Capítulo Veinte

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Cristina sentía como más lágrimas se iban acumulando en sus ojos y comenzaban a bajar sin control por sus mejillas. Las palabras de su marido hacían eco en su cabeza y la atormentaban, en especial una. Divorcio. Esa palabra que un día ella misma repitió hasta el cansancio al comienzo de su matrimonio, puesto que las circunstancias eran otras totalmente distintas a las de ahora. Cristina deseó tanto divorciarse de Federico cuando recién se casaron, y sin embargo, ya todo había cambiado. Ella no era la misma, la situación tampoco era igual, y aunque le costara aceptarlo, tampoco Federico era el de antes. Sí, era cierto que él seguía teniendo muchos defectos, pero, ¿quién no los tiene? Era verdad que seguía cometiendo montones de errores, pero, ¿quién no los comete en esta vida? Era sencillo, Federico simple y sencillamente era un humano, con sus defectos y virtudes, con sus momentos de equivocaciones y otros en los que hacía las cosas bien. ¿Acaso ella iba a condenarlo por ser humano? ¿Se rendiría con ese atropellado amor que compartían, antes de intentarlo siquiera un poco más? No. No podía hacerlo, no se sentía capaz de ello porque la realidad era una sola… ella no deseaba divorciarse de Federico. Por más que él la hiciera enojar a veces o la sacara de sus casillas, su corazón le pertenecía ya a ese hombre, y a decir verdad, no sentía que pudiera dejarlo y vivir una vida en la que él no estuviera. Quizá un día lo deseó, pero ya no, ahora no concebía la vida sin él. Era irónico, pero amaba a su marido con la misma intensidad con la que un día lo odió y añoró alejarlo de su lado. No había dudas de que la vida era una completa burla, pues esas ironías sólo podían ser parte de una broma del destino.

>>> Federico se había marchado de la casa, necesitaba aire fresco, ir al campo y respirar un poco para tranquilizar su corazón angustiado, o por lo menos intentar hacerlo. La discusión con Cristina lo había dejado muy mal, peor de lo que él imaginó que algún día podría sentirse por una mujer. Pero es que Cristina no era cualquier mujer, era la única que importaba para él y la única que había logrado ganarse su lastimado y duro corazón. Le dolía que ella lo tuviese en un concepto tan bajo, o tal vez era él mismo el que se tenía en ese concepto. Su inseguridad lo hacía creerse menos que nadie, y de ahí salía su obsesión con que la menor cosa podía alejar a su mujer de él y que ella lo dejaría si algún día conocía a alguien mejor, alguien que no fuera un machista sin remedio. Pero algo era cierto y pensar en eso sí lo lastimaba, él estaba haciendo hasta lo imposible por cambiar, incluso hasta luchando consigo mismo para lograr ser el hombre que Cristina se merecía, pero eso ella parecía no verlo. Más allá de su invidencia era como si también estuviese ciega en un plano superior al de sus ojos y no viese todos los esfuerzos que él hacía por ser mejor para ella y los niños. O quizás era que no estaba haciendo lo suficiente; el caso era que fuese lo fuese, sus intentos por mejorar no habían dado buenos resultados y ahora ya no sabía qué pasaría con ellos y el matrimonio tan complicado que llevaban.

^^ En la casa la tensión se respiraba en el aire. Cristina había dejado a su pequeño retoño dormido nuevamente en su habitación y los otros dos jugaban en el cuarto de María del Carmen. Mientras tanto ella bajó a la sala y allí se encontró con su mamá que no tardó en comenzar con un interrogatorio típico de las madres.

—¿Está todo bien, Cristina? Hace un rato vi a Federico bajar bastante molesto y se marchó sin decir nada. ¿Tienen problemas? Me preocupas, hija.

—No te preocupes, mamá, sí tenemos algunos problemas, ya sabes cosas de pareja, pero no tienen importancia. —mintió.

—¿De verdad? Porque yo los he visto bastante distanciados y tensos en los últimos días, casi no se hablan.

—Pues porque tenemos asuntos que resolver, pero nada del otro mundo. —se pasó una mano por la cara sintiéndose agobiada. —¿Sabes a dónde fue Federico?

—No, si no te digo que bajó enojado y ni se despidió.

—Está bien, mamá, si lo ves llegar avísame por favor.

—De acuerdo, hija… —la vio dar media vuelta, pero la detuvo antes de que llegara a las escaleras. —Cristina, ¿los problemas que tienen son porque tú quieres irte a estudiar?

—En parte, pero no es sólo eso.

—¿Acaso se enteró de que ya te inscribiste en la universidad?

Cristina tragó en seco… ¿Cómo sabía eso su madre? Si lo último que ella dijo fue que había ido a pedir informes a la universidad y que regresaría a inscribirse cuando estuviera decidida por alguna carrera.

—No pongas esa cara, me enteré que a eso saliste el otro día con Benito y Candelaria, pero por lo que veo era un secreto, puesto que al parecer tu marido tampoco lo sabía.

—Pues no, no le dije nada porque el día que fuimos a pedir información, discutimos y él dijo que no quería que yo estudiara allí. Y como estaba enojada con él y quería desquitarme, pues fui un par de días después y me inscribí sin consultarle.

—Cristina… —el tono de su voz se asemejaba al que hacía cuando su hija era una niña y le tocaba regañarla.

—Mamá, no me digas nada, por favor. Además no entiendo, ¿no eras tú la que me decías que yo no podía dejar que Federico manejara mi vida y hasta en un tiempo estuviste negada a que él y yo estuviésemos juntos?

—Sí, pero ya que lo están y hacen una vida de pareja, lo normal es que ciertas cosas las hablen y las decidan entre los dos. Eso es lo que se debe hacer en un matrimonio, hija.

—Tampoco tengo que consultarle todo, yo no quiero ser como tú que casi le pedías permiso a mi papá hasta para respirar.

—No me ofendas, Cristina.

—Es la verdad, mamá, así mismo son todas las mujeres de este pueblo, siempre a la sombra de sus maridos y viviendo infelices porque su única misión es cuidar de ellos y de los hijos. —resopló.

—Mira, hija, yo estoy de acuerdo en que tú quieras estudiar y dedicar tu tiempo a otras cosas aparte de cuidar a los niños y atender a tu marido, pero creo que debes hacer las cosas bien. Hablar con él y ponerse de acuerdo entre los dos, no ir en un arrebato de coraje e inscribirte sin contarle, porque eso eventualmente les va a traer más problemas.

Cristina asintió dándole la razón, sabía que lo que su madre le decía era cierto, pero lo que hizo lo hizo en un arranque de rabia en contra del machismo de su marido. Ahora además de todos los problemas que de por sí tenían, le preocupaba la reacción que él tendría cuando se enterara de que ya estaba inscrita en la facultad… La tormenta que se acercaba a El Platanal amenazaba con ser de las peores que hasta el momento había tenido aquel cielo que los cubría.

El día transcurría y la tensión crecía con los minutos para los involucrados en esta historia de amor tan complejo. La tarde comenzó a caer y Federico no había regresado a la casa. Cristina comenzaba a desesperarse y se cuestionaba dónde podría estar metido, no podía evitar sentir algo de celos, pues no tenía la menor idea de lo que estaba haciendo y eso la hacía crearse las peores películas en su cabeza. Y aunque los celos de Cristina parecían sin sentido, ya que sólo estaba imaginándose el posible escenario, lo cierto era que no estaba demasiado lejos de la realidad. Federico no sabía por qué, pero sin darse cuenta había terminado frente a la puerta de la casa de Raquela que estaba por los terrenos de la hacienda. Se estaba cuestionando qué hacía allí y se arrepentía de haber pensado siquiera en buscarla. Lo había hecho en impulso de rabia contra su mujer y toda la situación que estaban viviendo, pero sabía que no era lo correcto, así que dio media vuelta dispuesto a marcharse. Pero justo en ese momento la serpiente que vivía en aquella casa abrió y lo encontró ahí.

—Hola, Federico. —sonrió con un poco de coquetería, aunque sorprendida con la visita. —¿Qué haces aquí?

—Ya me iba. —le contestó sin mirarla y comenzando a alejarse de allí; ella lo tomó del brazo antes de que se fuera y lo hizo detenerse.

—Espera, no te vayas, mejor cuéntame a qué viniste.

—La verdad es que no lo sé, pero fue una estupidez haberlo hecho, así que me voy.

—Yo sí sé a qué viniste. —se le acercó demasiado.

—¿Y según tú a qué vine? —la tomó de los brazos para alejarla de él.

—Pues a buscar lo que tu mujercita no te da hace días porque anda enojada contigo. —se mordió el labio tentada. —Ven, entra a la casa, hablemos. —lo haló de la mano y sin darle tiempo a protestar se lo llevó hacia adentro, cuando Federico reaccionó ya era tarde y estaban encerrados en la casa.

—Mira, Raquela, tú a mí no me interesas en lo absoluto, no te confundas. Definitivamente cometí un error viniendo hasta aquí, no sé en qué estaba pensando cuando se me pasó por la cabeza acercarme a esta casa.

—Antes no pensabas igual, te gustaba venir y pasarla bien conmigo.

—Tú lo has dicho, antes, pero resulta que las cosas han cambiado, ya nada es igual y yo no soy el mismo de hace un tiempo.

—Ay Federico, que extraño te has vuelto. —se reía con algo de mofa. —Tu querida Cristina te ha convertido en un mandilón.

—Deja de decir estupideces, yo no soy ningún mandilón.

—¿Ah no? —se le acercaba casi arrastrándose como lo haría una víbora venenosa. —Entonces pasa la noche aquí conmigo y demuéstrame que no eres ningún mandilón.

—No me interesa pasar la noche contigo, pero gracias por el ofrecimiento. —alejándola de su cuerpo.

—Ves como si eres un tonto… te estoy ofreciendo pasar una buena noche juntos y complacerte en lo que Cristina no lo hace, y te niegas a disfrutar.

—Porque no me interesa disfrutar nada contigo, y para tu información, con Cristina disfruto bastante.

—Pues eso será cuando ella está de buenas, porque lo que yo veo hace días es que apenas y te dirige la palabra.

—Ese no es asunto tuyo.

—¿Entonces qué haces aquí?

—Perdiendo mi tiempo, que por cierto es muy valioso. —se colocaba el sombrero y caminaba hacia la puerta. —Ya me voy, Raquela, y gracias porque sin saberlo me ayudaste mucho.

—¿A qué te ayudé? —frunció el ceño confundida.

—A darme cuenta que no hay en el mundo otra mujer con la que yo quiera estar que no sea Cristina. Vales tan poco que sólo me hiciste terminar de entender que en mi vida jamás va a haber otra mujer como la que tengo y que si hay alguien con quien quiero pasar esta y todas las noches es con ella.

—¡Pues lárgate! Vete con tu mujercita y a mí déjame en paz. —terminó de empujarlo hasta la puerta para que saliera de allí. —Eres un maldito desgraciado, algún día te vas a arrepentir de rechazarme tanto y cuando Cristina te termine de mandar al demonio no vengas a buscarme.

—No lo haré, no te preocupes. —vio como la puerta se le cerraba casi en la cara.

Federico se sintió aliviado de haber salido de allí, hubiese sido un gran error permanecer más tiempo en ese lugar, y sin embargo, se sintió muy solo al quedar bajo aquel cielo que comenzaba a vestirse de estrellas. Raquela no le interesaba en lo más mínimo, y la única mujer con la que le hubiera gustado pasar esa noche y todas las que le restaban de vida, consideraba que él no hacía lo suficiente por ella. Cuando la realidad era que se peleaba todos los días con sus propios demonios para lograr sentirse merecedor de ella algún día.

Esa noche iba a ser larga y muy solitaria para él, no sabía en dónde pasarla y no quería regresar a la casa porque igual le tocaría dormir solo en aquella habitación que se sentía muy vacía y en una cama que sin Cristina se volvía demasiado fría. Por eso tomó otro rumbo y se alejó de allí deseando que su mujer hubiese aparecido para detenerlo… pero no pasó y él se resignó a que esa no sería la mejor de sus noches.
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Al día siguiente el ambiente en la hacienda estaba cargado de incertidumbre. Cristina se sentía preocupada por su marido, tanto que incluso había dejado atrás los celos que sintió el día anterior. Ahora le angustiaba más que algo malo le hubiera ocurrido, recordaba la ocasión en la que tuvo el accidente por haberse ido a beber en la noche precisamente por un problema que habían tenido. En su interior había una mezcla de sentimientos que no lograban ponerse de acuerdo. Por un lado seguía un poco molesta con Federico por todo el asunto de la universidad y su negativa de que estudiara. Pero por el otro comenzaba a cuestionarse si había sido demasiado dura con él al no reconocer que éste estaba haciendo un esfuerzo por apoyarla. Y por otra parte nada de eso importaba en ese momento en el cual no sabía nada de él, ni siquiera si se encontraba bien. Debido a esa preocupación no había dormido prácticamente nada y aunque su madre intentaba tranquilizarla diciéndole que seguramente todo estaba bien, ella no podía dejar de angustiarse.

—Mamá, no me pidas que me calme, no sé nada de mi marido desde ayer, estoy muy preocupada, ¿que tal que le pasó algo? Ay no, no. —se pasó las manos por la cara al tiempo que se movía de un lado a otro en un corto tramo de su habitación.

—No lo creo, hija, lo más seguro es que se fue a beber, debe estar en la cantina esa con el tal Juancho. Esos hombres se amanecen en ese lugar, Federico debe estar dormido frente a una mesa y una botella de tequila. Quédate tranquila, no debe tardar en regresar.

—¿Y si no se quedó en la cantina y se fue a manejar como la vez pasada? Puede haber tenido otro accidente y tal vez peor que el anterior. —sintió algunas lágrimas inoportunas empezar a caer de sus ojos y deslizarse por su rostro. —Yo no puedo quedarme tan tranquila sin saber nada de él, tengo que saber donde está.

—Cristina, espera, ¿a dónde vas? —siguió a su hija fuera de la habitación y la vio bajar las escaleras apurada. —Tranquila, te vas a caer.

—Candelaria, Vicenta… —Cristina las llamaba entre gritos.

—¿Qué pasó, mi niña, por qué esos gritos? —Vicenta no tardó en aparecer, segundos después se unió Candelaria también a ellas.

—¿Qué necesitas? —preguntaba la otra empleada.

—Quiero que le pidan a todos los peones que salgan a buscar a Federico, anoche no vino a dormir y yo estoy muy preocupada porque tuvimos una discusión y me da miedo que le haya pasado algo.

—Cristina tiene miedo de que haya tenido un accidente similar al de la otra vez. —agregó doña Consuelo.

—Ni lo mande Dios. Niña Cristina, no te preocupes, nosotras le vamos a pedir a los peones que salgan a buscarlo y averigüen si está bien.

—Gracias. —suspiró. —No voy a poder estar tranquila hasta que no sepa que está bien y que nada malo le pasó.

—Disculpen, ¿se puede? —Benito asomaba la cabeza desde el recibidor.

—Sí, Benito, ¿qué sucede?

—Bueno, es que venía a dejar unas cajas de verduras que trajeron del mercado y alcancé a escuchar que usted quiere que busquemos al patrón.

—Así es, se fue desde ayer temprano y no he sabido nada de él. Me preocupa que se haya ido a beber a la cantina y luego se pusiera a manejar su camioneta en ese estado. Ya sabes que lo ha hecho anteriormente y siempre sale borracho de allí, y la última vez tuvo un accidente. Pero, ¿qué pasa, Benito… acaso tú lo viste, sabes dónde está? Si lo sabes dímelo por favor, yo estoy muy angustiada.

—Es que no sé si sea buena idea decirle.

—¿Por qué? —intervino la rubia señora. —¿Le pasó algo malo?

—Mamá, no digas eso, no quiero ni pensarlo. Benito, dime, ¿le sucedió algo?

—Eh… que yo sepa no le ha pasado nada malo, ayer yo lo vi en la tarde ya casi noche.

—¿Dónde, Benito? ¡Habla ya!

—Pos… pos estaba entrando a la casa de la Raquela.

—¿Qué? —Cristina frunció el ceño y sintió una rabia comenzando a formarse de inmediato en su estómago para poco a poco empezar a subir por su garganta. —¿Lo viste entrar a casa de Raquela? ¿Estás seguro, Benito?

—Sí, señora Cristina, yo estaba por el área mudando a unos caballos para el establo y vi cuando se metió con ella a la casa.

Se hicieron caras de sorpresa, hubo silencio total, las empleadas y doña Consuelo no dijeron nada para no echar más leña al fuego de coraje que crecía a pasos agigantados dentro de Cristina. Ella sentía como los celos comenzaban a carcomerla y su corazón se arrugaba en una extraña mezcla de furia y dolor.

—No puede ser... ¿Y sabes si sigue ahí? —le costó trabajo cuestionar aquello.

—Eso no lo sé, me fui después de verlo entrar y no sabría decirle a qué hora salió.

—O si salió… —agregó ella con un nudo en la garganta que era casi asfixiante.

—Discúlpeme que le haya dicho esto, señora Cristina, pero es que la vi tan preocupada de que le hubiera pasado algo, y no sé, no quise quedarme callado. Aunque ahora pienso que mejor lo hubiese hecho. —bajó la cabeza apenado.

—No te preocupes, Benito, hiciste bien en decírmelo, gracias a eso ya sé donde buscar a mi marido. —su voz sonó áspera. —Puedes retirarte, y gracias.

—Permiso. —salió de allí apurado sin saber la magnitud de la tormenta que sin querer había provocado.

—Candelaria, necesito que me acompañes a casa de tu hija. —pidió a modo de orden.

—Hija, no creo que sea buena idea que vayas allá.

—Tengo que hacerlo, mamá, necesito comprobar si Federico de verdad pasó la noche allí… y quien sabe, tal vez hasta lo encuentro todavía en la cama de esa mujer.

—Yo voy contigo, mi niña, pero estoy de acuerdo con tu mamá en que ir allá no es muy buena idea.

—Pues no me importa lo que piensen, quiero ir y punto.

Doña Consuelo y las dos empleadas se miraron entre sí sin saber qué decir para persuadir a Cristina de no ir a casa de Raquela. Finalmente ninguna de las tres encontró las palabras adecuadas para convencerla de no hacerlo y minutos después Candelaria salía junto a Cristina rumbo a la casa de su hija. Al llegar allá tocaron la puerta, en especial Cristina la tocaba como si quisiera derribarla y no dejó de hacerlo hasta que escuchó que ésta se abría.

—¿Qué demonios pasa, por qué tocan así?

—Necesito hablar contigo, Raquela. —sentenció Cristina a la vez que ingresaba a la casa sin ser invitada.

—¿De qué? ¿Qué hacen ustedes aquí? —viendo a su mamá entrar detrás de Cristina.

—Vine a buscar a Federico, a mi marido, ¿dónde está?

Raquela sonrió al darse cuenta que delante de ella tenía la oportunidad perfecta para molestar a Cristina, y como era claro que no iba a desaprovecharla, pensó en usar a su favor algo que apoyaría su mentira.

—Ya se fue, pero sí estuvo aquí, de hecho durmió conmigo y en la mañana salió temprano para que nadie lo viera.

—Mientes, dices eso únicamente para fastidiarme.

—Claro que no, te estoy diciendo la verdad, ¿no querías saber dónde estaba tu marido? Pues te estoy dejando saber en donde durmió… digo, no sólo dormimos, también hicimos otras cosas. —la risita casi diabólica que salió de su boca fue inmediatamente cortada por una cachetada de Cristina, tal golpe había sido una sorpresa tanto para Raquela como para la propia Cristina; detrás de ellas Candelaria miraba la escena preocupada. —¿Qué te pasa, estúpida? ¿Cómo te atreves a pegarme?

—Dime que estás mintiendo si no quieres que lo vuelva a hacer.

—No estoy mintiendo, allá tú si no me quieres creer. —se sobaba la mejilla en la que había recibido el golpe. —Te lo voy a comprobar, Cristina. —fue por algo a su habitación y regresó en un par de segundos. —Ten. —le colocó un pañuelo en las manos.

—¿Qué es esto? —acariciando la tela con sus dedos para tratar de descifrar qué era lo que aquella víbora le había entregado.

—¿No lo reconoces? Tócalo, huélelo si quieres… es de tu marido.

Cristina apretó los dientes al llevarse aquel pedazo de tela a la nariz y comprobar que efectivamente era un pañuelo de su marido. El inconfundible aroma a su perfume mezclado con un poco de olor a tabaco y alcohol era algo muy típico de él.

—¿Por qué tienes tú esto?

—Se le cayó cuando estuvo aquí, seguramente no se dio cuenta porque estaba demasiado ocupado en otras cosas. —mintió recordando el momento exacto en el que se lo había sacado del bolsillo trasero sin que se diera cuenta.

—No te creo, pudiste haber conseguido este pañuelo en cualquier parte de la hacienda, Federico siempre los deja tirados por ahí.

—Así como anoche lo dejó tirado aquí. —se reía. —No te engañes, Cristina, si estás aquí es porque alguien te fue con el chisme de que vieron a Federico entrar a esta casa, y ahora encuentras su pañuelo justo en este lugar. Creo que no hay que ser muy lista para darse cuenta de la verdad.

—Me las vas a pagar, Raquela, te juro que me voy a cobrar muy caro el que te sigas metiendo con mi marido. —trató de írsele encima, pero tropezó con una alfombra y cayó de rodillas delante de la otra mujer.

Sintiéndose terriblemente humillada se paró con la ayuda de Candelaria que había corrido a socorrerla. Se secó las lágrimas y encaró a su enemiga aunque no pudiese verla.

—Recoge tus porquerías y vete de mi hacienda.

—Tú no puedes correrme.

—Por supuesto que puedo, todo esto que ves a tu alrededor es mío, yo soy la dueña y quiero que te largues.

—Si me corres puedo abrir la boca algún día y contarle a tus hijitos muchas cosas que sé.

—Deja las estúpidas amenazas de siempre, haz lo que quieras, de todos modos nada te va a resultar, no eres tan inteligente como crees. ¡Lárgate!

—Mamá. —dirigió su mirada hacia Candelaria que había permanecido callada todo este tiempo para no hacer mayores los problemas. —¿Te das cuenta de lo que está haciendo tu niña Cristina? Me está corriendo, quiere alejarme de ti, me va a dejar sin trabajo y sin casa.

—Lo siento mucho, hija, pero Cristina tiene razones de sobra para pedirte que te vayas. Eres mi hija y te quiero, pero tengo que aceptar que mucho te aguantó ella ya.

—¿Entonces no piensas decirle nada?

—No, esta es su hacienda y es su decisión y yo la apoyó aunque tú seas mi hija. —la vio abrir la boca indignada.

—Lo siento mucho, Candelaria, pero entiende que si no la corro ahora va a seguir fastidiándome la vida. Yo la he aguantado todo este tiempo por ti, pero ya me cansé.

—No te preocupes, mi niña, yo lo entiendo perfecto.

—Te odio, mamá, no puedo creer que te pongas de su lado.

—Me pongo del lado de la justicia, Raquela.

—Te voy a dar hasta esta tarde para que recojas tus cosas y busques un lugar a donde irte. Y conste que eso lo hago únicamente por tu madre, porque si fuera por mí te sacaba a patadas ahora mismo. Eres una zorra, y sabes una cosa, te regalo a Federico, quédatelo, son tal para cual.

—¿Ahora sí me crees que pasó la noche conmigo, Cristinita? —soltó una risa burlona.

—Sí, porque los hombres cuando están enojados con sus esposas tienden a buscar mujeres como tú para pasar el rato… les gusta divertirse con la basura mientras se contentan con su mujer. Pero como yo no le pienso aguantar cuernos, te lo puedes quedar como te quedabas con mis vestidos cuando éramos niñas y ya no me gustaban o no me quedaban. ¿Te acuerdas de eso? También te gustaba reciclar mis juguetes y todas mis cosas que tiraba. Tú siempre fuiste de las que les gusta recoger lo que sobra, Raquelita. —sonrió un poco antes de dar media vuelta y caminar hacia la puerta dejando atrás a una Raquela furiosa, pues ahora era ella la que se sentía bastante humillada.

—Por tu bien no sigas dando problemas, hija. —le suplicó su madre antes de irse detrás de Cristina y juntas salir de aquella casa.

—¡Maldita sea! —resopló llena de rabia, había querido fastidiar a Cristina, y aunque en parte lo había logrado, quien salió perdiendo más fue ella.

Ya de regreso en la casa grande Cristina no quiso hablar con nadie, subió corriendo a su habitación y se tiró en su cama a llanto tendido. Se negó en repetidas ocasiones a abrirle la puerta a su madre o a quien tocara, lo único que quería hacer era llorar hasta que se le secaran los ojos o el dolor se acabara. Pero era obvio que primero se le acabarían las lágrimas, pues el dolor había llegado para quedarse, la traición de Federico era más de lo que podía soportar. Sentía como si su corazón se hubiera hecho pedazos esa mañana y estaba segura que ya nada volvería a ser igual después de eso.

—Que tonta fui, yo preocupada por él y muerta del miedo pensando que algo malo le había pasado, cuando en realidad estaba en la cama de Raquela revolcándose con ella. —se frotó los ojos para secar las gotas que sin control se formaban en ellos y amenazaban con seguir bajando por su cara. Le dolía el alma, pero también sentía rabia, le parecía increíble que al menor problema entre ellos Federico corriera a los brazos de otra para buscar consuelo. Y eso la hacia cuestionarse todo, en especial si el amor que él decía sentir por ella, era realmente sincero.

^^ A media tarde Federico estaba de vuelta en El Platanal, había pasado la noche y gran parte del día en Ojo de Agua. Durmió allí porque necesitaba pensar y alejarse de todo un rato; los problemas con Cristina lo estaban superando, porque claramente había sentimientos que un corazón como el suyo todavía no sabía del todo como manejar. Sin embargo, sentía que debía hablar con su mujer y hacer un último intento por solucionar de una vez sus diferencias… claro que él no tenía la menor idea de lo que le esperaba arriba. Al entrar a la casa pudo sentir el aire denso, como cuando hay algo que provoca que todos estén bajo mucha tensión y es demasiado el estrés. Subió las escaleras luego de pasar por el recibidor y ver a Candelaria a lo lejos limpiando unas figuras. Ésta lo miró de manera extraña, casi podría jurar que lo había hecho de forma acusadora, pero no le dio mayor importancia y siguió su camino hacia arriba donde de inmediato se dirigió a la habitación que había sido suya y de su esposa en los últimos meses, aunque no así en los últimos días. Cuando abrió la puerta no vio a Cristina, pero sí se encontró con una maleta junto a la cama y otra sobre ésta. La que estaba en el colchón tenía varias prendas de ropa suyas y el armario estaba abierto dejando ver que sus cosas ya no se encontraban allí. Miró extrañado la escena, pero supuso que su mujer planeaba sacar sus pertenencias de la recámara para que se instalara por completo en su antiguo cuarto. Eso quería decir que seguía muy molesta con él y no se le haría tan fácil solucionar sus problemas; pero claro que él no sabía que la situación iba más allá y que lo que estaba por venir sería mucho más complicado de lo que alcanzaba a imaginarse.

—Cristina… —la llamó desde la recámara al escuchar ruidos en el baño, segundos después la vio salir de este con una expresión de amargura en su rostro.

—Hola Federico. —el tono de su voz era tan frío y cortante que le heló la piel a su marido.

—¿Qué significan esas maletas? —tenía mal un presentimiento, pero no sabía exactamente a qué se debía. —¿Vas a hacer que me mude indefinidamente a mi antiguo cuarto?

—No. —contestó tajante. —Las maletas son para que termines de recoger todas tus cosas y te vayas hoy mismo de esta hacienda.

—¿Qué? —frunció el ceño en medio de su confusión, no entendía qué estaba pasando. —¿Quieres que me vaya? ¿Por qué, Cristina? Pensé que podríamos hablar con calma y solucionar las diferencias que tenemos.

—Yo también pensaba que podíamos hacer eso cuando el problema era únicamente que no lográbamos ponernos de acuerdo respecto a mi deseo de estudiar, pero ahora que sé lo que hiciste anoche, no hay nada que hablar.

—No entiendo de qué estás hablando. —negó con la cabeza desconcertado.

—De tu traición, Federico… ya sé que pasaste la noche en casa de Raquela.

—¿De dónde sacas eso, Cristina?

—Me enteré que anoche te metiste a la casa de esa mujer y fui a confrontarla hoy y ella me lo confirmó, hasta me dio un recuerdo que le dejaste allá. —estiró la mano y le mostró el pañuelo que Raquela le había dado. —Así que no intentes negarlo, porque me queda muy claro que pasaste una excelente noche con tu amante.

—Por Dios, nada de eso es cierto, Cristina, no le puedes creer a Raquela. —se pasó una mano por la cara agitado.

—Es que no se trata sólo de Raquela, ella únicamente me confirmó lo que yo ya sabía, ayer alguien te vio entrar a la casa de esa mujer, ¿me vas a negar que estuviste allí?

—No, pero…

—Ya ves… —lo interrumpió. —Tú mismo lo estás aceptando, ¿qué quieres que piense?

—Sí, sí estuve ahí, pero no es lo que piensas, no pasó nada con Raquela, me fui rápido, no dormí allí. —desesperado.

—Yo lo único que sé es que eres un desgraciado, Federico, no has cambiado nada, sigues siendo el mismo mujeriego y machista que al menor problema va a buscar consuelo en los brazos de otra mujer.

—Eso no es cierto.

—Claro que lo es, me engañaste, no te importé yo y tampoco nuestro matrimonio, preferiste buscarla a ella para pasar la noche a su lado que quedarte aquí a solucionar nuestros problemas.

—¿Cómo quieres que te diga que entre Raquela y yo no pasó nada? Créeme, Cristina, por favor.

—No puedo creerte, traicionaste mi confianza, le faltaste a nuestro amor y me fallaste de la peor manera. —de sus ojos bajaban montones de lágrimas que mostraban el dolor que estaba sintiendo su corazón. —Vete, Federico, recoge todas tus cosas y no vuelvas a buscarme.

—Cristina, escúchame… —estaba abrumado, lo que estaba sucediendo era más de lo que podía aguantar, nunca creyó que las cosas llegaran hasta ese punto, todo iba de mal en peor y no sabía cómo solucionarlo. —Yo no te traicioné, me tienes que creer, te juro que no pasó nada entre esa maldita y yo, ella no me interesa en lo absoluto, es a ti a quien amo.

—Y si no te interesa, ¿qué hacías en su casa?

—No lo sé, la fui a buscar en un arrebato, me sentía solo y enojado contigo porque no te dabas cuenta de los esfuerzos que hago para merecer tu amor, pero no hice nada con ella. No estuve ni cinco minutos en esa casa porque me di cuenta que no deseo estar con ninguna mujer que no seas tú. —intentó acercarse a ella, pero Cristina retrocedió al sentir el calor de su presencia casi rozarla.

—Pues yo no creo ya en tus palabras, si fuiste a buscarla fue con intenciones de terminar en su cama. Eso hacía el Federico con el que me casé y el cual yo creía que había cambiado, pero estaba equivocada… los hombres como tú no cambian, siempre serán los mismos machos traicioneros.

Se produjo un silencio de largos minutos, ninguno de los dos volvió a decir una palabra durante lo que les pareció una eternidad. Cristina se sentó en la orilla de la cama y lloró sin intentar siquiera esconder sus lágrimas, Federico quiso consolarla, pero no sabía cómo acercarse a ella sin ser rechazado.

—¿De verdad no me vas a dejar explicarte nada? —le preguntó él luego de un tiempo.

—No hay nada que explicar, ya me quedó muy claro todo.

—¿Entonces de verdad quieres que me vaya?

—Sí, no quiero volver a saber de ti hasta que tengamos que firmar el divorcio, y ni eso porque pienso pedirle a un abogado que se encargue de todo y te busque cuando haga falta tu firma

—Cristina, no hagas esto, no me dejes. —una lágrima inesperada se escapó de su ojo y rodó por su mejilla quemándole la piel.

—Me dejaste tú a mí al engañarme con Raquela.

—No lo hice, no te engañé, te lo juro por mis hijos.

—A ellos no los metas en esto. —se puso de pie furiosa. —No los ensucies con tus mentiras.

—No sabes lo mucho que me duele que no me creas.

—Más me duele a mí haberlo hecho tantas veces, nunca debí creer en ti, fui una estúpida al pensar que podías llegar a ser diferente. Tú no me amas como dices, Federico, porque si lo hicieras me valorarías más, me apoyarías en todo y no te comportarías como lo haces.

—¿Y tú crees que yo no lo intento, Cristina? ¿Crees que no trato de ser mejor todos los días para convertirme en el hombre que tú quieres y mereces? —no la dejó contestar. —Si piensas eso estás muy equivocada, siempre hago mi mayor esfuerzo por comportarme a tu altura, por ser un mejor esposo para ti y un buen padre para los niños, pero por lo visto eso para ti no vale nada. Tan bajo es el concepto en el que me tienes que le crees las mentiras a cualquiera y a mí que te estoy jurando por la vida de mis hijos que no te traicioné, simplemente no puedes creerme.

—¿Y cómo hacerlo si esta no es la primera vez que me fallas? Tú ya me has hecho sufrir antes, de hecho, eso es lo único que has traído a mi vida… sufrimiento. Tú no sirves como marido, este matrimonio no funciona tampoco y todo este tiempo nos hemos estado engañando a nosotros mismos al creer que servimos como pareja, cuando claramente esta relación no tiene futuro. Todo entre nosotros empezó muy mal, y las cosas que empiezan mal, generalmente terminan peor.

Federico se forzó a tragarse el nudo de dolor que tenía atorado en la garganta y que casi le cortaba la respiración. Las palabras de Cristina eran como una daga que acababa de ser enterrada en su corazón.

—¿Se acabó todo entonces?

—Sí. —le dio la espalda para que no viera sus lágrimas esta vez. —Y vete de una vez porque ya no quiero estar cerca de ti.

—Está bien, me voy si eso te hará feliz, pero quiero decirte que escucharte decir que lo único que he traído a tu vida es sufrimiento, luego de tantos momentos lindos que hemos pasado, me rompe por completo el corazón y me duele demasiado.

—Han sido más las lágrimas que las sonrisas.

—Pues si crees eso, entonces verdaderamente este matrimonio no tiene salvación, porque quiere decir que valoras tan poco todos mis intentos por cambiar y merecerte que ya no vale la pena seguir intentándolo. —terminó de echar algunas cosas en la maleta que estaba abierta sobre la cama y la cerró para tomarla junto con la otra que estaba en el suelo, luego caminó hacia la puerta con un equipaje que más que ropa, llevaba el más amargo dolor dentro. —Estoy dispuesto a firmarte el divorcio, Cristina, pero de una vez te digo que no me vas a alejar de mis hijos, mucho menos de Fede, vendré a verlos todos los días y lo siento mucho si no te gusta. Podrás quitarme tu amor, pero no el de ellos, porque no tienes derecho a arrancarme lo único bueno que me queda en la vida.

—No pensaba prohibirte que los vieras.

—Me alegro, porque yo no te lo iba a permitir.

—Vete ya, quiero estar sola.

—Me voy, pero ojalá no te arrepientas de esto, porque puede ser demasiado tarde cuando lo hagas.

—Sí, seguramente porque no vas a perder tiempo en buscar nueva compañía.

—Si quieres pensar eso hazlo, de nada vale que intente hacerte cambiar de opinión, yo para ti siempre seré el peor de los hombres sin importar lo que haga por mejorar. Adiós, Cristina, perdóname por no ser suficiente para ti, lo intenté, créeme que traté de mil formas ser el hombre que querías, pero no supe como lograrlo.

Él salió de aquel cuarto y Cristina se desplomó en el suelo entre lágrimas, todo había salido peor de lo que imaginó, su matrimonio acababa de romperse. Mala, buena o complicada, pero era su relación y acababa de deshacerse en un abrir y cerrar de ojos. ¿Qué sería de ellos ahora que se habían separado por completo? ¿Podrían soportarlo y seguir adelante o el dolor de la separación terminaría por romperlos para siempre?

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Los días pasaban y la situación no parecía mejorar ni un poco; Federico estaba viviendo en Ojo de Agua y aunque iba todos los días en las tardes a ver a los niños un rato, no había tenido ningún contacto con Cristina. Ella lo evitaba escondiéndose en su habitación cuando le avisaban que había llegado y él no hacía el intento por acercarse a ella aunque se muriera por hacerlo. El orgullo podía más con ambos aunque por dentro los dos se estaban muriendo de dolor y la soledad que les había traído el estar separados. Federico había querido reclamarle a Raquela la mentira que le había dicho a Cristina, pero al buscarla en su casa no la encontró y los peones le dijeron que se había marchado con todo y maletas de la hacienda. Le daba igual su partida, de todos modos aunque le hubiera reclamado, nada iba a cambiar el hecho de que Cristina desconfiaba por completo de él, misma desconfianza que había traído demasiado dolor a su corazón.

Una tarde Federico fue como todos los días a visitar a sus hijos y a diferencia de otras veces donde ni siquiera veía a Cristina, en esta ocasión la encontró en la sala y con visita.

—Buenas tardes. —dijo provocando que su aún esposa y el invitado dieran un respingo al escucharlo.

—Buenas tardes, Federico. —lo saludó Cristina con voz seca. —Los niños están arriba en la habitación de Fede, María del Carmen y Carlos Manuel están jugando con él, puedes subir a verlos.

—Gracias… permiso. —tuvo que hacer esfuerzos casi sobrehumanos para alejarse de allí y no lanzársele encima al acompañante de Cristina, pero se aguantó las ganas de partirle la cara y simplemente subió a la planta alta.

—Cristina, no quiero parecer indiscreto, pero veo que la situación entre tu marido y tú no está nada bien. ¿Hay algo en lo que te pueda ayudar? Sabes que cuentas conmigo para lo que sea.

—Te lo agradezco, Ángel Luis, pero no necesito nada, como ya te conté, Federico y yo vamos a divorciarnos, pero prefiero no entrar en detalles respecto a ese tema. Mejor sígueme platicando sobre lo que me decías de la operación. —suspiró pensando en su marido mientras el doctor Robles le volvía a hablar sobre la operación de la vista que el propio Federico había sugerido.

—Pues como te decía es una operación bastante riesgosa, pero si sale bien tiene sus beneficios por supuesto. A mí me encantaría devolverte la vista, Cristina, pero no puedo garantizarte que la intervención saldrá exactamente como queremos.

—Y es por eso es que no quiero operarme. Mira, yo agradezco que Federico te lo haya propuesto y que ahora tú también lo estés considerando, pero no puedo aceptar sabiendo que existe un riesgo tan grande de llevarme una gran desilusión al abrir los ojos luego de la operación y volver a encontrarme con esta terrible oscuridad.

—Te entiendo, pero creo que deberías pensarlo un poco antes de darme una respuesta negativa desde ahora. Yo en un principio cuando tu marido fue a verme dudé bastante en aceptar el reto que significaría una operación así, pero creo que si no lo intentamos, nunca vamos a saber si es posible que puedas recuperar la vista.

—¿Y si después de operarme sigo igual de ciega que ahora?

—Al menos te habrás animado a intentarlo.

—Tengo miedo.

—Es natural, por eso no quiero presionarte, solamente deseo que lo pienses y tomes la decisión que creas correcta.

—Está bien, lo voy a pensar y ya te diré cuando tenga una respuesta.

—Bueno, pues yo me retiro y esperaré tu llamado, no quiero incomodarte o incomodar a Federico cuando baje. —se ponía de pie.

—Gracias por todo, Ángel Luis. —haciendo lo mismo que él.

—No agradezcas, todo lo hago porque me importas y te quiero aunque sea inapropiado decirlo.

Cristina asintió en silencio y no le respondió nada, segundos después el doctor se retiraba dejándola sola en la sala, o por lo menos eso creía ella. Poco tiempo después Federico apareció luego de bajar las escaleras.

—Cristina. —la vio sobresaltarse. —Perdón, no quise asustarte, subí con intenciones de ver a los niños, pero antes de llegar al cuarto di la vuelta y me quedé arriba.

—¿Y qué hacías? ¿Estabas escuchando mi conversación con Ángel Luis?

—Sí, y oí que una vez más te confesaba su amor. Al parecer ese tipo no se da por vencido, no te respeta ni respeta nuestro matrimonio.

—Perdóname, Federico, pero te recuerdo que tú y yo ya no vivimos juntos, de hecho, pronto vamos a estar divorciados.

—¿Ya iniciaste los trámites con el abogado?

—Sí. —mintió; no había tenido el valor de solicitar el divorcio aún y realmente no sabía si lograría hacerlo algún día. —Pronto recibirás su visita.

Se formó un gran silencio, mismo que resultó muy incómodo para ambos. Tanto que la tensión se podía cortar con un cuchillo y cualquiera que supiera de colores del aura se daría cuenta de que aquel color oscuro sólo podía significar que nada iba bien entre esos dos seres.

—Eres injusta, sabes.

—¿Yo soy la injusta? —sonrió con amargura. —Quien me traicionó fuiste tú.

—Yo no hice nada, allá tú si no puedes creer en mí, sin embargo, tú sí te estás comportando de manera injusta conmigo.

—¿Y por qué piensas eso?

—Porque creíste en mí un día, viste lo bueno que nadie había visto de mí, me mostraste lo que es el amor, lo feliz que se puede ser con una familia, y luego me lo quitaste todo tan de repente. —se acercó a ella con los ojos un poco cristalizados. —Tú no puedes regalarle el cielo a un hombre para después mandarlo al infierno de un solo golpe. Eso solamente lo haría alguien que lleva dentro de sí mucha crueldad.

—¿La misma que tú me mostraste cuando recién nos casamos?

—Peor, porque a diferencia tuya, yo he tratado con todas mis fuerzas de enmendar todos esos errores, tú sin embargo sigues con la idea de divorciarte y dejarme. Me diste lo mejor y luego decidiste que ya no lo merecía y me alejaste de tu vida. —la tomó de los brazos y Cristina se sorprendió, pero no se sintió asustada porque el toque de su marido era suave. —Sabes, hubiera preferido que no te hubieses enamorado de mí y que no me enseñaras lo bonito que puede ser el amor, no si después ibas a arrancarme ese mismo amor de un solo tajo. Tú trajiste a mi vida una ilusión y un sentimiento que yo no conocía, me mostraste lo que era amar y ser amado para después romperme el corazón en mil pedazos. —sus labios se rozaban, instintivamente ambos habían cerrado los ojos y deseaban más que nada en el mundo besarse, pero algo les impedía dejarse llevar por esa necesidad.

—Tú rompiste el mío primero con tu traición. —se defendió ella de sus reclamos.

—Veo que no vale la pena seguir insistiendo para que me creas, así que mejor ya no lo hago. —la soltó y se alejó de ella. —Si no te molesta voy a subir con los niños y después me iré. —se dirigió a las escaleras. —Ah, y Cristina, considera operarte, no lo dudes tanto, nada me haría más feliz que saberte dichosa y sé que recuperar la vista te daría esa alegría. A mí me daría mucho gusto saber que eres feliz y estás satisfecha aunque no sea a mi lado. Estaré esperando la visita de tu abogado, y aunque se me rompa el corazón más de lo que ya está… lo voy a firmar. —se perdía escaleras arriba en cuestión de segundos.

—Federico… —dijo en un susurro que por supuesto él no alcanzó a escuchar. —Te extraño tanto. —murmuró para sí misma y deseó con toda su alma que las cosas no fuesen tan complicadas, pero por desgracia cada vez se ponían peor.
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Una, dos, tres semanas transcurrieron, en ese tiempo Cristina aceptó operarse y ya había fecha para dicha operación. Todavía tenía sus dudas, pero estaba dispuesta a arriesgarse para volver a ver el rostro de María del Carmen y el de Carlos Manuel y conocer finalmente el de Federico Jr. Y mientras esa decisión ya estaba tomada, había otras que aún la atormentaban por lo difíciles de las mismas. Casi un mes había pasado desde que Federico y ella estaban completamente separados y sólo se cruzaban a veces cuando él iba a visitar a los pequeños, pero todavía ninguno había puesto una demanda de divorcio. A él ni se le cruzaba por la cabeza hacerlo, amaba demasiado a Cristina como para solicitar un papel que pudiera separarlos para siempre, y ella aunque a veces lo pensaba, ya que aún creía firmemente en su traición, no se sentía capaz de cortar del todo lo que quedaba entre ellos.

—Mañana te operas, hija, ¿estás nerviosa? —le preguntaba doña Consuelo a la hora de la cena mientras la veía revolcar su comida sin haber probado apenas bocado.

—Sí, tengo el estomago revuelto solo de pensar en lo que puede pasar luego de esa operación. Te confieso que todavía tengo mis dudas, siento que me voy a arrepentir al último minuto.

—Tranquila, estoy segura que todo va a salir bien.

—Eso espero mamá.

Silencio.

—¿Te preocupa algo además de la operación?

—Pues me pone muy triste saber que voy a pasar por esto sola y que Federico no va a estar conmigo.

—¿Te hace falta?

—Mucha. —no pudo contener más las lágrimas que descansaban en las esquinas de sus ojos y les permitió deslizarse por sus mejillas.

—Hija, pues entonces arregla las cosas con él, hablen y salven su matrimonio. —vio desconcierto en el rostro de su hija. —Sí, te lo digo yo que un día no te quería ver con Federico, pero ahora sé que él te hacía feliz. En estas semanas desde que se fue te he visto triste, desanimada, ni siquiera te animaste a comenzar el semestre en la universidad luego de que te inscribiste. Pareces alma en pena sin ese hombre, Cristina, además no creas que no me doy cuenta de que te la pasas llorando casi todo el día como lo estás haciendo ahora.

—No puedo evitarlo, mamá, lo extraño mucho, me siento muy sola sin él. —se secaba las gotas que seguían bajando por su cara.

—Ay, hija, no sé qué decirte, quisiera ayudarte, pero no sé cómo hacerlo.

—No puedes hacerlo, nadie puede hacerlo en realidad, mamá, me toca aceptar que esta es mi realidad ahora. —soltó el tenedor que tenía en la mano y se puso de pie con intenciones de retirarse. —Voy a mi cuarto, quiero recostarme un rato.

—Pero no comiste nada, hija.

—No tengo hambre, sólo quiero dormir.

Doña Consuelo vio a su hija marcharse y se sintió preocupada por ella, ya que nunca la había visto así de triste, ni siquiera cuando murió Diego y se vio obligada a permanecer al lado de Federico. Lo que eran las Ironías de la vida, ahora sufría precisamente por la ausencia de ese hombre que un día quiso alejar de su lado.

Federico por su parte la estaba pasando igual o peor que Cristina, se sentía terriblemente solo en Ojo de Agua, su única compañía era el alcohol y los hermosos y ahora amargos recuerdos de Cristina. La extrañaba tanto, se moría por irla a buscar, por pedirle que dejaran atrás todos los problemas y se amaran como lo hicieron durante meses, antes de que todo se arruinara. Era una tortura visitar El Platanal y ver a su mujer y cruzar con ella un simple hola sin poder agarrarla a besos y decirle cuanto la amaba y la falta que le hacía.

>>> Esa mañana estaba en las tierras de su hacienda Ojo de Agua, desde que estaba viviendo allí se había dedicado a trabajar en el campo todas las mañanas con el único afán de no pensar tanto y distraerse un poco. De hecho, tenía algunos empleados que por ratos lo ayudaban en la finca a pesar de ser trabajadores de la hacienda de su esposa. Mientras sacaba tierra de un lado y sembraba allí mismo, un peón llegó casi corriendo para tomar una pala y comenzar a trabajar también en el terreno.

—¿Dónde demonios te metiste? Te pedí que hoy estuvieras temprano aquí, tenemos mucho que sembrar y más tarde parece que va a llover.

—Disculpe, patrón, es que tuve que cubrir las tareas de Benito en El Platanal porque él se pintó de colores con la señito Cristina y su mamá para el hospital.

—¿Hospital? ¿Por qué, qué pasó? —así como estaba, sudado y sin camisa se alistaba para salir corriendo a la otra hacienda en caso de ser necesario. —¿Le pasó algo a Cristina o a mis hijos? ¡Contesta! —le ordenó en un grito.

—No, no ha pasado nada malo, patrón, lo que pasa es que ya hoy operan a la señora Cristina y tenía que irse pa’ allá desde temprano.

—¿Cómo que la operan? —abrió la boca sorprendido.

—Pos’ sí, la operan de sus ojitos para que pueda recuperar su vista.

—Yo no sabía nada… nadie me lo dijo. —lanzó la pala que tenía entre las manos a un lado y se encaminó a su casa para cambiarse.

—¿A dónde va, patrón? ¿Ya no vamos a trabajar la tierra?

—Al diablo la tierra, voy a ver a mi esposa, no es posible que se fuera a operar y no me dijera nada. —se pasó las manos por el cabello húmedo por el sudor y susurró algo más para sí mismo. —Yo sigo siendo su marido, y Cristina Álvarez de Rivero sigue siendo mi mujer.







Gracias infinitas por su paciencia, podría aburrirlas contando las situaciones que he tenido y que no me dejaban terminar este capítulo, pero no lo haré. Disculpen si no es tan largo, sé que les debo mucho, pero espero recompensarlas no tardando tanto esta vez. Mil gracias por leer. ¿Qué pasará ahora entre Cristina y Federico? ¿Podrán salvar su matrimonio?
Nos leemos pronto. Besos. ♥

Tu amor es venenoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora