Tamborileé con los dedos una marcha cualquiera, esperando, impaciente, su llegada. ¿Cuanto iba a tardar en llegar ese maldito avión? Sabía que Suiza estaba indeciblemente lejos, pero llevábamos más de diez horas en el aeropuerto.
¿Que qué hacía Jung, y, por consiguiente, Soo, en Suiza? Esa pregunta la había formulado yo también. Eunji y Min me contaron que había prestado testimonio acerca de los crímenes contra los derechos humanos que se cometían en nuestra nación. Gracias a esto, y a una incansable búsqueda, lo habían encontrado.
Contactaron con la organización que había publicado sus declaraciones y ellos les dijeron que Jung volvería aquel día a Corea del Sur. El corazón me latía con tanta fuerza que me daba la impresión de que todos los que estaban a mi alrededor lo oían. Por fin iba a reencontrarme con mi hermano y la persona que me había salvado.
Paseé erráticamente de un lado a otro, intentando distraerme mientras observaba a las personas tan extrañas que allí habían.
Ellos no sabían que los estaría esperando. Es más, Jung pensaba que yo, a estas alturas, ya tenía que estar más que muerto. Y de repente, lo vi. Agradecí haber visto una foto de él en la actualidad. Dudaba que de otra forma hubiese logrado reconocerle sin su traje de guardia.
—¡Jung! —grité su nombre, agitando un brazo en el aire para que me viera.
Miró al rededor, desconcertado. Para poder describirlo con exactitud, me veo obligado a usar una comparación. Su rostro tenía la misma expresión que tendría yo si, por arte de magia, mis padres apareciesen, vivos, frente a mí.
—¿Qué demonios? —se pasó una mano por el pelo. Sonreí ante este familiar gesto suyo—. ¿Yong?
Cubrió la distancia que nos separaba y me agarró por los hombros.
—¿Cómo?
Me sentí tentado a responder que era una larga historia. Preferí resumir:
—Min.
Me abrazó.
—Ese viejo... —soltó un suspiro—. Nunca pensé que volvería a verte en esta vida, amigo mío.
Respondí a su abrazo, un tanto conmovido. No sabía que me consideraba su amigo.
—¿Dónde está Soo? —pregunté después de que nos separáramos—. ¿No está contigo?
Negó con la cabeza. Me pregunté si notaba la ansiedad que sentía.
—No lo llevé conmigo. No lo consideré prudente.
—¿Y dónde está? —insistí.
—¿Ahora mismo? —sonrió ampliamente—. Detrás de ti.
ESTÁS LEYENDO
Sin esperanza
Ngẫu nhiênTe doy la bienvenida a uno de los temibles y escalofriantes campos de concentración que a día de hoy existen en Corea del Norte. En dichos campos la tortura, el hambre, los malos tratos y la muerte es el pan nuestro de cada día. Esta es la historia...