7. Risa

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Aquella noche me obligué a no dormir. Me quedé tumbado al lado de Soo, con su cabeza apoyada sobre mi pecho, rememorando viejos tiempos. No hacía tantos años, él solo era un bebé que siempre lloraba si no le cogía en brazos. Noté que se alzaban las comisuras de mis labios.

Cuando tenía quince años, nuestra madre volvía tarde de su trabajo, por lo tanto era yo quien tenía que darle de cenar y acostarle.

Siempre le cantaba hasta que se quedaba dormido. En los primeros días en el campo había seguido haciéndolo, pero pronto lo dejé. No le veía ninguna utilidad. Creo que, simplemente, perdí todo tipo de esperanza sobre el futuro.

        Kip oun san-sok
        Ong tal sam
        Nou ka wa so
        Mok na yo
        Sae pyo keh

        To kki ka

Paré de cantar. Por algún motivo que desconocía, Eunji odiaba esta canción. Quizás fuera solo una irracional manía. Ahora ya nunca lo sabría. Me sorprendió ver que le echaba de menos. Ahora que mi fin era tan cercano e inevitable, podía reconocerme que la rabia que sentía contra él no se debía a que estuviéramos allí por su culpa, sino porque me dolía más que cualquier otra cosa pensar que era capaz de abandonarnos sin ni siquiera sentirse triste por ello. Me dolía que no nos quisiera.

—¿Por qué has parado? —la vocecita somnolienta de Soo interrumpió mis pensamientos. No estaba tan dormido como pensaba.

Por primera vez en lo que a mí me parecían siglos, pero que en realidad eran solo meses, solté una francamente alegre carcajada.

        Noun pi pi ko
        Ih ro na
        Seh su ha ro
        Wat ta ka
        Moul man mok
        Ko ka tchi yo.

Se pegó aún más a mí, soltando un bostezo. Por un momento olvidé completamente donde estábamos, y también lo que me deparaba el futuro, y deseé que esa noche durara para siempre. Le di un cariñoso apretón.

—Anda, duérmete un rato, mañana tenemos que despertarnos más temprano —me mordí la lengua, arrepentiéndome de haberlo dicho al momento siguiente de decirlo.

Alzó la cabeza y me miró, totalmente despierto, con sus grandes y oscuros ojos. Maldición.

—¿Por qué?

—Duerme —dije, ignorando su pregunta.

Hizo un mohín.

—Dímelo —exigió.

—No.

Haciendo caso omiso de sus protestas, me senté, arrastrándole conmigo y sentándolo sobre me regazo. Le aparté el pelo de los ojos.

—¿Por qué no me lo quieres decir?

—Ya lo sabrás mañana.

—Joooooo. —Se quejó—. ¡Eso es injusto!

Por segunda vez en aquella noche, no pude evitar reírme. Soo se quedó observándome.

—¿Qué pasa? —pregunté—. ¿Tengo algo en la cara?

Negó con la cabeza.

—Es solo que hacía mucho tiempo que no te veía reír.

Era cierto, claro. Un tanto contrariado, sonreí y llevé los dedos a su cuello, haciéndole cosquillas.

—¡Ah! —gritó, apartándose—. ¡Sabes que no me gusta!

Alegremente, lo aprisioné y seguí haciéndole cosquillas, mientras él se reía e intentaba alejarme empujándome con sus pequeñas manos. Únicamente me detuve cuando se quedó sin aire.

—¿Vas a irte ahora a dormir o quieres que siga? —le amenacé.

—No —respondió entre jadeos, intentando recuperar la respiración—. Para.

—Me lo imaginaba.

Golpeó mi hombro, enfurruñado, y se tumbó de espaldas a mí.

—Eres un tramposo —masculló.

Sonreí, enternecido.

—Entonces, imagino que no te importará que esta noche este tramposo malvado y terriblemente cruel no duerma contigo.

Se giró, mirándome con aprensión.

—¿Eh?

—Sí —seguí diciendo—, será mejor que me vaya. No quiero quedarme con alguien que está enfadado conmigo.

 Hice un ademán de incorporarme, cómo si de verdad pensara irme. Soo me agarró de la manga.

—No te vayas —rogó—. Por favor.

Mi sonrisa se ensanchó. Volví a sentarme y le revolví el pelo.

—¿Cómo voy a marcharme, boborrón?

Tumbándome a su lado, lo abracé.

—Siempre me engañas.

Bajé la cabeza hasta la altura de la suya y acaricié su nariz con la mía.

—No es mi culpa que siempre te dejes engañar.

Se quedó callado durante tanto rato que pensé que por fin se había dormido.

—¿Me prometes que nunca te irás?

La sonrisa que había mantenido en mis labios se marchitó y murió en ese instante. Sabía que él no tenía la culpa de que esa pregunta me afectara tanto, pero deseé que no la hubiera hecho.

—No puedo prometerte eso —apreté los puños. De pronto me sentí mucho más mayor y cansado—.  Duérmete, Soo, por favor, solo duérmete.

Sin esperanzaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora