sentí curiosidad.

—¿Me enseñarás?

—Por supuesto —le brillaron los ojos con alegría—. Por cierto, Yong, ¿tienes idea de que día es hoy?

—¿Miércoles...? —pregunté, extrañado con el cambio de tema.

Soltó una carcajada.

—¿Te suena de algo el veintiséis de marzo?

Me sobresalté.

—¿En serio?

Volviendo a reír, palmeó mi hombro.

—Feliz cumpleaños, hermanito.

—No me llames "hermanito" —repliqué, poniendo los ojos en blanco—. Soy más alto que tú.

Me miró burlonamente.

—Y también el pequeñajo que me pedía que durmiera con él cuando tenía pesadillas.

Scher dich zum Teufel —le pegué un puñetazo en el brazo—. Schwachsinnig.

A pesar de mi desahogo con la utilización del más selecto y educado vocablo alemán, Eunji tenía una expresión triunfadora. Si acabas una discusión insultado al otro por qué no sabes que decir, está claro quien ha ganado.

—¿No quieres saber cuál es tu regalo?

Arqueé una ceja.

—No esperaba que me dieras nada, la verdad.

Sonrió enigmáticamente. Se fue y regresó en apenas dos minutos. Traía su portátil consigo. Min entró con él. Colocó el ordenador frente a mí.

—¿Te resulta familiar este hombre?

Lo miré con detenimiento. Al reconocerlo, sentí que mi boca y mis ojos se abrían por la sorpresa.

—Ju... ¡Jung!


Sin esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora